Los últimos recuerdos de Javier Marías (1951-2022) para sus lectores provienen de sus dos actividades principales, sus novelas y los artículos semanales que publicaba en la última página de El País semanal. En estos últimos abordaba asuntos de actualidad sin andarse con paños calientes, generalmente bastante críticos con las costumbres y prácticas sociales y políticas, mientras las novelas seguían siendo lo que siempre fueron, piezas altamente artísticas.

Era, y cuesta escribir este verbo, el heredero directo de Juan Benet, su modelo en nuestra lengua de un tipo de discurso de ficción literaria. Su proyección social estaba dividida entre el intelectual público, polémico, que se expresaba con frecuencia con un punto de ironía, que asomaba en sus artículos de prensa, y el novelista en la más exquisita de las tradiciones literarias, de William Shakespeare y de T. S. Eliot.

Sus credenciales para destacar en el campo cultural resultan impecables. Proviene de una familia de intelectuales, tanto por parte paterna, el filósofo Julián Marías, y por la materna, Dolores Franco Manera, que lo relacionan con la filosofía, con la literatura y con el cine. La parte Franco, de su tío el cineasta Jesús Franco y su primo el director Ricardo Franco, le prestó también una cierta rebeldía y el interés por diversos intereses culturales.

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Recibió una educación privilegiada, primero en el colegio Estudio y luego en la Universidad Complutense Madrid, para luego pasar a enseñar en Oxford. Obtuvo durante su vida muchos premios, como el Premio Nacional de Narrativa (2012), y reconocimientos. Pienso en la elección como miembro de la Real Academia Española.

Se sintió en todo momento abocado a afiliarse al mundo de la gran literatura universal. Además de los citados maestros, Shakespeare, Eliot, debemos mencionar su predilección por las obras de Faulkner, de James Joyce, de Proust. Y, por supuesto, apreció enormemente a Lawrence Sterne y a Thomas Browne, a quienes tradujo al castellano. Quizás la coronación de este elitista proyecto personal le llevó a coronarse el rey del Reino de Redonda, un limbo aristocrático donde sólo cabían los mejores, literariamente hablando.

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Fue un autor prolífico. Escribió un buen número de novelas, y destaco algunas, como Todas las almas (1988), Corazón tan blanco (1992), Tu rostro mañana, una trilogía (2002-2007), y una de mis favoritas: Los enamoramientos (2011), por la que ganó el citado premio, que rechazó, porque no aceptó nunca ningún galardón. Supone, en mi opinión, una de las cimas de su última etapa. La narradora es una mujer, María Dolz, una editora.

Lo que el lector descubre no es tanto el argumento, sino cómo el autor va hilando diferentes hebras de la historia, y cuando parece que llegas al final, un giro te lleva a otro ángulo del asunto, y de nuevo, se repite el mismo truco, que te acaba dando la idea de que nunca hay un discurso dominante, sino que hay una serie de posibles explicaciones. La idea, en el fondo, es sorprender al lector con el refinamiento con que se pueden ir afinando las ideas, un poco como sucede en las novelas de intriga y de detectives.

Su relación con Benet dejó una perenne huella en su obra, que se extiende de la primera a la última

Su relación con Benet dejó una perenne huella en su obra, que se extiende de la primera a la última. De hecho, sus novelas exhiben ese componente que algunos críticos y escritores consideran imprescindible, el filosófico, que suele entenderse porque los temas no rozan los problemas cotidianos. Incluso la fama literaria de Marías nació en el programa Das Literarische Quartet de Marcel Reich-Raniki, en junio de 1996, comentando Corazón tan blanco.

El crítico alemán dijo estas célebres palabras: “Yo creo que, de hecho, esta es, definitivamente, una de las novelas más importantes que he leído en los últimos años. Es que no puedo recordar una calidad comparable". Este espaldarazo le lanzó a la fama mundial, y lo relacionó con los escritores exclusivamente literarios que eran los únicos que le gustaban al mencionado crítico.

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Sin embargo, igual que pasa con las obras de Juan Benet, las novelas de Marías no han recibido el aplauso universal. Berta Isla (2017), aclamada por las ventas y por el Premio de la Crítica de narrativa castellana, fue criticada por un aspecto que recorre su narrativa entera. Antes mencioné el escaso realismo de sus narraciones, y el gusto por extenderse en diversas líneas argumentales. Esta novela en que Berta se enamora y casa con el espía Tomás Nevinson, resulta interesante por cómo Marías explora la ignorancia de la mujer de las actividades del marido, mientras el estilo resulta quizás excesivamente extenso, discursivo, literario.

Su última novela, Tomás Nevinson (2021), cierra con broche de oro su trayectoria narrativa. Mi colega Nadal Suau la calificó de "extraordinaria", y en efecto es un magnífico estudio de la identidad individual. Merecido triunfo final para este implacable buscador de la belleza.