¿Quién quema libros y por qué? La respuesta más usual señalaría a ultras, dogmáticos, verdugos y totalitarios o, mejor, una mezcla de todos ellos. Siendo cierta en lo esencial, esta hipótesis omite una dimensión fundamental en la destrucción de la cultura escrita.

Allí donde se queman libros

Gaizka Fernández Soldevilla y Juan Francisco López Pérez

Tecnos, 2023. 261 páginas. 27,50 €

Deslumbrados por el fulgor de las hogueras del III Reich, que constituye nuestro paradigma, tendemos a pensar que una característica consustancial a los nazis y fanáticos en general es el odio a los libros, cuando en realidad solo odian determinados libros y, en cambio, es muy probable que financien y cuiden bibliotecas acordes con sus doctrinas.

Esta matización es indispensable para entender el fenómeno de la violencia contra libros, librerías, editoriales y cultura escrita en general. Lo que determinados sectores extremistas vituperan es la libertad y la tolerancia y, en consecuencia, atacan el pluralismo, que conciben como debilidad inadmisible. Buscan la imposición de sus credos mediante la coerción brutal y la hegemonía de sus textos como verdad indiscutible. Fuerza Nueva, en cuyo nombre se perpetraron múltiples atentados, se fundó como editorial. Txalaparta ejerció una función semejante en el entorno abertzale.

[El otro plan de Hitler para dominar Europa: saquear millones de libros para borrar a sus enemigos]

No es casual la mención a esos dos sectores políticos. En el medio siglo largo que va de 1962 a 2018, el período que abarca este libro, estos dos extremos –ultraderecha y ultraizquierda nacionalista– se reparten casi la totalidad de acciones violentas que se cometieron contra las librerías. Esto no quiere decir que se les pueda equiparar sin más por distintas razones que no podemos aquí desgranar. Tampoco se distribuyen los hechos vandálicos de modo uniforme en los 56 años considerados, porque la mayoría de los mismos (un 75 %) se concentra en la transición y más en concreto el lapso entre 1973 y 1978.

Otro factor que no puede menospreciarse es el ámbito geográfico, pues solo cuatro regiones concentran dos tercios de la violencia: Cataluña, País Vasco, Madrid y Comunidad Valenciana. La zona vasca presenta además la especificidad de constituirse como territorio privilegiado para el despliegue de agresiones de signo político opuesto.

La ultraderecha y ultraizquierda nacionalista se reparten casi la totalidad de acciones violentas contra las librerías

Los ataques contra las librerías formarían parte del terrorismo de baja intensidad, y su surgimiento y desarrollo no puede desligarse de las difíciles condiciones en que se realizó la transición. Con buen criterio, los autores insertan estas acciones en un marco más amplio, la eclosión de la tercera ola terrorista que sacude Occidente desde fines de los 60.

En este sentido, debe reconocerse que, por lo general, los ataques contra librerías eran actos vandálicos más aparatosos que letales. Aun así, generaban considerables pérdidas en pequeños negocios como eran las librerías y, sobre todo, contribuían a incrementar el clima de inseguridad y miedo que despertaban los grandes atentados sangrientos del período.

Los ataques contra librerías eran actos vandálicos más aparatosos que letales

El libro de Fernández Soldevilla y López Pérez, pese a su engañosa brevedad constituye la obra más completa y actualizada para acercarse a lo que fue en nuestro país esta modalidad de acciones terroristas. Y se erige en última instancia de modo explícito en homenaje a esos establecimientos que resistieron en momentos muy duros. Fueron numerosas las librerías asaltadas por los vándalos pero, entre todas, los autores escogen tres como emblemáticas: Lagun (San Sebastián), Antonio Machado (Madrid) y Tres i Quatre (Valencia), los comercios “golpeados con más encono y frecuencia por los fanáticos”.

Su “valor a prueba de bombas”, nunca mejor dicho, les ha permitido subsistir hasta hoy, algo extraordinario y que, por supuesto, no estuvo al alcance de todas. Cerraron por diferentes motivos otras tan representativas como El Parnasillo (Pamplona) o Minicost (Andoain). Todas ellas merecen nuestro reconocimiento por mantener la llama de la libertad.