Mario Vargas Llosa. Foto: Francesca Mantovani / Gallimard

Mario Vargas Llosa. Foto: Francesca Mantovani / Gallimard

Letras

'Le dedico mi silencio', la nueva novela de Vargas Llosa: un divertimento delicioso, musical y humano

El Nobel peruano fabula sobre un experto en música criolla que decide escribir la biografía de Lalo Molfino tras escucharle tocar la guitarra.

30 octubre, 2023 01:41

El ocaso de un escritor suele estar despojado de grandeza. Cuando me propusieron reseñar la última novela de Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936), temí que la edad hubiera menoscabado su talento. Además, el tema no me resultaba muy atrayente. A pesar del inspirado título, Le dedico mi silencio, la música criolla del Perú nunca ha despertado mi interés. Afortunadamente, la lectura desmontó todos mis prejuicios. No estamos ante el mejor Vargas Llosa, pero sí ante un divertimento delicioso, con personajes muy humanos y una prosa con un gran sentido del ritmo.

Le dedico mi silencio

Mario Vargas Llosa

Alfaguara, 2023. 303 páginas. 20,95 €

Los 87 años del peruano no han logrado eclipsar su talento. Quizás han recortado su ambición, pero no su destreza como fabulador. Vargas Llosa sigue preguntándose cuándo se jodió el Perú, pero ya no lo hace desde la angustia existencial, sino desde la perplejidad y el humor. Además, no deja en suspenso la cuestión. Se atreve a formular una hipótesis: el Perú se jodió cuando comenzó a desdibujar sus raíces mestizas y postergó esa alegría que brota en los suburbios, donde la música no es algo solemne sino un arrebato espontáneo con un gran poder de convocatoria.

Vargas Llosa explota el concepto de huachafería, un peruanismo que suele explicarse como sinónimo de cursi, para describir el espíritu de una nación. La huachafería es –según palabras del Nobel peruano publicadas en El Comercio en 1983– “una visión del mundo, una estética, una manera de sentir, pensar, gozar, expresarse y juzgar a los demás”. Para explicar esta peculiar filosofía, Vargas Llosa fabula sobre un experto en música criolla, el ficticio Toño Azpilcueta, que decide escribir la biografía de Lalo Molfino tras escucharle tocar la guitarra una noche.

Azpilcueta aprecia un talento descomunal en Molfino y le sorprende que casi nadie le conozca. Con la ayuda de un inesperado mecenas, decide investigar y se desplaza a Chiclayo y Puerto Eten, los lugares más significativos en la vida del misterioso guitarrista. Sus pesquisas serán doblemente reveladoras. A medida que conoce mejor a Molfino, también aumenta su comprensión del Perú, un país violento, sentimental y huachafo. Ambientada en los años 90, la trama incluye referencias al terrorismo de Sendero Luminoso, que pretende liquidar la cultura popular y reemplazarla con los dogmas del maoísmo.

Sería inexacto afirmar que Le dedico mi silencio es una ficción. Lo novelístico convive con lo especulativo y ensayístico. Esta vez Vargas Llosa no sigue los consejos de Flaubert. Se nota poderosamente su presencia, con una perspectiva irónica, apasionada y nostálgica. Frente a la mística revolucionaria de los senderistas, opone el júbilo de los callejones de Lima, salpicando la peripecia de comentarios eruditos. Al igual que Toño Azpilcueta, opina que la música no es un mero entretenimiento, sino algo que nos permite soñar y que puede crear sólidos vínculos entre las personas.

Vargas Llosa sigue preguntándose cuándo se jodió el Perú, pero ya no lo hace desde la angustia existencial, sino desde la perplejidad y el humor

La huachafería que impregna la música criolla es un modo de entender el mundo “más ingenuo y más tierno, menos culto pero más intuitivo”. No divide, acerca y hermana. Y, sobre todo, alumbra imágenes como un huérfano afinando una guitarra para extraer de ella el cariño que le escatimó la fatalidad o un anciano haciendo bailar a unos desconocidos con los sonidos arrancados a un viejo cajón.

Vargas Llosa no oculta los contrastes de la sociedad peruana. Lalo Molfino procede de los estratos más bajos. Si un sacerdote italiano no lo hubiera rescatado, habría sido devorado por las ratas. Su talento procede de una herida. La guitarra que rescató del vertedero y logró reparar le ayudó a aplacar el dolor de haber sido rechazado y desconocer sus raíces. Azpilcueta, de orígenes algo confusos, también participa de ese temor. El ser humano necesita pertenecer a una familia, a una una patria. Algo que le libre de la soledad y el desamparo.

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Perú no es Brasil, con sus explosiones de alborozo, pero sí es un país que cultiva la amistad. Existir es compartir. La calle, el bar, el lecho. El erotismo que Vargas Llosa ha desarrollado en otras novelas aquí solo es una nota marginal, pero con un fuerte carácter reivindicativo. El feliz matrimonio de Toni, un miraflorino, y Lala, una sensual negra, soportará la incomprensión social gracias a la felicidad entre las sábanas. La tragedia de Lalo es tan desgarradora porque el trauma de haber sido abandonado le ha inhabilitado para la amistad y el sexo. Solo sabe tocar la guitarra y cuidarla como si fuera un ser vivo con el corazón en ruinas.

Le dedico mi silencio debe leerse con el mismo talante con el que se escucha un vals criollo. Entre sus páginas, hay notas de color, pero también grandes dosis de melancolía. Me resisto a decir que esta novela es la despedida de Vargas Llosa. Prefiero aventurar que es su penúltimo libro. Quizás peque de utópico, pero a fin de cuentas esta novela formula una hermosa utopía. Allí donde han fracasado las ideas intentando construir paraísos que han desembocado en infiernos, puede triunfar la música, creando espacios para los afectos y el placer.

El mundo necesita huachafería, es decir, ternura, intuición, delicadeza. La nota barroca del final, con un Azpilcueta con los pies en la tierra (es decir, derrotado y desengañado), solo pone de manifiesto que las utopías nunca podrán desprenderse de su aire de irrealidad. El destino del ser humano es soñar, pero esa razón que le ha diferenciado del resto de las especies es también el sol que quema las alas de su imaginación. No podemos evitar esa caída, pero solo hacen falta las notas de un guitarrista solitario e introvertido como Lalo Molfino para que alcemos otra vez el vuelo.