Uno de los comentarios más habituales de los españoles que recorren países europeos es lo bien cuidados que están los pueblos o ciudades pequeñas por las que pasan o que visitan, ya sea la campiña francesa, la Inglaterra rural o los núcleos urbanos en Alemania. Una realidad que contrasta con la experiencia española de edificios de aluvión que desentonan en los barrios o en los centros históricos, o con las grandes obras de arquitectos estrella que rompen el estilo y la perspectiva.

España fea

Andrés Rubio. Debate, 2022. 440 pp. 20,90 €

Spain is different para mal en lo que a la gestión y el tratamiento del territorio se refiere. Y lo es, precisamente, por la culpa inicial del régimen que dio con aquel eslogan tan resultón y eficaz para atraer turistas e impulsar la industria del sol y playa, tan importante hoy.

A desentrañar el origen y la vigencia de esa pésima gestión del patrimonio y del territorio ha dedicado el periodista Andrés Rubio España fea, un ensayo al que se tiene la tentación de calificar como “provocador”, pero cuya lectura remite a una conclusión más triste: no hay provocación, pues no hay exageración ni hipérbole, sino descripción objetiva —y a ratos indignada de una realidad en la que las responsabilidades son compartidas.

No sólo generacionalmente, porque no es sólo culpa del franquismo, sino de casi todos los que vinieron —vinimos— después, sino también socialmente. No se puede hablar de políticos y empresarios malos que destrozaron el paisaje ante unos ciudadanos indignados, y de ahí el subtítulo del libro: el caos urbano, el mayor fracaso de la democracia.



¿La raíz del desastre?, se pregunta el autor, que se responde con contundencia: “La ignorancia política y la corrupción”. ¿Los responsables? “Los políticos, los ingenieros, los propios arquitectos, los intelectuales, los medios de comunicación, la masa social acrítica abducida por el delirio inmobiliario…”. También las administraciones. “El franquismo tenía el modelo especulativo patentado. Los políticos de la democracia solo tuvieron que mantener prendido el fuego de la corrupción urbanística en ayuntamientos y comunidades autónomas dándole una pátina de respetabilidad”, escribe.



Nada de esa fealdad y desmesura sirvió ni para que hubiera al menos un acceso razonable al mercado inmobiliario. O bien se ofreció durante el boom al coste del sobreendeudamiento y la burbuja, o bien se cerró después para quienes no tuvieran buenos sueldos. “En España, con un exiguo parque de viviendas sociales estimado en 2021 en menos de un 2,5 por ciento (frente al más del 35 por ciento de, por ejemplo, Holanda), y un gasto de dinero público en vivienda de un ridículo 0,2 por ciento del producto interior bruto, se optó políticamente por una aceleración constructora especulativa desde los años 60”, escribe Rubio.



Es bien interesante el retrato de la mentalidad de propietario que el autor rastrea hasta el franquismo, cuando el ministro De Arrese promovió esa “fórmula ideal, la cristiana”, “la fórmula estable y armoniosa de la propiedad”, que fue la base de la estrategia “cementificadora” que en España continuó imparable durante la democracia. Como bien apunta el autor, pocos años después sería Margaret Thatcher quien haría una operación similar con el generoso parque de viviendas sociales de Reino Unido, país que sufre hoy problemas similares de acceso a la vivienda.

'España fea' no es un libro provocador, en la medida en que no hay sino descripción objetiva y a ratos indignada

“Sobre la nación zombi española se cierne la sombra de Franco […]. La indigencia cultural en la que dejó sumida a España se ejemplifica en el hecho fortuito de que el mismo año de su fallecimiento nació en Francia el Conservatorio del Litoral”. Un Conservatorio que ha conseguido recuperar para el Estado francés alrededor del 15 por ciento de la costa francesa, unos 1.600 kilómetros.

“España […] entró de lleno en su destrozo sin control a partir de esa fecha, el año cero que marca la muerte del dictador”. La destrucción estaba en la raíz de la identidad franquista…, pero “lo peor de las consecuencias de ese régimen fue que la democracia que siguió resultó aún más dañina para el territorio”. Se puede decir que a España “la ha destruido la herencia envenenada y anticultural del franquismo”. Es llamativo que, a diferencia de la Constitución de la Segunda República, la de 1978 no contenga ninguna mención al paisaje.

El resultado ha sido devastador, también y de forma destacada en las costas a las que, pese a todo, siguen afluyendo millones de turistas. Según un informe mencionado en el libro que establece un índice de deterioro urbano, entre las ciudades más dañadas, con un 10, estarían Albacete, Ciudad Real, Guadalajara y Soria; y con un 9, Almería, Badajoz, Castellón, Lleida, Murcia y Valladolid. Informe que también hace referencia a Málaga, Lugo, Jaén, Logroño, Valencia, Segovia, Bilbao, Sevilla…

Una labor que comenzó cuando el presidente Giscard d’Estaing hacía un llamamiento en 1976 para luchar contra “el afeamiento de Francia”. Y el autor introduce aquí un dato interesante que siempre se ha juzgado críticamente desde España, como es que un buen número de miembros del Gobierno, del actual o del pasado, fueron o son alcaldes o alcaldesas.

A diferencia de la Constitución de la Segunda República, la de 1978 no contiene ninguna mención al paisaje

Una acumulación de cargos que tiene sus contraindicaciones, pero que ha llevado a Francia a tomarse mucho más en serio la gestión del patrimonio y el urbanismo. También compara críticamente el autor la gestión española con la realizada por Alemania, un modelo en el que es más fácil que España pueda mirarse, dada su estructura federal.

España, por desgracia, miró más el modelo de Estados Unidos, más segregado y desregulado —y caótico—. Así, “la americanización de España iniciada por el franquismo y continuada en los años de democracia conforma un relato en el que triunfa, frente al luminoso modelo francés [...], el modelo corporativo estadounidense estandarizado y atomizado de la anticiudad (la ciudad dispersa…)”, escribe Rubio.

Un análisis que recuerda la tesis crítica de otro de reciente publicación y reseñable éxito: La España de las piscinas (Arpa), de Jorge Dioni, aunque hacía más énfasis en los aspectos sociológicos y políticos de dicha realidad.

Siempre hay justos en Sodoma, y Andrés Rubio los encuentra en el movimiento ecologista y en las asociaciones que han intentado frenar primero y revertir después el despropósito iniciado en el franquismo y continuado en democracia. Pero resulta ser una resistencia menor frente a una dinámica de fondo demasiado poderosa, y por eso el libro tiene cierto tono de derrota. Porque la “Hispania romana, la Sefarad de los judíos, el al-Ándalus islámico, no se merecían un desenlace así en su tantas veces vigorosa y singular tradición…”.

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