Ángel Viñas

En Ángel Viñas el rigor historiográfico no es incompatible con una prosa combativa. Los adjetivos calificativos son numerosos en sus obras ("embusteros", "salvapatrias", "risible"...), así como las exhaustivas notas al pie de página que remiten a la ingente documentación primaria recabada. "Hay historiadores que analizamos las evidencias primarias, otros se dedican a mentir", asegura el historiador, que acaba de publicar ¿Quién quiso la guerra civil? Historia de una conspiración (Debate). El libro estudia a fondo la trama civil y militar de monárquicos y fascistas que instigó la sublevación militar que desembocó en la guerra civil española.



Con documentos procedentes de archivos españoles, británicos, franceses y nuevas evidencias localizadas en Roma, Viñas explica la estrategia de los conspiradores contra la República, las gestiones de sus principales hombres de confianza y la intención de restaurar la monarquía para establecer un régimen similar al de Mussolini y en el cual Franco no habría sido nunca el principal protagonista de no ser por un doble golpe de azar: el asesinato de Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936 y la muerte en accidente aéreo del general Sanjurjo, cinco días antes y dos días después, respectivamente, del comienzo de la sublevación.



Mientras se ponían de acuerdo en quién debería reinar en España (unos optaban por la vuelta de Alfonso XIII, otros por su hijo, Juan de Borbón), los conspiradores pensaban que de manera interina "Sanjurjo asumiera todos los poderes del Estado como en la dictadura primorriverista, con un comité cívico-militar, y a la cabeza de ese directorio Calvo Sotelo", explica el historiador a El Cultural.



Uno de los hitos de esa conspiración son los contratos que el 1 de julio de 1936 firmó Pedro Sáinz Rodríguez, diputado en las cortes republicanas y miembro destacado de la trama, con una compañía italiana para el suministro de modernas aeronaves con las que apoyar militarmente la sublevación. Este dato ya lo aportó en un libro anterior y defendió su importancia. "Algunos historiadores se rieron de mí, otros no le dieron importancia", afirma. Ahora retoma el asunto con más detalle porque quería ver "qué había detrás de esos contratos". "Empecé a investigar la parte española y vi que había mucho tomate", explica.



Después viajó a Italia, donde visitó cinco archivos. "En la parte italiana han quedado evidentes lagunas, lo reconozco en el libro. Pero que en 1932 Mussolini decidiera ayudar a una panda de monárquicos contra la República española, con la que tenía unas relaciones correctas, no era nada normal. Las lagunas en los archivos italianos responden a que se habrán quemado documentos o estarán ocultos a cal y canto", opina, y anima a que otros historiadores siguan sus pasos para aportar nueva documentación italiana en un futuro. "Ahora bien, la mecánica de la conspiración está absolutamente documentada en este libro", advierte el autor.



Uno de los puntos más importantes para Viñas en la conspiración es el acuerdo del 31 de marzo de 1934 firmado entre los italianos -por medio de Italo Balbo, gobernador de Libia- y monárquicos, carlistas y el teniente general Emilio Barrera. "Esto se conoce desde 1937, lo señalan casi todos los historiadores. Todos dicen que no tuvo la menor importancia, pero fue fundamental porque fue la primera piedra con la que Mussolini prometió y comprometió su apoyo a la sublevación contra la República". Lo que ocurre es que entonces aún no existía "el clima", señala Viñas, en el que pudiera cuajar la conspiración contra la República. Pero a partir de 1934 entra en juego otro factor importante en la conspiración: la creación de la Unión Militar Española, una organización que se encargó de "sembrar agitación" en el seno del ejército y en 1935, "con la UME en pleno apogeo y Gil Robles como Ministro de la Guerra, los monárquicos aprietan el acelerador".



Una de las justificaciones históricas del bando sublevado fue siempre el asesinato de Calvo Sotelo, pero Viñas y otros historiadores aseguran que esto no alentó ni precipitó la sublevación. "Quienes matan a Calvo Sotelo no tienen ni idea de la conspiración que se está fraguando", explica el autor.



La conspiración se financió dentro de España con las aportaciones de numerosos aristócratas. "A Mola no le preocupaba el dinero, sabía que eso no era ningún problema", asegura Viñas. En cambio, para comprar todo el armamento extranjero eran necesarias divisas extranjeras porque la peseta no era convertible. Y aquí entra en juego de manera decisiva el banquero y multimillonario Juan March. "Aportó más de medio millón de libras", una contribución imprescindible teniendo en cuenta que según los documentos recabados por el historiador los aviones italianos costaron 656.000 libras (unos 339 millones de euros actuales). Además, en un libro anterior, Sobornos, Viñas explica que March fue la persona elegida por el Gobierno británico para sobornar a generales de Franco para que estos le desaconsejaran al dictador entrar en la Segunda Guerra Mundial a favor del Eje.



Volviendo a la trama de conspiración antes de la sublevación, afirma Viñas: "Lo que no he logrado determinar es si Franco estaba al corriente de los contactos con Italia, no he encontrado nada que lo afirme ni lo niegue. Pero me inclino a pensar que sí lo sabía porque el general Orgaz sí lo estaba", y este se reunió con él en Canarias días antes de la sublevación. En cuanto Franco da el salto a Marruecos a bordo del Dragon Rapide, "pide que le pongan en contacto con los italianos".



¿Y cómo consiguió Franco colocarse a la cabeza de la sublevación si no ocupaba ni de lejos un papel destacado en la conspiración monárquica? Además del doble golpe de azar que supuso el asesinato de Calvo Sotelo y el accidente aéreo de Sanjurjo, estaba el hecho de que "fue el general sublevado que más rápido avanzó hacia el Norte y el que consiguió recabar la ayuda alemana. Mola, ante eso, no puede ofrecer nada. Sus tropas están detenidas en la sierra. Ha ocupado la parte norte de la península salvo la cornisa cantábrica, pero está estancado. Hitler decide ayudar a Franco, ni siquiera conoce a Mola".



Para Viñas, el Gobierno de la República tuvo una parte importante de responsabilidad al no conseguir pararle los pies a la conspiración que empezó a gestarse desde el mismo abril de 1931. Fue un fracaso de los servicios de inteligencia. "Fueron unos pardillos. Manuel Azaña estaba enterado de las maniobras monárquicas en París y que por ahí andan mezclados también los italianos, pero todo era muy vago porque era demasiado temprano y aún no había cuajado la conspiración". En septiembre de 1933 Azaña deja de ser presidente del Gobierno y cuando regresa en mayo de 1936 al poder, esta vez como presidente de la República, ya es demasiado tarde para pararle los pies a la sublevación.



En las páginas de conclusiones del libro, Viñas no tiene reparos en "desautorizar a los charlatanes e incluso a los historiadores que se han dejado llevar por posturas apriorísticas, cuando no ideológicas. Siempre habrá autores inasequibles al desaliento en defensa de sus, a veces, absurdas posiciones e incluso a las pruebas documentales más contundentes, pero que chocan con sus preconcepciones y trayectorias. Tales autores creen estar en posesión de la verdad y con la verdad, evidentemente, no se juega".



Viñas desafía a esos historiadores a que viajen a Moscú a la búsqueda de papeles con los que intentar demostrar otro de los que para él son mitos del 18 de julio, como que se avecinaba una inminente revolución comunista y que por eso fue necesaria la sublevación. Entre estos autores sitúa, sin nombrarlo, a Stanley Payne, "uno de sus guías y conductores norteamericano, que se ha dedicado al tema con afán".



@FDQuijano