Raúl del Pozo

La editorial Círculo de Tiza recopila las mejores columnas de Raúl del Pozo en el libro El último pistolero, que se presentará el 4 de mayo en Madrid. El libro, prologado por el columnista y crítico de El Cultural Jorge Bustos, y editado por el periodista Jesús Úbeda, selecciona los textos más brillantes y atemporales del columnista conquense: los sometidos a las fuerzas humanas, a las divinas y a las terrenales.

Raúl del Pozo escribe su columna desde su despachito doméstico, alto y con vistas al manzano del jardín. A la sombra derecha de una torre Kio según se sube desde el Sur. Su ordenador da a a una ventana que se abre, entre la arboleda de la ciudad más amable, hacia la luz cruda del Noreste de Madrid. Es allí donde se entrecruzan esos vencejos, esas avecillas de ciudad y esa primavera que le sugieren, cada cuanto, una égloga hecha columna ("a la gente le ha gustado lo de los pajaritos, me han llamado y lo he visto por twitter").



Su casa apareció fugazmente en unos exteriores de Los pájaros de Baden Baden, la adaptación que Camus hizo del relato de Aldecoa. Raúl del Pozo acumula folios con datos, con apuntes al natural y en conserva, con teléfonos que acaba de conseguir. En la mesa hay un folio manchado con apuntes, con dos ideas, un nombre propio, con un detalle sobre el que eleva su columna diaria: también anota una cita en el Gijón con algún 'piernas' que pueda 'largarle' un dato más, una pieza más para esas columnas suyas que a veces pueden tumbar un gobierno: el látigo y la rosa delpozistas.



Más atrás de su escritorio hay un televisor donde comparece algún ministro, al que Raúl del Pozo mantiene en atenta sordina. Y toda la estancia viene abrigada por una biblioteca acogedora donde los clásicos grecolatinos y los españoles se complementan en un diálogo inacabable de referencias. Raúl del Pozo escribe a doble o cuádruple espacio, con letra grande en la pantalla de su Mac. Quizá así vea el artículo más material, más artesano, más corpóreo en estos tiempos virtuales de los que también se ocupa en su libro. Si Internet falla porque un ratón ha mordisqueado la fibra óptica, a Del Pozo se lo llevan los demonios, pues intuye que esta cosa del mensajero instantáneo es una comunicación volátil que puede echar a perder el ángel de un artículo.



Ésta es la rutina de trabajo de Raúl frente a la columna, pero hay que entender la columna como espacio físico donde Del Pozo da salida, cinco días a la semana, a un comentario sobre esa materia inconstante que llaman "presente". Desde que heredó el espacio de Umbral, la sacrosanta contraportada, vive en permanente estado de ansiedad reporteril: "me angustia el tema; es angustioso encontrar el tema y la inspiración; una vez que llegan ambos, se activa el piloto rojo y el oficio. Pero a los poetas no se les exige el tema. A los columnistas sí". Y el oficio de escribir para Raúl del Pozo, reportero encajado en los márgenes y en los beneficios de la columna diaria, tiene mucho de crónica perpetua de lo que pasa, "que toda literatura es un viaje, desde Homero". Y la literatura periodística, pues, consiste en "salir a la calle y que me cuenten, o encontrarme con los que sallen a la calle y me cuentan". Por esto la columna de Raúl del Pozo, la angustia creadora, no queda satisfecha hasta que no empieza el proceso del siguiente artículo.



Es fácil encontrar a sus referentes: Quevedo en cuanto al "puñetero genio" que canta las verdades de la Corte, y Cervantes, maestro del reportaje, "que qué otra cosa no es el Quijote sino un reportaje". Si se le pregunta por el cómo de una columna, Del Pozo responde: "hay que contar cosas, lo que pasa en tu calle, en el bar, con un estilo que te entienda tu hermana. (...). No sé como explicarte, chico, pero hay que ser sencillo y huir de la furia del español sentado. Contar lo que pasa en tu barrio con humildad". Un reportaje es contarle al hombre, "a ese puto mono", lo que hace el hombre.



Hay también cierta distancia de Raúl del Pozo cuando piensa sobre la columna: "ahora todo el mundo quiere ser columnista, pero antes nos matábamos por una portada en Pueblo". Su parla mezcla en lo escrito y en la vida la cosa canallesca que va Quevedo por lo alto y a las germanías de la golfera por lo bajo, del Cielo al suelo, entendiendo él que cada columna "debe descapullar". Porque sabe, y a la luz está, "que una columna puede acojonar a todo un Gobierno" y abrir portadas. Usa una cuenta de twitter y confiesa extrañado que no lo "machaquen". Rabia contra las piezas periodísticas no pagadas y contra el estado de la profesión periodística en la era digital, cuando "ni el papel ni el estilo serán esenciales".



El último pistolero ha montado en burro con Cela, del que "algunos años después de morir, me dijeron que a mí era al que más quería". El último pistolero ha estado en Cabo Cañaveral viendo el hombre ir hacia la Luna en "una hazaña que costó 25.000 dólares y aún hay contribuyentes que dicen que el prodigio nunca ocurrió, pero sí creen que era la Virgen María la mujer de un agrimensor inglés que para secarse las ropas de la lluvia se descalzó y se subió a un pequeño roble en Portugal". El último pistolero ha visto el apogeo de El Cordobés por las plazas de España. Y mucho más.



Su historia vital, que se aprecia en el recopilatorio El último pistolero, es la historia del reportero todoterreno que ha perdido o ganado a la baraja, que ha coleccionado noches, que "ha dado cuchilladas metafóricas por una portada en Pueblo". Precisamente su mentor en Pueblo, José María García, recuerda el día "en que Raúl, un maestro de Cuenca, se me apareció en El Gijón y me dijo: maestro, quiero ser como usted. A los pocos días el amigo Raúl abrió portada con un reportaje sobre las ratas en Madrid. Y no, él no era como los demás". Raúl del Pozo vivió el París bajo los puentes y sobre el Madrid de los corruptos.



Y sí, toda columna suya está marcada indefectiblemente por un Madrid que huye del casticismo, pero que es un Madrid irrenunciable para su Periodismo, donde todo periodista debe "hacer la mili": "Madrid es la ciudad más literaria del mundo". Esa ciudad donde la noticia se acuna a veces en los bares, "en la barra, en el fin del bostezo, donde va el populacho cuando ya sabemos que la hidra del vulgo es menos dañina que la chusma del poder". En el libro, el buen conquense rememora "los tiempos de los navajeros de chocolatería, de los burlangas de Bellas Artes donde iba el padre de Gallardón, el alcalde que el otro día me metió el dedo en el ojo".



Arguye Eva Serrano, editora de Círculo de Tiza, que el libro cumple la función de "perpetuar la belleza efímera de la columna perfecta". Aunque Del Pozo dude socarronamente de todo y de sí mismo. De la belleza, y del día, y hasta de la perfección.



@JesusNJurado