Juan Pablo Villalobos. Foto: Ana Schulz

- Aquí puedes leer y descargar las primeras páginas de No voy a pedirle a nadie que me crea

El escritor mexicano Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, México, 1973) llegó por primera vez a Barcelona hace más de una década y, tras un breve periodo en Brasil, regresó a la ciudad y echó raíces en ella. Después de una trilogía cien por cien mexicana, formada por Fiesta en la madriguera, Si viviéramos en un lugar normal y Te vendo un perro, el autor acaba de publicar una novela que da cuenta de esa nueva identidad mestiza, No voy a pedirle a nadie que me crea, ganadora del Premio Herralde 2016 y que publica Anagrama, como las anteriores.



Villalobos parodia la autoficción, el género de moda, con una trama delirante en la que se presenta a sí mismo en la época en la que llegó a Cataluña con una beca para estudiar un doctorado. El protagonista del libro es coaccionado por una organización criminal mexicana que lo utiliza para infiltrarse en el círculo íntimo de un importante político nacionalista y establecer una red de blanqueo de capitales. Las reflexiones sobre los límites del humor -explícitas e implícitas en el propio texto- salpican el argumento entre pistolas, locutorios, okupas, sicarios, inmigrantes, criminales de guante blanco y desapariciones.



Pregunta.- Dice al final del libro que le debe la idea de esta novela a Jordi Soler. ¿Cómo fue aquella conversación y cómo fue armando la novela a partir de ese punto de partida?

Respuesta.- Todos los escritores tenemos que apropiarnos de un territorio, no sólo geográfico, sino sentimental e intelectual. Yo había escrito tres novelas mexicanas y después de vivir más de diez años fuera de México me sentía incómodo limitándome a ese territorio. Decidí apropiarme de Barcelona y en ese proceso surgieron muchas inseguridades. Jordi fue el interlocutor ideal porque su situación es muy parecida a la mía. Hablando sobre las crisis de identidad a las que estamos sometidos los expatriados, los inmigrantes, una vez me dijo algo que me ayudó a acabar de perder el pudor, me dijo que uno es también del lugar donde crecen sus hijos. Yo tengo dos hijos que nacieron en Barcelona y que se sienten catalanes. De alguna manera, ser consciente de ello me legitimó a escribir sobre Barcelona.



P.- ¿Cree que la novela refleja su actual condición de escritor mestizo?

R.- Eso era lo que buscaba: una coherencia entre mi lugar en el mundo como persona (expatriado, inmigrante, etc.) y mi posición como narrador. Y también reconocer las distintas tradiciones literarias que han influido la escritura de esta novela: el México de Ibargüengoitia o Monterroso, pero también el México catalanizado de Pere Calders, la Barcelona de Sergio Pitol o Eduardo Mendoza.



P.- En la novela alguien dice que Cataluña parece muy abierta pero que en realidad es muy difícil hacerse amigo de un catalán. ¿Usted ha llegado a integrarse por completo?

R.- Es una cuestión de códigos sociales. En México nos jactamos de ser muy abiertos, pero hay mucho de simulación. Un mexicano puede invitarte a cenar a su casa después de cinco minutos de conocerte, pero luego se olvidará. No es que mintiera, o que no lo dijera en serio, es que el código social establece que seamos exagerados en nuestra sociabilidad. Le decimos compadre y hermano a una persona que acabamos de conocer. En Cataluña pasa un poco lo contrario. Pero una vez que un catalán te abre la puerta de su casa es de verdad y para siempre. Yo he tenido mucha suerte, tengo grandes amigos aquí, familias que me han adoptado, mis hijos tienen su "abuela catalana", que es la madre de un amigo. Espero que se tomen con humor lo que digo de Cataluña.



P.- Vemos en la novela un retrato muy poliédrico de la sociedad catalana o, mejor dicho, de Barcelona, desde el inmigrante del Raval al político corrupto que vive en Pedralbes, pasando por los okupas llegados de otros países de Europa. ¿Ha notado cambios considerables en el perfil sociológico y demográfico de la ciudad desde que llegó por primera vez en 2003 hasta hoy?

R.- Me parece que la ciudad ha perdido algo de espontaneidad, un rasgo esencial de la autenticidad. Barcelona siempre ha padecido una presión institucional muy fuerte y si combinamos eso con la necesidad incesante de diseñar una oferta turística atractiva nos queda una ciudad que con frecuencia le da la espalda a sus ciudadanos. Sigue siendo, sin embargo, un lugar de encuentro fascinante, los inmigrantes que nos hemos quedado vamos arraigando y nuestros hijos desarrollan identidades mixtas que ni siquiera imaginamos en qué acabarán en el futuro.



P.- Juega con la autoficción, un género muy en boga. ¿A qué cree que se debe el interés actual por este tipo de narrativa?

R.- Yo intento parodiar el género. De hecho, ya en mis anteriores novelas había un alegato contra la llamada "literatura de la experiencia", esa idea de que sólo se puede escribir de aquello que se ha vivido. Contra eso yo siempre he abogado por una "literatura de la imaginación", por simplificarlo. Hacer literatura con ese planteamiento fundamental que comienza con la pregunta: ¿Qué pasaría si...? En mi caso, la autoficción es la parodia de una vida posible. En el interés de los lectores por las literaturas autobiográficas creo que hay una mezcla de morbo y de visión empírica (e ingenua) de lo que un lector puede aprender de la literatura. Como si las experiencias "reales" de un autor le fueran a servir al lector como lecciones de vida. Quizá es porque vivimos en una época de la literalidad, donde la ambigüedad de lo poético o de lo literario pierde potencia.



P.- No es común mezclar autoficción y novela negra. ¿Hasta qué punto conoce de cerca los ambientes que retrata en el libro?

R.- En esta novela me interesaba llevar el humorismo al extremo y eso sólo podía conseguirlo asumiéndome como personaje del libro. La primera regla para poder reírte de todo es empezar por reírte de ti mismo. Por supuesto que la novela tiene detalles autobiográficos, pero la trama es absolutamente ficticia, tan absurda que, como dice el título, no espero que nadie se la crea. Volvemos al asunto de la parodia de la autoficción, de las literaturas autobiográficas en general, en las que es necesaria una "promesa de veracidad". En mi novela he invertido esa promesa, hago una "promesa de inverosimilitud".



P.- Como en otras novelas, menciona a otros escritores e intercala en la trama reflexiones metaliterarias, en este caso especialmente sobre los límites del humor en la literatura. ¿Qué le interesa de este tema?

R.- Me interesa el humor como fenómeno catártico que puede perturbar al lector. No se trata de mero entretenimiento. Cuando el humor no inquieta se vuelve un elemento de enajenación. El humor tiene que ser problemático, de ahí mi gusto por la tragicomedia y por imaginar a un lector que ríe "inapropiadamente", se arrepiente y reflexiona qué es lo que ha pasado. Además, en el caso de la actualidad política, el humor puede ser una herramienta para resistir y para atacar a los corruptos, a los criminales. El corrupto y el criminal son solemnes por naturaleza, le tienen terror al ridículo, por eso no soportan que nos riamos de ellos, por eso tantas tentaciones de censura en los últimos tiempos.



P.- Los criminales se expresan en la novela con términos como proyecto, start up, inversión... ¿Se ha equiparado el crimen organizado al mundo de las finanzas?

R.- El lavado de dinero, o blanqueo de capitales, como le llaman en España, es la conexión. Y ya puestos, honestamente yo no veo ninguna diferencia entre los sicarios que ejecutan los asesinatos y los directivos bancarios o los funcionarios gubernamentales que medran con ello. En la novela hay un uso paródico de la jerga de la globalización. Resulta, por ejemplo, que en las empresas transnacionales no se hace seguimiento de un proyecto, sino follow up.



P.- El protagonista es un tipo normal que se deja coaccionar fácilmente. ¿Cree que en el fondo todos somos unos cobardes, que la inmensa mayoría aparcaría sus principios con tal de no arriesgar el pellejo en una situación semejante?

R.- Imaginaba una novela donde el crimen organizado es capaz de condicionar hasta el más mínimo detalle de la vida de un individuo: el tema de su tesis doctoral, con quién se acuesta o con quién deja de hacerlo. Me parece una metáfora de lo que pasa en nuestro mundo, en especial en México, donde nos hemos acostumbrado a renunciar a hacer ciertas cosas por seguridad. Estamos hablando de situaciones límite que incluso ponen en duda los conceptos de valentía o cobardía. Nos hemos resignado a que así son las cosas y a que lo mejor es no meterse en problemas.



P.- La madre del protagonista muestra en sus cartas el clásico complejo de inferioridad que la empuja a querer medrar en la escala social a toda costa. ¿Cree que es un fenómeno especialmente notable en países como México o España?

R.- Me parece que es más frecuente en México, porque ahí hay más movilidad social. Se aspira siempre a pertenecer a la clase social superior y se desprecia a los pobres por un prejuicio clasemediero, pero también por instinto de supervivencia: porque, inconscientemente, se tiene terror a la pobreza. Y la amenaza de la pobreza es constante y real, en países como México. Bueno, desde hace unos años ese fantasma también renació en España.



P.- El protagonista dice que los lectores y los escritores no buscan un sentido moral a la literatura sino que esta es un "sistema hedonista basado en la autocomplacencia y en el narcisismo". ¿Hasta qué punto comparte esa opinión?

R.- Se trata, como muchas cosas en la novela, de una provocación. Especialmente para aquellos que conciben la literatura como un arte elitista que se disfruta en una torre de cristal. La literatura en realidad es un arma, sólo hay que aprender a disparar.



@FDQuijano

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