J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 1940) se encuentra en Madrid desde el pasado 20 de junio. El autor de Desgracia, reconocido con el Premio Nobel de Literatura en 2023, tiene una misión: escribir sobre el Museo del Prado, el enclave artístico de nuestro país que tanto le fascina desde hace años. La institución es su residencia durante estas tres semanas. 

Coetzee es el autor seleccionado por la institución para inaugurar el proyecto Escribir el Prado, que cuenta con el apoyo de la Fundación Loewe y con Valerie Miles como asesora literaria del programa. El autor, residente en Adelaida (Australia), pudo contemplar en su primera jornada las obras de Patinir, El Bosco, Van der Weyden, la Galería Central, con parada en la exposición de Picasso y El Greco, y la sala de Las Meninas, según informaron desde la pinacoteca.

El texto que legue el escritor sudafricano, fruto de la contemplación y el análisis de las obras del museo, será el primero de la colección enmarcada en el ciclo, una iniciativa que potencia la asimilación de los vínculos entre la palabra y la imagen, el lenguaje y la pintura, la narrativa y las artes plásticas. La conversación mantenida este lunes en el auditorio del Prado con su traductora al español, la filósofa y escritora Mariana Dimópulos, discurrió por estos registros. En el centro, un concepto ineludible, la traducción, cuyo significado se proyecta en dos dimensiones: interpretar (imágenes) y descifrar (palabras).

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“El Prado es un depósito de imágenes, no de palabras”, advirtió el escritor al inicio del encuentro, titulado Los lenguajes del arte. Coetzee, que transmitió los agradecimientos protocolarios en español, se remitió al mito de la Torre de Babel —el castigo divino de “hablar distintas lenguas y no un idioma para todos”— para esgrimir su postulado al respecto de la interpretación visual. Desde Babel, “se perdieron los nombres primigenios”, avanzó. “Todas las palabras que voy a decir son falsas porque han perdido contacto con la realidad. Entre la palabra y aquello a lo que señala, hay un vacío”

Pero “las imágenes en el Prado no deberían estar sujetas a la maldición de Babel; no necesitarían traducción ni intermediario alguno”. Lo están, en cambio, porque a los artistas "nos interesa no solo interpretar la imagen, sino comprenderla", dijo. Poco menos que las palabras fuesen capaces de sustituirla. "No es posible", reconoció el escritor, "por mucha información que tengamos". E hizo un matiz: "Sí podemos ofrecer un sustitutivo verbal, pero no será una traducción". Por cierto, que "desde Platón, la imagen no es el objeto. Nos seduce, puede ser incluso más falsa que las palabras".

¿Qué puede hacer un escritor, siempre inconformista, para traducir el significado de una obra pictórica, a sabiendas de que no es posible que "un bloque de palabras" llegue a sustituirla? Si se trata de un retrato, Coetzee se centra en la mirada del modelo. Así la proyección en el auditorio de dos pinturas que representan "la mirada apartada". En primer lugar, el retrato San Jerónimo leyendo una carta (1627-29), de Georges de La Tour. Coetzee ansía un contexto para conocer cuáles son los motivos de esa mirada: necesita saber quién es, qué carta está leyendo, incluso por qué esa obra merece estar en una pinacoteca.

Vermeer, por su parte, nos presenta a una Joven leyendo una carta (1657-1659) que "no nos mira ni es consciente de que la vemos", apuntó el Nobel. Esta consideración le sirvió para recordar al público asistente que el nacimiento de la fotografía trajo "un debate de peso" acerca del acto de capturar las imágenes de personas que son vistas pero no lo saben. Le interesa, a propósito, lo que el lenguaje sugiere: por ejemplo, el inglés propone la expresión "tomar una foto" (take a photo) en lugar de "hacer una foto".

'Autorretrato' (1815), de Francisco de Goya © Museo del Prado

El caso del retrato del Papa Inocencio X (1650), de Velázquez, es distinto. El modelo esta vez sí mira a la cámara. A Coetzee no se le escapa que "Velázquez quería decirnos algo" poniendo esa carta en las manos del sumo pontífice, pero lo interesante aquí es que el pintor barroco no necesitaba la mediación de la palabra porque la mirada, la que Velázquez supo captar, "lo dice todo".

Respecto al Autorretrato (1815) de Goya, más de lo mismo. "No es la mirada típica de un retratado", señala el escritor. Ni siquiera aspira al futuro, añade: "Goya no dice: 'Yo veo cómo van a verme los madrileños en 2023'". En fin, ni Goya ni Velázquez necesitan "mediación verbal" para transmitirnos la sensación del retratado. El escritor sí lo requiere, pero como es imposible consignarlo "debemos absorber y aceptar esas miradas". "Podemos describirlo, pero no traducirlo", concluye.

La traducción, esta vez de los textos, fue el concepto sobre el que transcurrió la segunda parte de la conversación. La interlocutora, Mariana Dimópulos, tenía mucho que decir acerca de este asunto, pero antes Coetzee relató la anécdota correspondiente al proceso de edición en Vietnam de su libro Infancia, primero de la saga en la que se ocupó de sus memorias. "Los hermanos subieron al autobús" fue la frase que desencadenó el malentendido, derivado del "problema de equivalencia lingüística en los idiomas", según apuntó Dimópulos.

Resulta que el término "hermano" no existe como tal en la lengua vietnamita, mientras que "hermano mayor" (anh cả) y "hermano menor" (em trai) sí tienen traducción. Desde la editorial, preguntaron a Coetzee quién era el hermano mayor y quién el menor. "No lo sé, pero qué importa", fue la respuesta del autor, que desató las carcajadas en el auditorio del Prado.

La traducción y los conflictos del idioma

Otro de los conflictos que generan los idiomas es "la ausencia de indicios de distancia en el trato interpersonal en inglés", según anunció Dimópulos. La responsable del trasvase al español de las obras de Coetzee señaló que esas referencias son "añoradas por los traductores". En efecto, en español y en alemán sí existe el “usted”, por tanto se diferencia el grado de formalidad; mientras que en inglés "no hay pronombre respetuoso".

Coetzee aprovechó este momento para ponderar la labor del traductor, que debe intuir qué relación subyace entre los personajes implicados. Hasta cierto punto, su mérito incluso alcanza la condición de "semiautoría", según su criterio. La traducción de El polaco (Random House, 2022), la última novela publicada por el autor, resultó especialmente difícil para Dimópulos. Se trata de una novela "discutida línea a línea" con el autor, pues los protagonistas se comunican en un idioma, el inglés, que no es el suyo. La extraordinaria dificultad de la tarea de Dimópulos se explica por sí misma.

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Así, la versión española de El polaco fue la única que existió desde agosto de 2022 a marzo de 2023. "Las fuerzas superiores que operan en el sector" —las editoriales que se ocupan de la publicación de las obras de Coetzee— se negaron a que las otras traducciones no se hicieran desde el español, tal y como deseaba el autor. "Si este libro lo hubiera escrito en albanés [originalmente], hubieran abandonado ese principio", sugirió. Y no fue la única crítica que deslizó antes de terminar la charla.

Sudáfrica, el país de Coetzee, adoptó el idioma de sus colonizadores. Cabe suponer que se trata de uno de los motivos que explican que este lunes se mostrara “muy desilusionado con el inglés como fuerza política global”. Tanto que la escritura de El polaco responde al "deseo de recalcar mi ruptura personal con la lengua", añadió.