Image: Ray Loriga: Nuestra sociedad ya es distópica

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Letras

Ray Loriga: "Nuestra sociedad ya es distópica"

El escritor publica Rendición, la novela con la que ha ganado el Premio Alfaguara, ambientada en un mundo orwelliano en el que el gobierno administra la felicidad a cambio de la libertad personal

26 mayo, 2017 02:00

Ray Loriga. Foto: Lisbeth Salas

Ray Loriga (Madrid, 1967) ha estado tres años sin teléfono móvil. "Tres años felices". Ahora, un poco por obligación, acaba de comprarse uno con teclas, de los de toda la vida, que ahora llaman "para personas mayores" y se venden a veinte euros. Y, por supuesto, de redes sociales "cero", niega como un resistente exhalando el humo de su eterno cigarro. La postura del escritor, que se convirtió con Lo peor de todo y Héroes en una rockstar de la literatura (cuando las editoriales montaban giras a lo grande por toda América), es consecuente con el argumento de Rendición, el libro con el que ha ganado a sus 50 años el Premio Alfaguara -que recoge este viernes- y que acaba de salir a la venta. La novela es una distopía en la que el gobierno, en guerra con un enemigo desconocido, ofrece refugio a la población en una ciudad de cristal protegida por una cúpula transparente y en la que no existen los secretos ni la intimidad. Todo el mundo renuncia a la esfera privada de manera voluntaria e incluso entusiasta, en una alegoría del camino al que parecen conducirnos hoy las redes sociales. "La novela es una metáfora de la sociedad de la autodelación en que nos estamos convirtiendo, nuestra sociedad ya es distópica. Ni los sistemas totalitarios reales ni los imaginarios, como el caso paradigmático de Orwell, soñaban siquiera con que no iba a ser necesario el espionaje ni el control porque bajo la apariencia de la libertad nos íbamos a delatar nosotros mismos", opina el autor. "Es el sistema perfecto, la trampa se consuma perfectamente cuando no la ves, cuando crees que lo haces todo por libre albedrío y además con entusiasmo. Estás deseando que te vean en pelotas, que sepan dónde estás, que no haya un segundo de tu vida que no sea público, y todo ello con una sonrisa de oreja a oreja. Lo han conseguido, quienes pensaron todo esto son unos genios". Los protagonistas de Rendición son un matrimonio que vive en el campo y que tiene a sus dos hijos luchando en esa guerra que ya dura diez años. Un buen día aparece en su casa un niño sordo y herido y desde entonces lo cuidan como si fuera suyo, sin llegar a saber quién es. Más tarde la familia es evacuada a la ciudad transparente, donde todas las necesidades son cubiertas por el gobierno y la felicidad ilusoria que administra es un dogma cuya negación se castiga como traición. Pregunta.- El tema de la felicidad ficticia conecta con su anterior novela, Za Za, emperador de Ibiza, en la que el protagonista se dejaba arrastrar por una droga legal a un paraíso ficticio. Respuesta.- Sí, es la felicidad sin mérito, asegurada por contrato. Hagas lo que hagas, no te preocupes porque lo tenemos todo pensado. Además, si sufres un poco tenemos estas pastillas, que sinceramente no es una metáfora demasiado misteriosa. Se llama Lexatin, Orfidal, lo que toma toda la sociedad occidental cada vez que tiene una angustia o un problema. No te soluciona el problema pero te quita la angustia. Y también te lima las emociones, mata moscas a cañonazos. Esta tabula rasa emocional ya me preocupaba en Za Za de manera histriónica, aquí lo retomo de manera sombría aunque el libro también tiene sentido del humor. Además de Orwell, Huxley, Kafka o incluso Stephen King, en la nueva novela de Loriga hay otras muchas referencias más o menos evidentes en el texto. Como señala Nadal Suau en su crítica en El Cultural, estas van desde Cormac McCarthy (la peregrinación en un mundo postapocalíptico) hasta Delibes (la voz del marido y narrador, representante de unos valores y costumbres propios del mundo rural), pasando por La infancia de Jesús, de Coetzee. P.- ¿La comparación con otros escritores le enorgullece, le molesta o le resbala? R.- Hombre, yo entiendo que los medios tienen la obligación de orientar a sus lectores y decirles "si le gustó Kurt Vonnegut probablemente no le guste El tiempo entre costuras". Curiosamente el germen de esta novela viene de Tarkovski, en concreto su película La zona, que transcurre también en un lugar medio simbólico, con un bosque y unas fronteras, se supone que hay traidores pero no se sabe bien por qué. Sin haberla vuelto a ver, se me quedó grabada su atmósfera. También está la referencia, quizá más remota, a un personaje que cambia de lugar y eso cambia cómo es percibido y cómo se percibe a sí mismo. Estoy hablando de Los viajes de Gulliver, un libro que siempre me ha encantado porque de una manera muy sencilla te cuenta quiénes somos en circunstancias distintas. Cuando va al país de los enanos es un gigante y cuando va al país de los gigantes es un enano. Siempre he pensado que Los viajes de Gulliver habla de lo difícil que es adaptarse a la sociedad.

Narrativa de la extrañeza

P.- ¿Qué ideas le rondaban en la cabeza cuando se le ocurrió la novela? R.- Una de las ideas más constantes en mi trabajo es la extrañeza, incluso en las primeras. El protagonista de Lo peor de todo era un tipo que no encaja ni en el colegio, ni en la familia, ni en la iglesia, que se roza con todas las esquinas y no acaba de aceptar la euforia ni el gusto colectivos. Héroes es una novela que calificaron como generacional, pero habla de un tipo que no participa en nada de su generación. En Tokio ya no nos quiere el protagonista no tiene contactos emocionales con las cosas porque las olvida todo el rato, y Zaza se ve en una aventura en la que se supone que él es el epicentro y al tío se la trae al pairo, disfruta de los parabienes que eso le trae sin ningún entusiasmo por la causa. Yo creo que esa ha sido la constante en todos mis libros. En este caso la fricción es un poco más severa porque al personaje que pone voz a la novela le ofrecen realmente un mundo mejor, la sociedad del bienestar perfecta, pero no acaba de encontrarle la gracia al "bien estar". P.- Siendo un escritor de narraciones urbanas, ¿por qué ha elegido un personaje de valores rurales para protagonizar el libro? R.- Necesitaba dos parámetros opuestos. Como en Gulliver, necesitaba a los enanos y a los gigantes. Si el protagonista hubiese pasado de Nueva York a la ciudad transparente el choque habría sido mucho menor. Además la historia habla fundamentalmente del desarraigo, que viene de raíz, y las raíces están en la tierra. Como imagen simbólica funcionaba bien. Tampoco es que haya hecho un cursillo de aperos de labranza para construir el personaje, me ha bastado con lo que he leído de otros escritores como Julio Llamazares o Juan Benet, que hablan con propiedad de esas sensaciones terrenales, del olor de la hierba, de cómo cambian las estaciones. Yo me crié en la ciudad, la primera vez que vi una vaca no fue en el zoo de milagro, pero uno podría escribir hasta una novela marinera de todo lo que ha leído a Conrad o a Stevenson. P.- ¿Qué cree que añade esta novela, además del Premio Alfaguara, al conjunto de su obra? R.- Una novela es una cosa muy rara. Una vez que más o menos se te ocurre, tiras para delante. Luego, como en el cabo de Hornos, hay un momento en el que dices ¿vuelvo? Tienes todavía más cerca el puerto que el destino, y dudas. ¿Tendrá sentido la empresa? ¿Habré metido suficiente agua y avituallamiento? Se me están amotinando un pelín los marineros, quizá sea mejor volver. Y una vez cruzado el cabo de Hornos ya te ves más cerca del destino que del puerto y piensas que ahora sería absurdo volver a cruzar el puto cabo de Hornos, así que continúas. Cuando llegas al otro lado estás tan agotado del viaje, feliz de tocar puerto... Pero es una felicidad imprecisa, siempre hay un grado de frustración porque no sabes si has conseguido lo que querías. También he de decir que cuando me dieron la novela ya editada hace cuatro días la volví a leer (aunque no puedes ser nunca un lector limpio de tu propia obra, ese es el sueño de todo escritor) y me fui a dormir tranquilo. A mis cincuenta años es a lo que aspiro con cada novela. P.- ¿Le ha atacado ya la crisis de los cincuenta? R.- Apuré tanto la de los cuarenta que a los cincuenta he llegado más relajado. No me he comprado una moto de agua ni nada. @FDQuijano