Maggie O’Farrell. Foto: Murdo Macleod.

Maggie O’Farrell. Foto: Murdo Macleod.

Letras

'La distancia que nos separa', vidas cruzadas y el poder del destino en la novela inédita de Maggie O’Farrell

Publicada en 2004 pero desconocida en España hasta ahora, es el tercer libro de la autora de 'El retrato de casada' y 'Hamnet'. 

17 marzo, 2024 01:08

Maggie O’Farrell (Coleraine, Irlanda, 1972) se mueve en el terreno de la novela con la sabiduría de un viejo artesano que ha interiorizado todos los secretos de su oficio. Su prosa es lírica, profunda y precisa. Sus personajes son dolorosamente humanos, criaturas que no parecen gestadas en el ámbito de la ficción, sino en la aspereza del mundo.

Sus tramas, milimétricamente estructuradas, abordan los grandes temas de la literatura: la complejidad y precariedad de los afectos, la fragilidad de la existencia, las paradojas de la identidad, el vértigo del deseo, el miedo a la muerte, el anhelo de dicha.

Publicada en 2004 pero inédita en España hasta ahora, La distancia que nos separa es su tercera novela y posee todas estas cualidades. Jake, Stella y Nina han vivido a caballo entre dos culturas. Jake nació y creció en Hong Kong, pero sus padres proceden de Reino Unido. Su progenitor solo es una referencia difusa.

La distancia que nos separa

Maggie O’Farrell

Traducción de Concha Cardeñoso. Libros del Asteroide, 2024. 336 páginas. 22,95€

Su madre, una hippie con un temperamento alocado, mantuvo una breve relación con Tom, un escocés que la abandonó cuando se hallaba embarazada. Ya en su juventud, Jake, atrapado en un matrimonio infeliz, viajará a Escocia para buscar a su padre. No sabe muy bien quién es ni cuál es su lugar, pero aventura que explorando sus raíces tal vez aplacará sus conflictos interiores.

Stella y Nina son hijas de inmigrantes italianos. Su relación está plagada de ambivalencias. Se quieren, pero su afecto no está exento de desencuentros y, sobre todo, esconde un terrible secreto. Jake, Stella y Nina, cuyas vidas se cruzarán de forma inesperada, sufren las consecuencias de haber transitado de una cultura a otra. En su interior, se abre un abismo mucho más vasto que cualquier distancia geográfica.

No es fácil convivir con dos formas opuestas de entender la vida. Sumidos en la perplejidad y la confusión, se dejan arrastrar por impulsos. Son seres pasionales, no mentes cartesianas. Maggie O’Farrell caracteriza a sus personajes con una suma de pequeños detalles que convierten su novela en un gigantesco y meticuloso mosaico.

Su estilo a veces es efectista y dramático, como cuando describe la aglomeración letal durante la celebración del año nuevo en Hong Kong, pero prevalece la morosidad y la perspectiva del miniaturista que añade una capa tras otra a un lienzo con una gran profundidad de campo. Un gran talento para la introspección y el ritmo evita que el relato se paralice en lo descriptivo.

La distancia que nos separa es una excelente novela que no juzga ni absuelve a sus personajes. De hecho, insinúa que la libertad es un espejismo. Vivir se parece a pasear por un paisaje escocés. La niebla, la lluvia y el sol se suceden de forma imprevisible. “Los momentos que nos afectan —escribe O’Farrell— siempre son solo los que no se esperan”. De niño, Jake arroja al mar una botella con un mensaje para su padre.

'La distancia que nos separa' es una excelente novela que no juzga ni absuelve a sus personajes

Sospecha que nunca llegará a leerlo, pero el azar es caprichoso y no puede asegurarse que jamás alcanzará su destino. Al igual que Jinty, un perro casero, Jake, Stella y Nina necesitan desprender olor, es decir, pertenecer a un lugar, identificarse con un idioma, tejer lazos sólidos, pero las señas de identidad se desdibujan en un mundo cada vez más globalizado.

O’Farrell no ofrece muchas alternativas. Los mundos pequeños y cerrados son inhóspitos. La globalización no es más acogedora. Las raíces pueden ser una odiosa prisión, pero hay algo más terrorífico: un planeta donde ya no quedan comunidades, sino multitudes que se dejan llevar por el pánico y pisotean a los caídos.

La palabra, un territorio que se alimenta de recuerdos y ensoñaciones, es quizás el único territorio donde el ser humano puede hallar algo de paz y esperanza.