Un prepucio es el eje narrativo de la nueva novela del escritor chileno Rafael Gumucio (Santiago, 1970), El galán imperfecto (Literatura Random House). Su protagonista, que debe someterse a una operación de fimosis a los 33 años, convierte un asunto literalmente "muy pequeño" en un mundo. Partiendo de esta premisa, los clichés de la masculinidad son objeto de burla en esta novela en la que el escritor emplea todo su arsenal humorístico, empezando por el extravagante doctor que le dice a su paciente que una infección ha hecho que su cuerpo rechace su propio pene.



"Soy una persona de escasa imaginación", asegura Gumucio justo antes de reconocer que él mismo tuvo que someterse a esa operación. Tras escribir sobre la experiencia en un artículo para un periódico de su país, se dio cuenta de que esta le serviría de percha en la que colgar "todos los intentos que había hecho de escribir una novela sobre la sexualidad frustrada, sobre el sexo patético, de desencuentros con las mujeres", a la que había dedicado varios cientos de páginas sin haber logrado encontrarle una forma definitiva.



"No nos hemos repuesto de esta mezcla rara de sexo y amor que alguien inventó", opina el escritor. "Cuando uno se inicia en el sexo, empieza a ser parte de una tribu. Quizá la sexualidad frustrada mía y de mi personaje es una forma de negar la tribu, quizá sea la única forma de rebeldía que queda".





En las primeras páginas de la novela, cuando el doctor aconseja al protagonista que se someta a la cirugía, este, que se pasa la novela "obsesionado por darle una importancia gigantesca a su pequeño drama", inicia un monólogo sobre la simbología religiosa de la circuncisión. "Una de las razones por las que San Pablo decidió romper con el judaísmo fue no tener que circuncidar más. Era algo doloroso y poco higiénico y se dio cuenta de que los griegos estaban dispuestos a aceptar todo el judaísmo menos la circuncisión. Es curioso que un trozo de piel tan pequeño esté en el centro de nuestra cultura", señala Gumucio.



Hoy, además del judaísmo y algunas variantes del cristianismo, algunos países aplican de manera sistemática y por razones higiénicas la circuncisión a la mayoría de los niños. Uno de ellos es Estados Unidos, donde "existe todo un movimiento de nostalgia por el prepucio", aseguran tanto el protagonista como el autor de la novela, que se ha documentado ampliamente sobre el tema. "Incluso hay operaciones de reconstrucción del prepucio, pero son carísimas y no quedan bien", comenta el escritor.



Por otra parte, el sexo "patético" que trata Gumucio en su novela contrasta con la versión idealizada y ubicua del sexo que promocionan la cultura de masas y la publicidad, y que convive habitualmente con un simultáneo y paradójico puritanismo. "En Estados Unidos, el país del mundo que más porno produce, que a alguien se le salga un pezón se convierte en un escándalo. Sienten verdadera pasión por el escándalo. Creo que en este terreno no se censura tanto por temor, sino porque, de lo contrario, lo censurado dejaría de ser excitante", reflexiona el autor de Milagro en Haití (2015).



Escribir "en hablado"

La narración se construye con las voces de los distintos personajes y, en buena medida, a partir de diálogos en los que omite muchas de las réplicas, por lo que estos tienden más bien al monólogo con un estilo muy directo y fluido, de frases cortas y lenguaje llano. "He hecho de mi defecto virtud. Siempre he escrito en hablado, será porque aprendí el castellano a los 14 años en la calle", explica el autor, que pasó sus primeros años de vida en Francia porque sus padres huyeron del Chile de Pinochet. "Mi forma de escribir es muy musical. Si algo no me suena bien, lo descarto. Cuando escribo mi mujer me ve moviendo la boca y haciendo los gestos de los personajes, es una cosa muy ridícula", confiesa.



A Ignacio Echevarría, firme defensor de la obra de Gumucio, le desconcierta la "asimetría" entre su calidad literaria y su "discreta visibilidad como escritor" en España (a pesar de que vivió en nuestro país cuatro años que fueron "de los más felices" de su vida) y en el resto de Europa, mientras en Chile goza de gran popularidad. El crítico aventura una posible explicación: "No es fácil aceptar, seguramente, que de una mezcla de Gran Wyoming y Fernando Savater, pongamos, vaya a salir un novelista de calibre. Pero es así en el caso de Gumucio [...]".



La comparación con Wyoming viene a cuento de la trayectoria televisiva de Gumucio, que protagonizó varios programas de humor en la televisión chilena en los años noventa, en especial Plan Z. Aunque no se considera un cómico, la ironía y la sátira han sido siempre componentes fundamentales de la mirada del escritor sobre el mundo y, de hecho, hoy aborda el humor también desde una perspectiva académica como director del Instituto de Estudios Humorísticos de la Universidad Diego Portales. "Todos los años me preguntan varias veces por los límites del humor, pero ¿por qué no se preguntan mejor por sus posibilidades? Lo que está claro es que nace precisamente en los límites. Si no, no sería humor".



A pesar de la importancia que tiene en toda su literatura, Gumucio asegura que El galán imperfecto es su primer intento "consciente y alevoso" de hacer humor en un libro. "Siempre hay elementos humorísticos en lo que escribo; sobre todo, mucha exageración, pero en este caso busqué mucho más abiertamente la comedia. Aunque varios lectores me han dicho que se rieron al comienzo pero que después la novela se vuelve patética y que los personajes producen cierta sensación de horror", explica el autor.



Para acotar el tipo de humor que le interesa como escritor, Gumucio acude a la "definición inglesa, que lo considera una colección de peculiaridades de los personajes. Se basa en la idea de que todas las personas somos un poco exageradamente una cosa: algunas siempre están coléricas, otras son maniáticas, otras se sienten continuamente víctimas…" Este último es el caso del protagonista de El galán imperfecto, un treintañero pusilánime y obsesivo que está rodeado de personajes femeninos, entre ellos una novia más joven que se marcha para hacer el clásico viaje iniciático por el sudeste de Asia y una madre vehemente y contradictoria que ejerce sobre él una poderosa influencia. "Él se presenta como víctima pero en el fondo uno puede leer que él es el victimario, que su exhibicionismo y su narcisismo profundamente misógino hace imposible la relación de pareja y el amor", señala el autor. "No es un hombre patriarcal, más bien escucha a las mujeres, pero en realidad lo hace para poder hablar más, sigue siendo un hijo de puta que en el fondo quiere imponer su sexo y su agenda. Entre el macho cavernario que golpea con un bastón y este que es todo lo contrario no hay una diferencia profunda. La clave sigue siendo la total incapacidad de los hombres de entender al otro, de ponerse en la piel del otro".



Patriarcado sin empatía

Al humor de Gumucio hay que sumarle su gusto por la provocación. Recientemente ha protagonizado varias polémicas en Chile por sus comentarios sobre el animalismo, el feminismo o el acoso escolar tanto en las entrevistas que concede como en sus artículos de opinión. "Opinar es mi trabajo y me gusta la idea de participar del debate. Además, necesito que me quieran un poco; aunque sea odio, no deja de ser una forma de presencia", ironiza Gumucio. "Aunque cambie la causa, en el fondo es siempre el mismo debate, en torno a la santidad de la infancia. Estamos en una época que no tiene ningún aprecio al adulto, que cree que es simplemente una traición del niño. Hay una edad moral que hace que uno entienda que hay ciertas cosas que están mal, otras que están bien y otras que están bien y mal a la vez. Creo que las nuevas generaciones no lo pueden entender porque han sido criadas por padres deficientes, y en su empeño por evitar cualquier tipo de dolor, de ofensa y de experiencia negativa, lo que hacen es aumentar el nivel de crueldad del mundo".



En cuanto a la corrección política, opina que "es tan nociva como su contrario" y rechaza la idea de que el arte tenga patente de corso moral. "Yo creo que hay libros dañinos y peligrosos, pero creo que los adultos tenemos que aguantar cosas nocivas porque nos hacen bien, como cuando le pones alcohol a una herida. "Cuando una obra de arte me molesta, haría lo posible por borrarla, pero varias de esas obras que han provocado en mí esa reacción después he llegado a entenderlas y han sido importantes en mi vida porque me han obligado a preguntarme por la causa de mi malestar. Por ejemplo, me molestaba muchísimo a comienzos de los 90 toda aquella literatura posmoderna como la de Alberto Fuguet, Ray Loriga y Rodrigo Fresán. Me molestaba porque quería que la literatura fuera un mundo sin gasolineras ni supermercados. Me fascinaba el rock pero cualquier escritor que mencionaba a un grupo de rock me parecía repugnante. Después leí a Houellebecq y pensé que era lo peor que había leído en mi vida. Luego comprendí que todo aquello era valioso e interesante. En cambio los censores tienen una falta de humildad total, se creen clarividentes como para entender qué es bueno y qué es malo para los demás".



@FDQuijano