Irène Némirovsky solo tenía 39 años cuando murió entre las alambradas de Auschwitz. Ha-bía nacido en 1903 en Kiev en el seno de una acaudalada familia judía que se exilió en París tras el triunfo de la revolución bolchevique. Con solo dieciocho años comenzó a escribir en francés, el idioma que había aprendido de su institutriz. A pesar de que su escritura fluyó caudalosamente, alumbrando 18 novelas y alrededor de 50 relatos, el reconocimiento no llegó hasta que en 2004 se publicó su inacabada Suite francesa, ambientada en la Francia de Vichy.

Dos

Irène Némirovsky

Traducción de José Antonio Soriano. Salamandra, 2023. 283 páginas. 19 €

Brillantemente traducida por José Antonio Soriano, Dos, una historia sobre el amor, la pasión y el desengaño, llega ahora al mercado español, corroborando que Némirovsky fue una de las grandes novelistas de su tiempo.

Publicada originalmente en 1936, recrea la Francia de entreguerras, cuando los felices años veinte parecían augurar un futuro de paz y prosperidad. Los protagonistas de esta ficción saturada de lucidez y desgarro son Antoine Carmontel y Marianne Segré, dos jóvenes de familias burguesas. Primero serán amantes y, al cabo de un tiempo, marido y mujer. En ese viaje, que comprenderá dos décadas, experimentarán fervor, desencanto, apatía, asombro, gratitud. Solo al final llegará una complicidad tranquila, engendrada por el sufrimiento compartido y la necesidad de adaptarse a las imperfecciones de la vida.

La pasión es un impulso irreflexivo, un malentendido. Los amantes deforman la realidad para satisfacer sus anhelos. Marianne cree que Antoine es una especie de Byron, un joven orgulloso y refinado que desafía a la sociedad con su sentido de la libertad. Antoine piensa que Marianne es una muchacha independiente y valerosa, sin ninguna preocupación por los convencionalismos. En realidad, los dos son frágiles e inseguros y no lo descubrirán hasta que el matrimonio les permita conocerse mejor.

Némirovsky es una excelente prosista, capaz de combinar el retrato psicológico, el apunte filosófico, la nota histórica y la pincelada lírica sin menoscabar el ritmo del relato. No es una escritora invisible, que enmudece para dejar hablar a los hechos, sino una voz reflexiva y profunda. No sigue las enseñanzas de Flaubert. Está más cerca de Proust, que se niega a desprenderse de su subjetividad, pues entiende que la ficción está ligada al mundo interior de su creador y no puede eludir su necesidad de expresarse.

Némirovsky es una excelente prosista, capaz de combinar el retrato psicológico, el apunte filosófico, la nota histórica y la pincelada lírica sin menoscabar el ritmo del relato

Dos puede leerse como una hermosa y áspera historia de amor, pero no se limita a encadenar peripecias. En todo momento, salpica el relato de consideraciones atinadas y nada intempestivas. Némirovsky describe la felicidad como algo que huye sin descanso. El ser humano parece abocado al instante, un horizonte que se desvanece apenas nos aproximamos a él. Los momentos felices que comparten los amantes son más precarios que un objeto. De ahí que a veces surja la tentación de entregar el corazón a un cuadro o una porcelana, pues son más fiables que los afectos, tan inestables.

Némirovsky despliega una visión pesimista –pero no descarnada– de las relaciones humanas. Su desaliento quizás nace de una infancia infeliz, con una madre nunca le prestó atención. Quizás por eso escribe que las heridas no se cierran con facilidad y que realmente no conocemos a los demás. Padres e hijos comparten el hogar, pero eso no significa que se comprendan o intenten averiguar qué sienten realmente. Las pasiones no son más esperanzadoras. Los amantes siempre desembocan en la decepción mutua. Madurar consiste en renunciar a los ideales irrealizables y aceptar que la verdadera dicha no es un estado de plenitud, sino de serenidad.

Antoine y Marianne viven un idilio ardiente, pero el fuego se apaga al convertirse en matrimonio. Los dos buscarán la pasión perdida en otros brazos. Esas aventuras solo aplacarán temporalmente su insatisfacción. Al cabo de los años, dejarán de frecuentar otros lechos, pues entenderán que el deseo solo deja un amargo sabor a ceniza. No recobrarán la pasión del principio, pero en su lugar fructificará la amistad.

Némirovsky introduce muchas tramas secundarias, sin caer en dispersión. Son particularmente conmovedoras las historias de Évelyne y Solange. Ambas morirán prematuramente. El suicidio y un aborto serán la causa de su trágico fin. La compasión que inspiran no está exenta de egoísmo. Marianne reconoce que “nunca se llora solo por los demás”. La muerte de los padres o las enfermedades de los hijos ponen de manifiesto que la vida es un latido que puede detenerse en cualquier instante.

Némirovsky nos advierte sobre los riesgos del inconformismo: si esperamos el paraíso, probablemente acabaremos en el infierno

El instante, como apuntamos más arriba, es plenitud, pero también vacío. La embriaguez del amor es efímera y peligrosa. Némirovsky apunta que la paz interior solo se obtiene con el amor conyugal. Al hacer balance de su matrimonio, Marianne concluye: “unidos eran invencibles. […] separados, los seres más débiles del mundo”.

Desgraciadamente, la experiencia adquirida no puede transmitirse a los hijos, condenados a madurar a base de errores y fracasos. Los vástagos de Antoine y Marianne no se librarán de incurrir en las mismas equivocaciones que sus progenitores. La existencia es un círculo que se reproduce sin fin. Némirovsky nos advierte sobre los riesgos del inconformismo. Si esperamos el paraíso, probablemente acabaremos en el infierno. Aunque el ser humano parece impenetrable, nunca hay que renunciar a conocerse a uno mismo, pues solo de ese modo podremos conocer y comprender a los demás.

Duele pensar en la vida interrumpida de Némirovsky, víctima del Reich alemán y de los soviets. El hitlerismo le arrebató la vida, pero previamente había perdido su patria por culpa del bolchevismo. El odio irracional del totalitarismo contrasta con la riqueza de un espíritu que describió tan bien los distintos matices de la naturaleza humana. Dos es una novela espléndida, con un estilo clásico y una prosa de exquisito lirismo.

Némirovsky no incurre en el didactismo, siempre pueril, pero nos proporciona una valiosa enseñanza: la pasión, “cuyo mismo nombre significa sufrimiento”, no es sinónimo de felicidad, sino de ofuscación. El amor “hace de dos seres, uno solo”. La pasión, en cambio, divide y aísla. Marianne y Antoine, después de amarse, odiarse, separarse y reencontrarse, son uno, “como dos ríos que han juntado sus aguas”.

¿Qué habría escrito Némirovsky en su vejez? Me atrevo a pronosticar que su indulgencia y tolerancia, lejos de menguar, habrían crecido, legándonos valiosas lecciones sobre el oficio de vivir