No deja de ser curioso cómo no se ha generado ningún debate sobre la ausencia de narraciones con capacidad para abordar la pandemia de 2020. El fenómeno, preocupante al exhibir una derrota de la ficción, quizá tenga una brillante y pequeña excepción en La edad frágil, de Donatella Di Pietrantonio (Arsita, Abruzos, 1962), merecido premio Strega 2024.
La edad frágil
Donatella Di Pietrantonio
Traducción de María Borri. Duomo, 2025. 256 páginas. 18€
La autora tiene una trayectoria muy particular. Dentista de profesión, publicó su ópera prima a los 49 años, lo que la desmarca de toda la tendencia consistente en publicar voces femeninas a la búsqueda de encontrar un nicho, por lo demás gastado a base de repetir temáticas y quemar promesas.
Di Pietrantonio juega en su propia liga, sin urgencia de titulares en los medios y con la tranquilidad de poder pulir su estilo desde una joven madurez, por ese empezar más tarde que la mayoría. Este factor le concede independencia en lo creativo y la libertad de no depender de modas y apremios veloces.
En La edad frágil, la trama destaca por la complejidad de su estructura, mucho más intrincada de lo que insinúa a simple vista. Los elementos para enganchar al lector son diáfanos: Amanda, la hija de la protagonista, vuelve a su pueblo en los Abruzos desde Milán a causa de la crisis sanitaria de la COVID, y genera preocupación en su entorno, desértico como el paisaje que los rodea, por su reclusión.
Este hecho llevará a la madre a recordar una historia del pasado, asimismo recuperado porque el segundo hilo de la novela es su aceptación a regañadientes de los agrestes terrenos del camping paterno, en el que una noche dos turistas fueron asesinadas para conmoción de ese lugar en el que nunca pasaba nada ni por asomo.
¿Este crimen es un truco efectista? No, pues en realidad, la novela flota por estados mentales que oscilan entre el pasado y el presente con el fin de fundir tiempos y personas.
Los recuerdos afloran desde la sospecha y la crisis personal que se traslada por mimetismo a los allegados, como si cada uno de los personajes fuera un vaso comunicante con los traumas del otro, engarzándose generación tras generación entre los recovecos del monte y los de cada cuerpo, dañados por la vida misma y el peso de tanta memoria.
La prosa de la italiana es un modelo de elegancia por introducir motivos que en otra pluma serían una banalidad estremecedora
Esta nunca se fue y, de hecho, regresa con Amanda. Su malestar de encerrarse en sí misma enciende alarmas e incita respuestas desde paralelismos bien hilvanados. El exterior cose una atmósfera que repercute como un martillo demoledor sobre los interiores, sin necesidad de ser diseccionados a fondo, porque la edad frágil no es una, sino todas.
La prosa de la italiana es un modelo de elegancia por introducir una serie de motivos que en otra pluma serían de una banalidad estremecedora. Existen mil libros sobre las quiebras de los 20 años y la mediana edad. Si le añadimos violencia de género, el cóctel puede ser de alto voltaje para deleite de lectores sin mucha exigencia, ansiosos por páginas de consumo fácil, que no encontrarán en esta novela, pletórica al manejar los tópicos y darles la vuelta para regalarnos un universo propio que duele, hace reflexionar y se impone.
Es como si, perdonen el oxímoron, nos dieran un puñetazo en la cara con hálito de caricia. La brevedad del texto está muy medida, y este es otro rasgo que rinde honores a Di Pietrantonio: cabal en la economía de lo escrito, consciente de cómo cada palabra de más entorpecería la armonía del tejido, enfermándolo de exceso hasta arruinar el esmero de la orfebre.
