“Me lo he pasado bomba escribiéndola, pero ajustándola las he pasado putas”. Así describe Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) el alumbramiento de su última novela, El problema final (editorial Alfaguara), una “recreación” (no le gusta la palabra “homenaje”) de las novelas policiacas clásicas; y especialmente de la novela-problema, esa en la que se plantean crímenes imposibles con víctimas asesinadas en habitaciones cerradas por dentro, subgénero en el que John Dickinson Carr fue un maestro. 

Hablamos de casos investigados por detectives no violentos, cerebrales y educados, como el Sherlock Holmes de su tocayo Arthur Conan Doyle, los Hércules Poirot y Miss Marple de Agatha Christie, o Ellery Queen, a la vez personaje y seudónimo conjunto de Frederick Dannay y Manfred Bennington Lee. Novelas, en definitiva, “matemáticas”, en las que “no importa tanto el quién y el porqué sino el cómo”, señala el escritor.

Todos estos ingredientes clásicos aparecen, con algunas modificaciones para seducir al lector contemporáneo, en El problema final, concebida “como una emboscada para un lector cómplice, jugando con sus lecturas, las películas que ha visto y su modernidad”, de modo que “lo que sabe se puede volver contra él”, asegura el escritor y académico de la RAE. Por tanto, más que “un duelo entre el detective y el asesino”, lo que plantea es “un duelo entre el autor y el lector”: “Lo que le estoy diciendo es ‘ven a jugar conmigo a las novelas como las de antes’”, señala Pérez-Reverte, que reconoce haber “saqueado sin escrúpulos” a los grandes maestros del género y que esta es la novela que más veces ha reescrito.

Pérez-Reverte ante la estatua de Sherlock Holmes en Baker Street Station, Londres. Foto: JEOSM

“Quería ver si yo sería capaz de evitar que el lector del siglo XXI descubriera el enigma antes de tiempo”, explica Pérez-Reverte, consciente de que “hoy ya no hay lectores ingenuos” como lo era él cuando de niño leyó todas estas novelas. “Por eso mandé la novela a la editorial sin el último capítulo, para ver si alguien era capaz de resolver el caso. Y nadie pudo”, se jacta el escritor. Así fue como se dio cuenta de que la novela funcionaba.

Todo esto lo explica Pérez-Reverte con una amplia sonrisa durante un viaje a Londres, la ciudad de Sherlock Holmes, personaje que recupera (a medias) en El problema final. No obstante, la novela, que ha salido a la venta este martes, 5 de septiembre, no transcurre en la capital británica de finales del siglo XIX o principios del XX, sino en junio de 1960 en una diminuta isla ficticia frente a Corfú que queda aislada debido a un fuerte temporal. Esto permite a Pérez-Reverte construir en ella el clásico enigma de cuarto cerrado con apenas una docena de personajes entre los que figuran los escasos huéspedes del único hotel de la isla, su propietaria y el personal de servicio.

Portada de 'El problema final', de Arturo Pérez-Reverte. Editorial Alfaguara.

Mientras esperan a que amaine el temporal, aparece muerta la turista inglesa Edith Mander. Pero lo que en principio parece un suicidio podría tratarse de un crimen. Entre los huéspedes, casualmente, se encuentra el británico Hopalong Basil, trasunto de Basil Rathbone, actor que en la vida real interpretó en numerosas ocasiones a Sherlock Holmes en la gran pantalla. Ya que la policía de Corfú no puede viajar hasta la isla mientras dure el temporal, todos coinciden en que el intérprete que dio voz, rostro y cuerpo al detective más famoso de la literatura es el más indicado para investigar el caso. Lo que al principio le parece una locura se convierte para él en un placentero reto intelectual y una manera de rememorar sus días de gloria. Porque Hopalong Basil es el clásico protagonista revertiano, un héroe crepuscular que conoció tiempos mejores.

Y en el papel de Watson tenemos a Paco Foxá, un exitoso escritor español de novelas populares, que se conoce al dedillo todos los casos de Sherlock Holmes, que asume con entusiasmo su rol de ayudante de Basil y que, como el actor, es capaz de recitar de memoria muchos diálogos de los libros.

A los sobrevenidos Holmes y Watson les acompañan un productor de cine italiano, amigo del protagonista; una diva de ópera en decadencia; un matrimonio alemán, un médico turco; la amiga de la turista asesinada; además de la dueña del hotel, superviviente de Auschwitz y los tres empleados del hotel.

Además del juego metaliterario y las conversaciones entre Basil y Foxá acerca de la literatura y sus mecanismos, el libro también hace un guiño a la edad dorada de Hollywood, con menciones constantes a directores, actores y actrices con los que trabajó, mantuvo relaciones o vivió algún tipo de anécdota el protagonista de esta novela, como Errol Flynn, Bette Davis, Marlene Dietrich o Greta Garbo. Como en otros libros de Pérez-Reverte, la mezcla de personajes reales y ficticios otorga libertad al autor, aunque asegura que todos los chismes del mundo del cine (y no son pocos) que se cuentan en El problema final son reales.

Para escribir la novela, Pérez-Reverte ha releído todas las historias de Sherlock Holmes, ha vuelto a ver todas las películas en las que lo encarnó Rathbone (que ya había visto docenas de veces, asegura), y ha releído o leído por primera vez un sinfín de novelas de detectives, incluso algunas muy malas. "Pero hasta en las peores hay algún rasgo de talento: alguna página, algún truco, algún mecanismo o algún hallazgo interesante".

El móvil (del autor)

Pérez-Reverte ha escrito esta novela “como reacción ante la saturación de novela negra” que hay actualmente, algo que, en su opinión, ha “devaluado” el género, aunque "no lo ha matado". "Por cada cincuenta, hay tres o cuatro que son muy buenas", opina. Por eso le parecía interesante recuperar para el lector actual a su antecesora, la novela policiaca o de detectives clásica, que Edgar Allan Poe inauguró en el siglo XIX con relatos como Los crímenes de la calle Morgue

No obstante, el autor de El italiano no ignora que a la novela de detectives clásica ya le había pasado lo mismo que a su sucesora: el éxito de Conan Doyle la puso de moda y eso generó un exceso de novelas mediocres que provocaron precisamente, como reacción norteamericana, el nacimiento de la novela negra, con autores geniales como Raymond Chandler, Dashiell Hammett o el belga Georges Simenon, tramas más violentas, personajes corruptos con una gran complejidad psicológica y, en general, una delgada frontera entre el bien y el mal.

Arturo Pérez-Reverte frente al museo de Sherlock Holmes, en el número 221B de Baker Street, Londres. Foto: JEOSM

Sobre la ambientación mediterránea, Pérez-Reverte reconoce que la eligió por apetencia, ya que quería pasar una temporada en la isla griega de Corfú, donde está fechada la novela a enero de 2023. En cuanto a la época elegida, el escritor optó por 1960 porque es “el límite de la modernidad”, una época de viajeros sofisticados, buenos modales y elegancia en el vestir. “Para meterme en un mundo en el que voy a estar un año y medio, prefiero estar con gente educada”, bromea.

Regreso al hogar

Mis novelas son una suma de mis lecturas, mi vida y mi imaginación”, asegura Pérez-Reverte. Con esta, el autor ha regresado a su infancia y a las dos bibliotecas con las que creció: la de su abuelo paterno, llena de grandes clásicos, y la de su abuela materna, llena de los best-sellers de la época. “Esta novela me ha enseñado lo mucho que había olvidado sobre mis lecturas y me ha devuelto el aroma del hogar”, afirma el autor. 

No obstante, aunque ha sido “muy feliz” durante el año y medio que ha tardado en escribirla, asegura que no es el comienzo de una nueva serie y que no escribirá otra novela-problema. “Yo no hago series, excepto por Alatriste y Falcó”. De su célebre espadachín a sueldo, por cierto, confiesa que le quedan dos últimas entregas para cerrar la serie.

Pérez-Reverte confiesa que escribir le mantiene “lúcido, atento y en forma” a sus 71 años, y espera “seguir luchando mientras pueda”, aunque no vislumbra el final de su carrera literaria como una tragedia: “Puedo vivir sin escribir, pero no sin leer”, dice, y también que “las agonías mal llevadas son muy tristes”.

Cuando habla de su oficio, al que se refiere siempre como un artesano y no como un artista, siempre menciona a quien se sitúa al otro lado de la página: “No me preocupan las ventas, por suerte tengo la vida resuelta desde hace mucho tiempo, pero sí me preocupa decepcionar al lector. Pienso en él continuamente, lo tengo sentado enfrente todo el día”. Por eso espera que, cuando llegue el momento en que su producción literaria ya no esté a la altura de lo conseguido hasta ahora, sea un lector amigo el que se lo haga ver, diciéndole: “Ya está, don Arturo, déjelo ya”.