El género policíaco casi siempre esconde un misterio pueril. Si solo se sostiene en la intriga, apenas desborda la condición de mero entretenimiento, pero no pocas veces trasciende este esquema, convirtiéndose en un excelente retrato de una época y un lugar.

Riccardino

Andrea Camilleri

Traducción de Carlos Mayor

Salamandra, 2022

252 páginas. 18 €

Las aventuras del comisario Salvo Montalbano, creado por Andrea Camilleri (1925-2019), no se limitan a desbrozar un enigma. Las tramas, sabiamente construidas y con una tensión creciente, nos muestran la corrupción moral y política de Vigàta, un pueblo imaginario de Sicilia. Vigàta puede interpretarse como una metáfora de la sociedad italiana, pero en realidad su alcance es mucho mayor, pues Camilleri, como todo buen escritor, aprovecha la ficción para hablar de temas universales, como la ambición de poder, el sexo, los prejuicios, los tabúes, la violencia, la hipocresía, los lazos afectivos o los valores morales.

Y lo hace por medio de Montalbano, un comisario de mediana edad que hace su trabajo con una mezcla de ironía, rigor e inconformismo. Su mente no es minuciosa y metódica, sino intuitiva y desordenada. No le gustan la tecnología ni la lógica. Sus deducciones se basan en el conocimiento de la naturaleza humana. No es un moralista y no se hace ilusiones sobre la posibilidad de un mundo más justo. Su mirada desprende desencanto, pero eso no le ha convertido en un cínico. Amante de la literatura y la gastronomía, intenta que los canallas no se salgan con la suya, pero sabe que en Vigàta la alianza entre Mafia y política es una fuerza indestructible, un dragón al que es imposible derrotar.

[Andrea Camilleri, la inagotable lucidez de una mirada ciega]

Camilleri concibió Riccardino como la última novela de la saga. Escrita entre julio de 2004 y agosto de 2005, refleja el hastío de Montalbano, que ya no encuentra placer en su tarea de investigador y cada vez actúa de una forma más caótica. Con ochenta años, Camilleri pensaba que había llegado la hora de poner fin a las peripecias de su personaje. No sospecha que su lucidez se mantendría intacta durante casi quince años más, permitiéndole escribir otros veinte títulos.

Por si las moscas, Camilleri guardó su novela en un cajón y comenzó a circular la leyenda de que el destino de Montalbano se hallaba en la caja fuerte de la editorial. Cuando en 2015 decidió retomarla, se había quedado ciego y necesitó que una amiga le leyera el manuscrito. No alteró nada de la trama. Se limitó a actualizar el lenguaje y a dejar dispuesto que la obra no saliera a la luz hasta después de su muerte, como así sucedió. Riccardino apareció en 2020, un año después de que Camilleri, con noventa y tres, dejara este mundo.

La obra refleja el hastío de Montalbano, que ya no encuentra placer en su tarea de investigador y cada vez actúa de una forma más caótica



La singular historia de esta novela explica que se desvíe en algunos aspectos de sus entregas anteriores. Por primera vez, el Autor se entromete en la trama y conversa con Montalbano, su criatura. Estos diálogos son el telón de fondo de un asesinato que parece un simple ajuste de cuentas entre cuatro amigos de la infancia. Riccardo Lopestri, joven director de la sucursal de la Banca Regionale de Vigàta, es asesinado por un motorista en presencia de sus tres camaradas. Un disparo destroza su cara, lo cual sugiere una venganza.

Montalbano asume el caso, pero enseguida lo apartan de él. Sin embargo, al poco tiempo, vuelven a dejarlo en sus manos. Tras realizar pesquisas, el comisario sospecha que el crimen está relacionado con un asunto de celos e infidelidades, pero al tirar del hilo descubrirá que una vez más la Mafia y la política están mezcladas en los hechos.

No sé si he contado demasiado, anticipando acontecimientos que Camilleri reserva para el final, pero lo cierto es que la intriga no me parece lo más interesante de esta novela. No quiero decir que carezca de interés. De hecho, el final es original y está bien resuelto. No obstante, lo más valioso literariamente es el juego entre el Autor y Montalbano. Camilleri reflexiona sobre esa anomalía que llamamos ficción, donde el escritor es actor y espectador de los mundos que crea.

Montalbano es policía, pero su trabajo se parece al de un sacerdote o un teólogo. No porque intente confortar a las víctimas inocentes o hacer justicia, sino porque desconfía de las apariencias. Sabe que las claves últimas de la realidad nunca están a la vista. Eso no significa que Montalbano –es decir, Camilleri– simpatice con el clero. De hecho, la Iglesia Católica queda tan malparada como la Mafia o los políticos.

Montalbano parece auténticamente vivo en 'Riccardino': duda, se angustia y se rebela contra su creador, protestando contra sus giros argumentales y su escasa imaginación

Camilleri se pregunta quién escribe realmente los libros. ¿El autor o los personajes? ¿Montalbano es ficción o ya forma parte del mundo? ¿Quién es más real: Arthur Conan Doyle o Sherlock Holmes, Raymond Chandler o Philip Marlowe? ¿Se puede decir que un personaje es el doble de su creador? ¿Podría escribir Camilleri: “Montalbano soy yo”?

Montalbano parece auténticamente vivo en Riccardino: duda, se angustia y se rebela contra su creador, protestando contra sus giros argumentales y su escasa imaginación. Incluso plantea una separación definitiva, pues entiende que hay un “cansancio recíproco” incompatible con “cualquier tipo de colaboración futura”. Camilleri se vapulea a sí mismo con fruición, pero no desperdicia la oportunidad de vengarse, aplicando a su personaje el mismo tratamiento que Unamuno a Augusto Pérez en Niebla.

Se ha dicho que la saga de Montalbano solo es un fenómeno mediático. Camilleri no niega que sea cierto, pero se pregunta cuántos escritores no desearían gozar de su éxito. Y aunque se permite unas breves referencias a Baudrillard y Foucault, aclara que ese tipo de digresiones son improcedentes en una novela destinada a venderse en las gasolineras y los supermercados.

Afortunadamente, Riccardino no solo es un best-seller. Vigàta nos habla de esas comunidades cerradas y reacias a la modernidad, donde aún están vigentes costumbres y valores de otro tiempo, cuando el respeto a la ley era menos importante que la lealtad al clan. La colisión entre sus tradiciones y las normas de las sociedades más abiertas propicia que la violencia se vuelva crónica y apenas causa extrañeza. En sus calles, rige la ley del silencio. Nadie colabora con la policía y, si alguien se topa con un crimen, acelera el paso para que no le citen como testigo.

Riccardino es un brillante broche de oro para una de las mejores sagas policiales de las últimas décadas. Un buen ejemplo de que la novela negra es un excelente vehículo para tomarle el pulso a una época. Camilleri, además, evita el tremendismo, salpicando la trama de golpes de humor. Si tuviera que escoger una escena, seleccionaría la entrevista con Monseñor Partanna, plagada de eufemismos y apuntes escatológicos. La Sicilia de Camilleri es un lugar que inspira miedo y ternura, un bajorrelieve con ángeles y demonios. Creo que no seré el único que echaré de menos al comisario Montalbano.

Treinta y tres veces Montalbano

Andrea Camilleri inauguró en 1994 la serie Montalbano con La forma del agua y dedicó treinta y tres novelas y libros de cuentos a su comisario (con el que rindió homenaje a su amigo Manuel Vázquez Montalbán). En 1999 la RAI estrenó una serie de televisión protagonizada por Luca Zingaretti. Fueron 15 temporadas que terminaron por el momento en 2021 con El método Catalanotti.