Un momento del rodaje de 'La sociedad de la nieve', la película de Juan Antonio Bayona inspirada en el libro homónimo de Pablo Vierci

Un momento del rodaje de 'La sociedad de la nieve', la película de Juan Antonio Bayona inspirada en el libro homónimo de Pablo Vierci

Letras

Lo que Bayona no cuenta en su película sobre la tragedia de los Andes y sí aparece en el libro en el que se inspira

El testimonio de los supervivientes en 'La sociedad de la nieve', libro del escritor y periodista Pablo Vierci, recoge episodios aún más escalofriantes que la cinta homónima del director español.

16 diciembre, 2023 03:04

La sociedad de la nieve, nueva película de Juan Antonio Bayona, por fin acaba de estrenarse en cines, pero su repercusión se remonta a varios meses atrás. El filme, que recrea la tragedia del equipo de rugby uruguayo que tuvo que sobrevivir en Los Andes durante semanas después de que se estrellara su avión, se encuentra muy bien posicionado en la carrera hacia los grandes premios del cine español e internacional.

Tras clausurar la Mostra de Venecia y ser presentada en el Festival de Sebastián, fue elegida por la Academia de Cine de nuestro país para representar a España en los Oscar, competirá en los Globos de Oro y en los Critics Choice Awards —los premios de la crítica de cine de Hollywood— como mejor película de habla no inglesa y está nominada a 13 premios Goya.

No es un secreto que Bayona se inspiró en el libro homónimo del escritor y periodista uruguayo Pablo Vierci. Publicado originalmente en 2008, se trata de una recopilación de conversaciones con los protagonistas. En la edición española del sello Al revés, que se publicó en 2022 para conmemorar el 50 aniversario, se incluye la carta de Bayona en la que se dirige a los supervivientes de la tragedia para transmitirles su intención de hacer una película.

"Hay algo que me obsesiona sobremanera en su historia y es esa visión profundamente humana y optimista del hombre", escribe el cineasta, cuya principal motivación es "hablar de la dignidad". "Creo que 'el corazón desnudo' del que habla Adolfo Strauch [uno de los sobrevivientes], 'donde el ser humano se entrega al otro', no ha sido llevado realmente al cine", explicaba el director, a la postre, de la película, cuyo rodaje arrancó el 10 de enero de 2022 en Sierra Nevada (Andalucía).

Lo cierto es que esta cinta se integra en el universo de superproducciones a las que ya nos tenía acostumbrados: efectos especiales, acción... se ve con el cuerpo. Pero también recoge, con la delicadeza que requiere un suceso como este, los signos emocionales que anunciaba en esa carta: “el alivio y la culpa que supone sobrevivir”. Es pertinente señalar aquí que Bayona no escatima personajes, si bien concentra el protagonismo en algunos de ellos. Rocco Posca como "Moncho" Sabella, Rafael Federman como Eduardo Strauch, Esteban Kukuriczka como Fito Strauch, Matías Recalt como Roberto Canessa, Tomas Wolf como Gustavo Zerbino, Agustín Pardella como Nando Parrado o Enzo Vogrincic como Numa Turcatti sobresalen en el reparto coral.

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Huelga decir que la síntesis de 71 días, los que estuvieron atrapados en la cordillera de los Andes, no permite inventariar todo lo acontecido. Ni siquiera todo lo que, desde el punto de vista dramático —cinematográfico—, tiene interés. Además, el metraje se extiende hasta los 144 minutos, solo 21 minutos más que la otra película que se ocupó del mismo episodio, ¡Viven!, la producción estadounidense dirigida por Frank Marshall y protagonizada por Ethan Hawke y John Malkovich, entre otros.

Sin la menor intención de impugnar la labor de Bayona y sus guionistas (Bernat Vilaplana, Jaime Marqués y Nicolás Casariego), y conscientes de que el producto audiovisual tiene una vocación significativamente distinta a la del dispositivo literario, desvelaremos algunos de los detalles que no consigna la película y sí aparecen en el libro de Vierci. Es justo también señalar antes que el libro, una compilación de abundantes testimonios cuajados de anécdotas y conmovedoras revelaciones, resalta el espíritu solidario sobre el morbo que ha rodeado el caso: los que sobrevivieron al accidente tuvieron que comerse a los muertos para prolongar sus vidas.

Antes de la tragedia

Estamos en el Aeropuerto Internacional de Carrasco en Montevideo. Son las 8:05 horas de la mañana del jueves 12 de octubre de 1972, día que se conmemora la conquista de América. El equipo de rugby universitario Old Christians Club había alquilado un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya, el bimotor a turbohélice Fairchild 571 (F571), que debía llevarlos desde Montevideo hasta Santiago de Chile. Había 45 plazas y el precio era fijo, así que cuantos más pasajeros consiguieran, más baratos saldrían los billetes. Gracias a que era festivo, el pasaje se completó con familiares, amigos y amigos de amigos. 

El saldo de viajeros se acabaría resolviendo con 5 tripulantes y 40 pasajeros, entre los que se encontraban los 19 miembros del equipo de rugby. Lo que no cuenta la película es que Gustavo Zerbino, uno de los supervivientes más implicados en las labores de rescate, tuvo una premonición en Mendoza (Argentina), donde pararon la noche del 12 octubre. Le dijo a Esther, mujer del doctor Francisco Neila, el médico del equipo, que no quería volver a subir al avión. Ella pensó lo mismo.

Juan Antonio Bayona y Pablo Vierci

Juan Antonio Bayona y Pablo Vierci

Las inclemencias meteorológicas generaron una inquietud en torno a la reanudación de la marcha, que tendría que acabar en Santiago de Chile, donde el equipo jugaría un partido de rugby. Pero no se nos dice que un avión militar no podía permanecer en un aeropuerto extranjero más de 24 horas. Si no les daban el permiso de seguir con la ruta aérea, debían regresar. Zerbino y Roberto Canessa, otro de los grandes protagonistas a posteriori, empezaron a provocar a los pilotos, sugiriendo, entre burlas, que tenían miedo de volar. Tampoco aparece en la cinta de Bayona.

Incluso en el trayecto de Buenos Aires a Mendoza, un día antes, los jóvenes intentaban desequilibrar el avión colocándose todos a un mismo lado. No vemos el reprendimiento de uno de los tripulantes ni a Roy Harley lamentarse después por la imprudencia, que, dicho sea de paso, nada tuvo que ver con la tragedia final. Tampoco vemos que los pilotos Julio Ferradás y Dante Lagurara estaban tomando mate ni que, al cruzar la cordillera, el navegante no estaba en la cabina.

Contingencias

Una de las curiosidades más lamentables en torno a los prolegómenos del accidente es la que concierne a Tito Regules. La película no se hace eco de este individuo, que no cogió el avión porque se durmió tras una borrachera en la noche anterior. Por supuesto, tampoco sabríamos, si no fuera por el libro de Vierci, que este mismo moriría veintiún años después en un accidente de tráfico por quedarse dormido.

Quien ocupó su lugar en el viaje fue Graziela Mariani, que se dirigía a Santiago de Chile para asistir a la boda de su hija el día después. Tenía los billetes para asistir a un avión que partiría por la tarde, pero como sabía que más temprano partiría un avión militar, el que transportaría al equipo de rugby, se dirigió antes al aeropuerto para probar suerte.

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Eduardo Strauch olvidó el pasaporte y casi se queda sin viajar con el equipo. No se salvó por ocho minutos, pero el destino quiso que fuera uno de los 16 supervivientes (en el accidente, murieron 16 y 29 quedaron con vida; en el momento del rescate, las cifras habían dado la vuelta). Cuatro décadas después de la tragedia, un alpinista descubrió su billetera cerca del lugar del accidente y se la devolvió. Hubo muchas más contingencias de este tipo, pero estas son las más sobrecogedoras entre las que no aparecen en la película.

El accidente

El filme de Bayona no repara en que la colisión del avión con una montaña se produjo un viernes 13, considerado como el día de la mala suerte. Ocurrió exactamente las 15:35 horas. Quedaron a 3.500 metros de altura, había 30 grados bajo cero y casi no tenían oxígeno.

En la escena que recrea el accidente, una de las más espectaculares de la película, vemos cómo los pozos de aire entran con violencia en el avión, que ha perdido la cola, y que la nieve les golpea en la cara antes incluso de que el avión se detenga definitivamente, pero no se recoge que las luces quedaron encendidas, tal y como comprobó, sorprendido, Roy Harley.

Juan Antonio Bayona junto a la recreación del fuselaje

Juan Antonio Bayona junto a la recreación del fuselaje

"Pasamos Curicó". En los momentos inmediatamente posteriores a la colisión, vemos que uno de los pilotos acierta a pronunciar, a las puertas de la muerte, estas palabras, referidas a la región chilena que supuestamente habrían superado. Lo que no vemos es que el copiloto Lagurara pidiera a "Moncho" Sabella, otro de los supervivientes, que le pegase un tiro con un revólver Smith & Wesson calibre 38.

Carne humana

Entre las complejidades que presentaba la inexplicable historia de los Andes, Bayona tenía por delante la dificultad de tratar la cuestión de la carne, o sea, el hecho de sobrevivir alimentándose de los cuerpos finados. Para acabar resolviéndolo con esa elegancia que, a estas alturas, muchos ya habrán comprobado, se reserva detalles explícitos: por ejemplo, que primero empezaran comiendo los músculos, luego las vísceras y que, finalmente, acabaran rompiendo los cráneos con hachas para llegar al cerebro.

Canessa y Zerbino, los dos estudiantes de medicina que conformaban el equipo de los carniceros, conocían el Ciclo de Krebs, según el cual la proteína se puede transformar en azúcar y la grasa se puede convertir en proteína. “Podíamos sobrevivir con una dieta única a base de carne sin caer en la inanición”, relata Canessa en el libro de Vierci.

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Es muy logrado, en la película de Bayona, el momento en que se propone alimentarse con los cadáveres. Pero no se consigna que Canessa, uno de los más activos defensores de esta postura, se sintió “la persona más miserable del mundo”, tal y como relata en el libro. Ni que tuvo que masticar la carne y metérsela en la boca a Zerbino, que vino tan destrozado de una expedición que “se le habían aflojado los dientes”.

Habría sido morboso mostrar que algunos sobrevivientes guardaban un hueso en el bolsillo para luego chuparlo. ¿Y las apuestas sobre quién se moría primero? ¿Y el humor negro con frases del tipo “Tú no te mueras porque estás demasiado flaco y huesudo”? Tampoco están en la película.

La sociedad de la nieve (71 días)

El grueso del guion de La sociedad de la nieve se concentra en los 71 días de calvario de los supervivientes hasta que se produjo el rescate. Hasta el frío se siente, eso es cierto, a través de los abrazos en la noche para no quedar congelados dentro del fuselaje. Sin embargo, no vemos cómo se dosificaban cigarrillos pero nunca se escondieron, muestra de la solidaridad que acabó imponiéndose en tan macabra aventura. La organización tenía un engranaje propio de un grupo estajanovista: en lugar de manipular carbón de la mina, fundían hielo y cortaban carne. Otros se encargaban de la gestión psicológica.

Otro ejemplo de los que no aparecen en la película es el de Coche Inciarte, que interiormente había fechado su muerte el 24 de diciembre. Cesaría en una lucha absurda que no hacía sino alargar la tragedia; si el 24 no aparecía la útima expedición que había partido en busca de ayuda, se dejaría ir. Pero el rescate tuvo lugar un día antes.

Habría sido muy cinematográfica la escena de la botella llena de hielo, esa que algunos se acurrucaban contra el cuerpo para que se derritiera hasta poder beber de ella. La aparición del arriero hacia el final del filme sí resulta ser uno de los momentos más emocionantes. Y eso que no se nos cuenta que Sergio Catalán, la primera persona a la que ven los protagonistas desde el accidente, deja sus vacas a merced de los pumas, viaja ocho horas a caballo y 50 kilómetros en un camión del Ministerio de Obras Públicas hasta llegar a Puente Negro (Chile) para comunicar el paradero de los supervivientes a la policía.

Lo que ni el cine puede atrapar

Bayona no se detiene tampoco en las alucinaciones, paranoias y delirios derivados de las extremas temperaturas, de la monotonía del paisaje o del propio trauma que supuso estar abandonados en medio de la nada. Cómo atrapar los mensajes mentales de Canessa a su novia "para que continuara con su vida, para que no sufriera, para que no creyera que iba a regresar y se liberara de la tristeza de quererme y quedarse anclada en esa imposibilidad", leemos.

Tampoco sería fácil explicar con imágenes o palabras la alegría de Coche Inciarte al comprobar que seguía respirando. Ni la idea del suicidio sobrevolando a cada momento sobre las mentes de quienes seguían vivos.

Después de la tragedia

Definitivamente, la ficción no está dotada de los recursos suficientes para aproximarse al completo a una realidad tan inclemente. Ni siquiera la película de Bayona puede recrear la abrupta sensación que supuso pasar de 24ºC. a -30. Era imposible atrapar la magnitud del episodio que este libro, con asombrosa minuciosidad, desentraña, si bien es cierto que el filme se apodera de lo más importante y lo exprime. Son, fundamentalmente, dos sensaciones: una física y otra emocional.

De la primera advertimos la crudeza sin ambages: el pánico, la incertidumbre y la desolación están en la interpretación de los actores, en el brillante desempeño en los apartados técnicos —desde el montaje, los efectos especiales, la fotografía o el sonido hasta el maquillaje y la peluquería— y en la astucia del director para recrear escenas reales con todas las citadas herramientas a su alcance.

La segunda, la emocional, es simplemente inaprensible, pero Bayona ha sabido proyectar la lección de solidaridad que late al fondo de este trance: se comieron a los muertos para seguir soñando con la vida, que no podría haber continuado sin la vocación generosa de los que iban resistiendo. Y sobre este horizonte ha desplegado, inteligentemente, el peso del guion. El director ha detectado también la importancia de la religión para unos personajes que parecen estar teledirigidos en un juego de rol cuyo siniestro tablero, la intemperie, no tiene escapatoria.

La tragedia de los Andes —o el milagro, como también lo han llamado— revela una vez más que la adversidad todo lo iguala. También la muerte, y eso que restó mucho sufrimiento en la montaña. Pero el instinto de vivir finalmente se impone. Cuando Daniel Fernández se marcha en el avión, su madre le guarda una torta de su fruta favorita. Se la daría a la vuelta, pues siempre albergó la esperanza de su regreso. Estas y otras muchas anécdotas como las que hemos desgranado están contenidas en el libro La sociedad de la nieve, la semilla sobre la que crecería la emocionante película de Bayona.