Es tremebundo el retrato –pintura negra- que el crítico literario y artístico, novelista y poeta francés Camille Mauclair (1872-1945) trazó en La vida amorosa de Charles Baudelaire (1927) del autor de Las flores del mal (1857), del padre de la poesía moderna.

Mauclair nació en París cinco años después de la muerte –sifilítico, hemipléjico y afásico- de Charles Baudelaire (1821-1867), y su intenso y turbio libro tiene el penetrante perfume del aire espeso que respiró el autor de Los paraísos artificiales (1860), al que dedicó –qué obsesión- dos libros más.

Mauclair se muestra cruel e inclemente con Baudelaire, con su depravada vida de drogadicto y putero, pero, claro, encuentra oro en su poesía, que acierta a relacionar con detalle con los lances de su azacanada vida, sometida a constante y contundente reproche.

Antes de que la editorial gerundense WunderKammer –lo que viene a querer decir Gabinete de Maravillas- haya vuelto a recolocar en las librerías esta obra de Mauclair, teníamos a mano La Folie Baudelaire (2008), de Roberto Calasso, que publicó Anagrama, contundente recuento biográfico –también de temple literario, pero con gran aparato de fuentes y notas-, traducido por el poeta y ensayista argentino Edgardo Dobry, que ahora prologa una antigua traducción de José Lorenzo. Calasso, creo poder asegurar, nunca cita los trabajos de Mauclair sobre Baudelaire.

Este Mauclair, muy prolífico escritor, se ocupó también de Edgar Allan Poe y de Stéphane Mallarmé. El primero, muy influyente en Baudelaire; el segundo, muy influido por Baudelaire y, a su vez, inspirador de Mauclair.

Mauclair, crítico de arte como Baudelaire, estudió a Eugène Delacroix –exaltado por “el poeta del pelo verde”, como llamó Umbral, tan baudelairiano, al dandi parisino afectado por el “spleen”- y también a los impresionistas, pero luego se revolvió contra las vanguardias siguientes y, en paralelo, se convirtió en un reaccionario de tomo y lomo, antisemita y partidario del Gobierno pronazi de Vichy. Habría acabado ante los tribunales –o algo peor- de no haber muerto en abril de 1945.

El misógino Mauclair recorre con lujo de detalles la biografía amorosa de Baudelaire, que no es amorosa, a su juicio, sino prostibularia y afecta a la monstruosidad. De la pobre Louchette –bizca, calva y, tal vez, transmisora de la sífilis- a la mulata haitiana Jeanne Duval, amante del poeta durante dos décadas, retratada por Édouard Manet cuando ya estaba paralítica y medio ciega, Mauclair –sin dejar nunca de citar y glosar Las flores del mal- se sumerge con expresionista frenesí literario en la lujuriosa vida del poeta, un descenso a los infiernos –según él- marcado por su impotencia y por su imposible e incestuoso amor hacia su joven madre, a la que no paró de sablear y dar disgustos.

Huérfano de un padre viejo a los seis años, Baudelaire vivió el nuevo y rápido matrimonio de su madrecon un alto militar como una pérdida irreparable y como una traición que le llevarían, Edipo herido, a mancillar la imagen de su progenitora (y de la mujer, en general) abismándose –ésta es la interpretación de Mauclair, no poco psicoanalítica- en las contrafiguras maternas –“infames profesionales”- que encontraba en los burdeles.

La condena de Mauclair al comportamiento de Baudelaire, impregnada de implacable moralismo, es sañuda y pertinaz, si bien ensalza el “esplendor insólito” de su poesía, por la que parece sentirse significativa e irremisiblemente atraído. Concluirá: “Con detritus sucios, la Naturaleza hace admirables rosas”.

Convencido de la ya mencionada impotencia esencial de Baudelaire – definida como “la pasividad de los centros nerviosos especiales”-, escuchemos ahora la voz tronante y moralista de Mauclair, ebria de retórica y de un incandescente expresionismo literario. Así escribían (algunos) antes:

“Hay en los bajos fondos la esperanza vergonzosa y desesperada de las maniobras que vencerán la pasividad de los centros nerviosos especiales, la esperanza de las cosas que un hombre se siente incapaz de pedir a mujeres que son limpias aun durante el más violento placer, de las cosas que ellas rechazarían hacer y que no conocerán acaso. Y cuando se está dispuesto a no contar con estas cosas, se está excluido irremediablemente del amor, se está condenado a no salir de la relajación en frío, una especie de “sport” triste, maniático, horrible, en compañía de cómplices que desprecian y a quienes se desprecia. Mas se irá, y aun las relajaciones serán insuficientes: como en las intoxicaciones de morfina o de cocaína, habrá que doblar la dosis, encontrar de nuevo, esperar seres extraños o monstruosos que se encontrarán al fin, errar en el infierno del libertinaje, descendiendo siempre hacia la villanía para obtener la excitación y el resultado que el cerebro, infecto de erotismo, reclamará siempre, esperando la llegada”.

¡Toma! Cualquiera diría que Camille Mauclair sabía bien de lo que hablaba. “Mujeres que son limpias aun durante el más violento placer”, “la relajación en frío”…Madre mía, no se leen todos los días cosas así.