Antonio Ortuño. Foto: Daniel Mordzinski

El escritor mexicano publica La vaga ambición, un libro de relatos que se enfrenta a la autoficción y la metaliteratura despojándola de languidez y que le valió para hacerse con el Premio Ribera del Duero.

El escritor mexicano Antonio Ortuño (Zapotán, Jalisco; 1976), autor de libros de cuentos como La señora Rojo (Páginas de Espuma) y de novelas como Recursos humanos (Anagrama, 2008), mezcla ambos géneros en La vaga ambición (Páginas de Espuma), ganadora del Premio Ribera del Duero. En este conjunto de relatos de diversas formas y estilos, asistimos a la lucha de Arturo Murray -una especie de alter ego del autor- por sobrevivir entre la catástrofe familiar del pasado y un presente grotesco. Para ello despoja de languidez a la autoficción literaria y la hace hervir de tragedia, ironía y vitalidad.



Pregunta.- ¿Cuál es el origen de La vaga ambición?

Respuesta.- En un primer momento tuve la idea de escribir una colección de relatos autónomos, pero relacionados entre sí. Buscaba la libertad para cambiar de registro, de estética y de lenguaje, pero a la vez me interesaba que el conjunto proporcionara una lectura enriquecida. Y después quería enfrentarme a mis dos bestias negras: la metaliteratura y la autoficción al uso. Me repele escribir tanto de un aparato de referencias literarias que se pierden en otras referencias literarias como sobre mí mismo. Pero sí quería enfrentarme a ello escribiendo sobre la propia escritura. Para ello aproveché mi experiencia personal y el anecdotario y la sátira sobre el mundillo literario. Todo, tanto la estructura como la temática, acabó encajando.



P.- Hay varios puntos en común entre usted y Arturo Murray…

R.- Muchísimos. Puse mi vida a los pies de Arturo Murray para que la usara de alfombra. Para el lector no debe tener ninguna importancia lo que me haya pasado a mí, pero sí más lo que le haya pasado a Murray, aunque esté directa o indirectamente basado en mi experiencia y en mi propia vida.



P.- Los dos primeros capítulos hablan de cómo llega ese interés por la escritura. Pensamos que es un tema vocacional y a veces las experiencias pueden ser incluso más importantes…

R.- Si, además la escritura nos permite emborronar y falsear la memoria. Cuando nos sucede algo que no somos capaces de digerir ni de entender, que nos rebasa y nos sobrepasa, la escritura puede establecer un sentido. A Murray cuando era pequeño le sucedió una experiencia funesta y lo que entresaca de ello es su identidad como narrador, pero no lo ha decidido sino que es algo que le ocurre al escribirlo. Es capaz de reconstruir el pasado y dotarlo de ese sentido y de leer también en esa clave su presente caótico y ligeramente grotesco, continuamente obstaculizado por la mezquindad y la insuficiencia del mundillo literario.



P.- En Quinta temporada, el relato central del libro, se habla de los grupos de guionista que trabajan en la televisión. ¿Ha tenido alguna experiencia similar?

R.- Hace unos 20 años tuve la firme intención de probar suerte en el cine, pero se interpuso la necesidad de tener dinero para sacar cualquier proyecto adelante. La literatura se hace en soledad y solo dependes de ti mismo y de que lo que escribas le interese a un editor. En el cine dependes hasta del que enchufa los cables. Una idea del guionista choca con el director, el productor, el director de fotografía, el continuista… Pasa por todos los filtros posibles. En el libro me baso tanto en experiencias mías en clave literaria retransformadas y en las experiencias de un amigo guionista de gran éxito en México.



P.- La forma de este relato es peculiar…

R.- Me interesaba experimentar con la forma del relato haciendo notar el impacto de esa escritura industrial en el estilo del narrador. El relato pone sobre la mesa la discusión sobre el aparente agotamiento o callejón sin salida de la tradición literaria del autor individual y el reinado, no sé si temporal, de la creación colectiva e industrial. Una serie de televisión se hace entre un montón de guionistas especializados, con asesores mercadotécnicos, de imagen, de redes sociales… Pero también, y al contrario que la lectura, se puede disfrutar colectivamente. Puede ser una ficción muy eficaz, pero los medios de producción ya no tienen nada que ver con el autor individual, es otra cosa. Murray salva sus cuentas, salda sus facturas y logra la estabilidad familiar y conyugal, pero se pierde como escritor. El trabajo en la producción industrial de ficción provoca que pierda lo único que ha ido salvando en sus sucesivos naufragios: su identidad como narrador.



P.- Seguidamente hay un relato que recrea un encuentro entre Walter Benjamin y Mijaíl Bulgákov…

R.- Este relato cumple varias funciones. Por un lado quería que el libro terminara cumpliendo una suerte de simetría imperfecta y para ello tenía que salir del punto de vista de Murray-narrador-personaje. Murray es escritor y no solo quería contarlo sino que quería que escribiera. Decidimos no ser enfáticos y ni se lo firmamos ni lo destacamos tipográficamente, pero creo que se sobreentiende que es un cuento escrito por Murray porque antes, en otro cuento, ha hablado de ambos escritores. Se trata de un episodio real que Benjamin narra en sus diarios de Moscú y que Murray reescribe tras el callejón sin salida en el que le dejamos en el cuento anterior. En el fondo lo que viene a decir es que los escritores se pierden para que la literatura se salve y cierra esa idea de que el mundo literario es grotesco y la vida literaria mezquina. Todo es frustración, pero la literatura ocurre en otro lado y no en la vida del escritor, en los cócteles, en las presentaciones o en los talleres. Ocurre en el contacto entre el texto y quien lo lee y ahí está a salvo de todos esos avatares. Los libros no nos cambian la vida por la biografía del autor, nos cambian la vida por su relación con nuestra propia existencia.



P.- Al final parece que prevalece una idea de heroicidad respecto a la creación literaria…

R.- Sí y no. La referencia al Quijote no es en balde en el libro. Me gusta mucho porque Cervantes tuvo el ingenio para satirizar sobre las novelas de caballería, pero ese viejito loco mantiene intacta su heroicidad. El Quijote no es un cobarde ni un imbécil, es un héroe enfrentado a un mundo ridículo. Me fascina la idea de que puedas ser irónico y distante con la literatura y que de todas maneras la literatura conserve ese poder bélico y subversivo para lidiar contra el mundo con ella. Mi libro está escrito desde el amor a la literatura y no a los escritores que son bastante ridículos.



@JavierYusteTosi