Juan Bonilla

Sostiene Juan Bonilla que más que los barcos que se mantienen a flote lo interesante del mar, muchas veces, es la posibilidad de rescatar a los que están hundidos. Precisamente, el escritor y poeta que acaba de publicar La novela del buscador de libros (Fundación José Manuel Lara), crea en ella su propio océano de libros en el que naufragar, bucear, nadar y flotar. Como un buen bibliómano, que no bibliófilo, matiza, cuyos libros lo "devoran. Un universo de textos que se adentra dentro de otros tomos, enteros, tocados y hundidos, para, a partir de su propia experiencia como lector primero, escritor y librero después, reconstruir su propia memoria.



"Es maravilloso cómo un libro te lleva a otro de una manera inesperada", afirma. Para él, la buena literatura funciona como un enlace en internet donde "uno entra en una página y tres horas después está muy, muy lejos del inicio de la búsqueda. Esto con los libros pasó siempre". Así, por ejemplo, Menéndez Pelayo te conduce hasta Miguel Servet en su Historia de los heterodoxos españoles y Servet te lleva a otra cosa. "Está todo encadenado".



Tal vez por ello, se trate el suyo de un testimonio "desordenado" y "azaroso" por las ediciones que le marcaron, que incluye ciertas curiosidades, como su paso por la librería-burdel de Bogotá o la librería-peluquería de señoras que hay en San José de Costa Rica. Negocios que se han ido transformando a lo largo de los años, relegando su oferta original, la venta de novelas, al fondo del pasillo. "Tienes que pasar por allí y cortarte el pelo para poder acceder a sus estantes", bromea.



Pero además, entre sus páginas, incide sobre su fascinación por la Lolita de Nabokov, cuyas primeras ediciones fueron impresas con cubiertas básicamente tipográficas "casi por imposición" ya que, cuenta, el propio escritor ruso solicitó a su editor que así se diseñaran. Después, arrastrados por el éxito de la película de Kubrick, la nínfula se transformó en "el mito popular que pronto alcanzaría las aguas de la pornografía", escribe Bonilla en su novela. Una evolución, que puede contemplarse a partir de sus portadas y ha llevado al premio de Novela Mario Vargas Llosa a acumular el mayor número de ediciones posibles de esta obra, con el fin, quién sabe si futuro o no, de poder realizar un estudio al respecto.



Precisamente fue Nabokov quien dijo que, "aparte del estilo y la voz, para escribir una buena historia no hace falta más que seguir un objeto cualquiera en una vida cualquiera", explica el también autor de Prohibido entrar sin pantalones. Y el objeto aquí, huelga decirlo, son sus libros. "Pensé que de ellos se podía hacer una memoria personal siguiendo el rastro desde mi adolescencia". El resultado son estas páginas donde, a partir del recuerdo casi caótico de sus lecturas, traza un testimonio de las diversas etapas de su propia vida que incluyen su juventud o su ocupación de librero, primero como trabajo y más tarde por necesidad.



Así, con su escritura reivindica Bonilla también la búsqueda como una especie de motor de vida. "Hay quien lo malinterpreta y separa la literatura de la vida pero la literatura que a mí me interesa es la que está llena de vida-matiza-. El Quijote, por ejemplo, se vuelve loco leyendo libros pero lo que consiguen los libros es que salga".



Y es que La novela del buscador de libros además es, en esencia, un homenaje a los autores "tapados de los que nadie se acuerda". Es aquí cuando el escritor reivindica nombres como los de Julio Mariscal o Fernando Quiñones, cuyas obras "no tienen que ver con el polvo de los libros" sino con la vida. O el poeta peruano de "primerísima división" Alberto Hidalgo hoy "completamente olvidado", o Gonzalo Suárez, autor de Trece veces trece. "Él es el que trae la modernidad a España en los años sesenta con sus libros de cuentos -incide-. Sin embargo, es un autor del que el discurso académico nunca se acuerda, no sé si porque se dedica también al cine", sostiene sobre el que, en su opinión, es "uno de esos cuentistas que agrandan la literatura española".



Barcos hundidos, del que, confiesa, la mayoría están con razón olvidados. No obstante, "los autores malos lo bueno que tienen es que duran poco -tercia-. El peligroso es el que promete y no va a ninguna parte". Mientras tanto, como a todo buen bibliómano queda la búsqueda, una búsqueda insaciable que, en la buena literatura, salta de unos nombres a otros, mares nuevos en los que indagar.



@mailouti