Ramiro Pinilla. Foto: Iván Giménez

Ramiro Pinilla. Foto: Iván Giménez

Letras El libro de la semana

La novela inédita de Ramiro Pinilla, el escritor atípico que dibujó intrigas en el Getxo de la dictadura

Abandonada en un trastero, seguramente por miedo a la censura, este relato de intriga no es un libro menor del original narrador vasco. 

25 septiembre, 2023 01:00

Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923-2014) fue rara avis en la literatura de su tiempo. En lo privado, no pertenecía al mundillo profesoral, cultural y periodístico común entre los escritores. Había sido maquinista naval, trabajaba en una fábrica y atendía una granja de gallinas con huerto cerca de Getxo, escenario simbólico de una obra narrativa que llegó a alcanzar dimensiones amazónicas.

El hombre de la guerra

Ramiro Pinilla

Tusquets, 2023. 296 páginas. 19 €

También fue Pinilla un narrador atípico. Cuando publicó su primera novela reconocida, Las ciegas hormigas, en 1961, dominaba en nuestras letras el realismo social, naturalista y de denuncia. La moda imponía el objetivismo estricto y era referencia obligada el Nouveau Roman. La etapa efervescente de la literatura politizada, aquel agitprop antifranquista, tuvo lugar a finales de los cincuenta y aún conservaba mucha fuerza a comienzos del siguiente decenio, pero ya se notaban signos de cambio, al menos un cuestionamiento del exclusivismo realista.

Por eso los editores, siempre atentos al negocio, se abrieron a otros impulsos. El Nadal premió en Las ciegas hormigas una obra que hundía sus raíces en espacios imaginarios y William Faulkner, considerado por Pinilla como su gran maestro, desplaza a los Butor y Robbe-Grillet. Un año antes, el puro fantaseamiento y el culturalismo heleno habían triunfado de la mano de un gallego entusiasta de la invención, Álvaro Cunqueiro, con Las mocedades de Ulises.

Aunque no tenga la envergadura de 'Verdes valles, colinas rojas', este inédito no es un libro menor de Pinilla

En este contexto de renovación se encaja la obra de Pinilla, anclada en el irrealismo y el mito. Solo una vez, con Antonio B., el rojo, rompió esa ambientación y practicó un realismo reporteril con el que denunciaba los atropellos de la dictadura a un pobre hombre.

El resto de su voluminosa obra se sitúa en un mundo propio enraizado a fondo en el País Vasco y que fue construyendo con sucesivas entregas. En los cinco relatos del libro seminal ¡Recuerda, Oh, recuerda! se anuncia ya, en 1975, el “gran cuento” que sería la monumental trilogía Verdes valles, colinas rojas, una saga donde Pinilla pone su enorme poder fabulador al servicio de un amplio fresco histórico y social de su tierra natal; una alegoría que conjuga fábulas fundacionales y el mundo rural e industrial enfrentados desde finales del siglo XIX.

[Adiós, Ramiro. Adiós, amigo, por Fernando Aramburu]

Lugar propio dentro de este conjunto ocupan, por otra parte, tres novelas donde el detective Esparta aborda varios casos y en las que Pinilla cultivó un género muy de su gusto, el policiaco. Además, entre sus papeles había quedado olvidada una novela independiente, El hombre de la guerra, que, según su compañera y atenta albacea María Bengoa, debió de escribir entre 1972 y 1974.

Conviene dejar bien claro que esta publicación póstuma no es el rescate de un texto pendiente de revisión, o sobre el que el autor albergara dudas, como suele ocurrir con frecuencia. La obra estaba cerrada y lista incluso con copias para enviarla a las editoriales. Ocurrió, informa Bengoa en un oportuno apéndice del libro, que quedó abandonada en un trastero porque entonces Pinilla andaba a la vez en otros trabajos.

También, pienso, porque albergaría dudas del trato de la censura ya que desde el propio título se apuntaba a un núcleo intocable de la dictadura, la guerra civil y sus efectos. Lo cual se hacía no de forma velada, como contexto de la acción referida en el argumento. Se formulan afirmaciones explícitas y directas: “Somos lo que nos hizo la guerra”. Y la respuesta a la pregunta acerca de qué clase “de pasiones nacieron a lo largo de tantos años aniquiladores”, los de la guerra y dilatada posguerra, se halla en la corrupción moral que relata la novela. No sería exagerado considerarla una metáfora de los efectos opresivos de la dictadura sobre las conciencias.

Tales pasiones, malsanas, constituyen, en efecto, el humus de un relato con un fuerte componente de intriga, de suspense, de investigación criminal. La historia parte del perentorio mensaje que la anciana Flora, tía del protagonista, le dirige a su sobrino, Urko Pínaga, para que regrese al pueblo, Matallu, cerca de Getxo, desde Inglaterra, donde vive.

[El cementerio vacío, de Ramiro Pinilla]

Urko fue un niño expatriado a Londres y regresa con ese motivo 36 años después de continuada ausencia. Cuando llega, Flora ha fallecido e ignora la causa de la llamada de socorro, que la mujer no aclaraba en la carta. Quizás fuera la amenaza de demolición que pesa sobre la casa familiar. O quizá otros motivos, pues poco a poco Urko va desvelando una madeja de misterios familiares, de sordas pasiones, de disimulos y engaños, quizás hasta de alguna muerte violenta.

Aclarar ese bucle de intrincados misterios se convierte en un empeño absoluto. Lo cual agita sus raíces y le lleva a reflexionar sobre su identidad, determinada por su condición de exilado. En el velatorio conoce a su joven prima Regina, junto a la cual removerá las cenizas del pasado y con quien se interna en una laberíntica historia familiar.

En su aspecto más externo la novela tiene el carácter de relato de intriga. En él Pinilla despliega una densa red de conjeturas, equívocos, sospechas. La acción avanza, retrocede y se enreda con un cierto grado de virtuosismo.

En cualquier caso, el lector es rehén del suspense y de los vaivenes de los sucesos. Además plantea los límites difusos entre verdad e invención al hacer que Urko, autor de novelas policíacas, conecte el relato que leemos con los recursos de las novelas que él mismo escribe. La línea de investigación se enriquece, por otro lado, con trazos de los relatos góticos de fantasmas y terror, todo ello muy logrado por los efectos inquietantes que produce.

[Cadáveres en la playa, de Ramiro Pinilla]

Mención aparte merece un asunto capital que adensa la intriga. Me refiero a un vivo sentimiento del cambio que contrasta el recuerdo de un ayer campesino con fuertes marcas de lo más genuino y el deterioro que la modernidad inflige en el paisaje y en formas de vida.

La capacidad para plasmar un ambiente familiar extraño, la creación de personajes singulares, la indagación en recónditas enfermedades del alma, la exploración del sordo reclamo del sexo, el acopio de historias curiosas (algunas casi relatos sueltos), la versatilidad formal, el suspense sostenido, un barniz de pensamiento y un fondo de testimonio, todo ello bien imbricado, se salda en una notable novela de muy grata lectura. Aunque no tenga la envergadura de la trilogía vasca, este inédito no es un libro menor ni marginal de Ramiro Pinilla.