Conocidas las erotófilas aficiones de Guillaume Apollinaire (Roma, 1880 - París, 1918) —digamos Las oncemil vergas— no puede extrañar que en 1908 —el poeta tenía veintiocho años en ese momento y moriría diez años después a resultas de heridas de guerra—, los editores Briffaut, que desde L’Edition cuidaban, entre otras cosas, de difundir la calidad y rareza del erotismo (considerado superior a la pornografía), decidieran encargar a Apollinaire unos prólogos o introducciones, para cada uno de los libros escogidos que compondrían una nueva colección de rarezas eróticas, de calidad, que formarían la colección “Les maîtres de l’amour”, que dirigiría el propio Apollinaire.

Los diablos enamorados

Guillaume Apollinaire

Selección, traducción y notas de Julio Monteverde. El Paseo, 2022. 272 pp. 22,95 €

Él aceptó, como parece lógico, y se puso a la tarea. La colección empezó con Aretino y Sade (“El Divino Marqués”), dos de los textos más elaborados y puntillosos; y el proyecto duró, con alzas y bajas, e introducciones, más o menos cuidadas —a veces se trata de autores de veras raros, como el italiano Domenico Batacchi (1748-1802) o el francés Joseph Vasselier (1735-1789)— hasta 1917, un año antes de la muerte del director de la serie.

Es sabido que el último prólogo, breve y notable, fue a Las flores del mal de Charles Baudelaire. Ahí se dice que el gran poeta procede en libertad y mundo, de Choderlos de Laclos, “el extraño y rico lodo literario de la Revolución francesa” y del “pus espiritualista de un extraño americano, Edgar Poe”.

Los prólogos (es la edición traducida ahora) se reunieron con el título de Los diablos enamorados en 1964 y se publican en España por primera vez gracias a la editorial El Paseo.



Los autores escogidos son mayoritariamente franceses o italianos y muchos, en torno al siglo XVIII, como el veneciano —que escribió en dialecto véneto— Giorgio Baffo, “contento de su época y feliz de vivir y de hacerlo en Venecia, ciudad anfibia, húmeda, sexo femenino de Europa. […] Bailarinas, monjas libertinas, no hay pequeño suceso que Baffo no cante con una obscenidad sublime”.



Pero hay dos muy notables excepciones a la contradanza franco-itálica, el español Francisco Delicado, singular autor de La lozana andaluza, vicario del Valle de Cabezuela, que vive en pleno Renacimiento, en Roma y luego en Venecia.



Aunque no siempre acierte —al atribuirle el Diálogo de Zoppino, sobre putas vulgares, por ejemplo— , Apollinaire da muestras de conocer muy bien el tema (pasó muchas horas en el infierno de la Biblioteca Nacional de París, y como dijo, no era un erudito) por ejemplo cuando relaciona el viaje de Delicado a Italia, con el gran Nebrija: “Antonio de Nebrija perteneció a la numerosa y famosa falange de sabios que formaron el maravilloso humanismo español”. Delicado escribió asimismo un tratadito latino —perdido— sobre cómo curar la sífilis.



La otra excepción es el inglés John Cleland, autor de las Memorias de una cortesana (hoy más conocidas como Fanny Hill, 1749, título de su versión cinematográfica), dieciochesco también, libro divertido y procaz, lleno de descripciones de lugares de sexo, lujuria y gula del Londres de la época.



“Entre los lugares frecuentados por los degenerados se encontraban los bagnios”, lugares de agua, licores y sexo, que Giacomo Casanova describió prolijamente, asimismo. El poeta Apollinaire usa “degenerados” pero nada en la voz denota lo negativo. La cortesana, o mujer de placer, es feliz.

El texto sadiano de Apollinaire abre el cauce a la dilatada literatura sobre Sade del siglo XX, de Bataille a Foucault

Pero acaso las dos más señaladas introducciones, sean la del Marqués de Sade y la de Pietro Aretino. Apollinaire llega con las fuerzas intactas y son dos personajes de peso. Aretino en el XVI y el marqués en el XVIII, abren puertas al erotismo como expansión del ser, incluso en la muerte.

El texto sadiano de Apollinaire abre el cauce a la dilatada literatura sobre Sade del siglo XX, de Georges Bataille a Michel Foucault, puntualizando cómo “durante un siglo la crítica lo ha tratado con desprecio, ocupándose más de inventar anécdotas que desnaturalizan su vida y su carácter que por las ideas contenidas en sus obras. Por lo que atañe a su vida, el doctor Eugène Duehren ha dicho acertadamente: ‘Sade, como individuo, solo puede entenderse si se le examina como fenómeno histórico’ [...] Algunos espíritus libres han pensado que el desprecio y el terror inspirados por las obras del marqués de Sade quizá estaban injustificados”.

En cuanto al feliz y cáustico Pietro Aretino, sus “Ragionamenti” y “Sonetos lujuriosos” —sobre los modos del coito— son un hito difícil en una libertad lógica, aunque en el libro leamos: “Su nombre mismo continúa haciendo temblar a los más benévolos después de tres siglos. Ha quedado como el hombre de las posturas amatorias, y no a causa de sus sonetos, sino más bien gracias a un diálogo en prosa donde se enumeran treinta y cinco de ellas”.

Cuidada edición ésta de Los diablos enamorados. Introducciones a la literatura erótica, sí, salvo algún leve descuido en la traducción del francés. El padre de Pietro Aretino, por ejemplo, no era “cordonero”, sino zapatero remendón (“cordonnier”).

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