Luis Goytisolo

Luis Goytisolo empleó 17 años en completar Antagonía, su obra magna, obra que a menudo se sitúa a la altura del Ulises de Joyce, y durante ese tiempo, escribió un puñado de fábulas crueles que recupera ahora, añadiéndole una nueva, El atasco, y reuniéndolas en una integral que pone de manifiesto, en su opinión, que el mundo no ha cambiado tanto desde 1968, que sigue "su curso lógico", y este es el de la alienación, el de lo "inhumano".

Luis Goytisolo empleó tres años en dar forma a Antagonía, su obra magna, la obra que, en palabras del Nobel Claude Simon, juega en la misma liga que el Ulises, de James Joyce, el En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust y El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell. La monumental novela, un cuarteto, o tetralogía, se le apareció en 1960, mientras cumplía cuatro meses de condena en la cárcel de Carabanchel, por pertenecer al PSUC. Le llevó 17 años completarla. Empezó a publicarse en 1973, sólo que no en España, sino en México, porque en España no pasó la censura. Se publicó, pues, en 1973, la primera parte, que llegó a España al poco de morir el dictador, en el mismo 1975. Las otras tres llegaron, en distintos años, de manera que no fue hasta 1981 que la obra se completó. En cualquier caso, la obra, que empezó a escribir en 1963, acabó resultando "más larga de lo que esperaba", y ocupando tanto tiempo que el autor se vio obligado, por no desaparecer, a publicar algo mientras seguía tratando de completar la cima, el Everest, en palabras de Caballero Bonald, que iba a suponerle Antagonía. "A instancias de Joan Ponç y Xavier Corberó empecé a escribir una serie de fábulas", recuerda, fábulas que el por entonces joven y, como siempre, valiente, editor Jorge Herralde, se mostró entusiasmado por publicar. Ojos, círculos, búhos, el primer (y delirante) volumen de estas fábulas que quizá no deberían considerarse fábulas, pues, "aún hoy no sé lo que son, diría que son un género nuevo, no me basaba en nada, no había visto nada igual, sigo sin haberlo visto", confiesa el propio autor, vio la luz en 1970, es decir, que Anagrama atravesaba entonces su segundo año de existencia. A aquel volumen, le siguieron otros dos, publicados, uno al cabo de seis años, y otro al cabo de otros cinco (es decir, en 1981), teniendo, la por entonces aún trilogía, una suerte de vida paralela a los volúmenes de la propia Antagonía. "Esa fábulas eran mi válvula de escape", confiesa el escritor. Pero para que el paralelismo fuese total, necesitaba de una cuarta parte. Una cuarta parte, titulada El atasco, que ha escrito este mismo año y que completa la integral, retitulada: El atasco y demás fábulas (Anagrama).



Pregunta.- ¿Qué tienen de especial estas fábulas?

Respuesta.- El sentido del humor. Es un humor irreverente, escatológico, disparatado. El humor que ya estaba presente en Antagonía, o que estaba desarrollando para, precisamente, Antagonía, y que aquí se movía con una mayor libertad. Lo cierto es que, Las afueras, mi primera novela, nunca acabó de gustarme. Funcionaba, pero en el fondo había algo que no funcionaba. Y era el humor. Aquella novela tenía cero humor. Con la segunda pasaba un poco lo mismo. Digamos que el humor narrativo empecé a desarrollarlo durante la época en que empecé a escribir Antagonía, y de ese humor se contagiaron las fábulas, que no serían posibles sin esa válvula de escape.



P.- Está el humor, pero también la forma. Es una forma extravagante de narrar.

R.- Sí. Lo cierto es que, en un primer momento, pueden parecer fragmentos independientes, pero no lo son en absoluto. Los fragmentos forman una historia, pero es el lector quien debe completarla. Él debe tomar parte para que la historia tenga sentido. De todas ellas, la más perfecta es la última, porque, durante estos años, he ido desarrollando esa otra estructura, que aunque no lo parezca, está ahí. Lo que puedo decir de ella es que es prácticamente un género nuevo. No se parece a nada que yo conozca. Porque, vale, es un relato de humor, pero detrás, hay un contenido muy serio, incluso cruel.



P.- ¿Y no le viene de ninguna parte, esa no-estructura?

R.- No, que yo sepa. Lo veo más como una evolución de mí mismo, mi propio estilo. Es cierto, eso sí, que me relacionan siempre con escritores centroeuropeos. Alguien ha hablado de Kafka. Y Kafka es un escritor que siempre me ha gustado, pero no creo tener nada suyo. Aunque es cierto que en estas fábulas, como en sus escritos, no hay nada imposible.



P.- Si algo comparten los personajes de estas fábulas, los de 1968 y los de este 2016, es su alienación, su inhumanidad, ¿diría que nada ha cambiado?

R.- Diría que todo ha seguido su curso, su evolución lógica. Es muy evidente que cada vez estamos más alienados, que cada vez se piensa menos. La realidad está mucho más oculta. Los políticos cada vez pintan menos, lo que pinta es el mercado, los que siempre ganan. A veces me pregunto qué les pasa por la cabeza a esos pitagorines de Silicon Valley que con lo que ganan podrían pagar la deuda de Grecia. Que en el mundo existan estas diferencias me resulta casi inexplicable. El mundo es más inhumano cada día.



P.- Hablando del mundo, el atasco del título no es casualidad, ¿verdad?

R.- No, claro. Estamos en un atasco. Y no me refiero al atasco político, que dura ya seis meses, sino al atasco del mundo en general. Un mundo en el que las cosas no son lo que parecen, un mundo difícil y disparatado, en el que ya no existe la lucha de clases porque ni siquiera existen las clases. Ya no existen los obreros, todo lo que hay son asalariados, una gran masa flotante que ni siquiera sabemos qué es y que vive en una especie de limbo. La sociedad se ha hecho evanescente.



P.- ¿Y el futuro? ¿Terrible?

R.- Bueno, el libro es ciertamente pesimista con el futuro. En un momento dado se habla de que el atasco está en realidad previsto para mañana, con lo que, a lo que me refiero es a que lo gordo está por venir.



P.- Por la manera en que planeó Antagonía, durante tres largos años, parece usted un escritor enteramente racional, que piensa mucho antes de escribir.

R.- Sí, lo planeo todo. Tardo en escribir una novela una media de tres años, y de esos tres años, paso sólo seis meses escribiendo. El resto es planificación. Luego, no soy esa clase de escritor que dice estar escribiendo siempre la misma novela. Lo que hago es encontrar minas que luego exploto. En cada nueva novela encuentro una nueva mina que pienso explotar en la siguiente. Así es como me muevo.



P.- Hace poco dijo que, aunque no recordase el momento, sí cree que la muerte de su madre le influyó en cierto sentido.

R.- No. Lo que pasó es que, releyendo mis primeros libros, me di cuenta de que había muchos personajes que se llamaban como mi madre, Julia, incluso había algún Julio, y también había personas muriendo en bombardeos. Que entonces, mientras escribía, no era consciente de ello, pero que, al parecer, había estado ahí, claro, desde el principio.



P.- ¿No es de esos escritores que consideran la literatura un refugio?

R.- No, para nada. No soy de esos escritores que dicen sufrir cuando escriben. Yo no sufro en absoluto. Al contrario, me divierto. Me gusta, por eso lo hago.



P.- ¿Y qué me dice del hecho de haber crecido rodeado de otros escritores?

R.- Que, en nuestro caso, es algo genético. Que nos viene de lejos. Por ejemplo, mi hijo Gonzalo, que es pintor, debe su veta pictórica a una abuela mía, que era menorquina y pintaba unos paisajes francamente bonitos. Mi padre, de joven, pintaba, y ya jubilado, volvió a hacerlo, pintaba con pinturas que fabricaba él mismo diluyendo plásticos. Yo, de hecho, no sabía a qué dedicarme cuando era niño. Me gustaba tanto el cómic como la escritura. Al final me decidí por la escritura, pero lo primero que hice, mi primera obra, siendo niño, fue un cómic. Hasta lo grapé y le puse un precio, en imitación de los cómics que me compraba en el quiosco.



P.- Se le compara con Proust, con Musil, con Joyce, pero ¿quiénes fueron sus maestros?

R.- En mis comienzos, Hemingway, pero a través de Pavese conocí lo que por entonces se llamaba realismo objetivo, el relatar las cosas sin tomar parte, captando lo que te rodea. Me parece un buen aprendizaje. Lo malo es que, cuando los releí, a los dos, a Hemingway a Pavese, del primero sólo me gustaron los relatos, y del segundo, su última obra, que es aquella en la que más pone de sí mismo. Pavese fue siempre un buen narrador, pero le faltaba algo. Seguramente sinceridad.



P.- ¿Y nada más cercano?

R.- Me gusta Claudio Magris, también me gustaba Sebald.



P.- ¿Y qué me dice de la literatura española contemporánea? ¿Cree que atraviesa un buen momento?

R.- Sin duda. Atraviesa un buen momento. Prefiero no dar nombres porque luego olvido a algunos y menciono a otros y no está bien, pero, sin duda hay grandes figuras como no las había desde el 'boom' que se dio en los años 60 y 70. Después de aquello pareció que decaía, pero esta última década se ha recuperado y ahora hay gente realmente valiosa haciendo cosas, algo que no ocurre ni en Francia ni en Italia. Diría que la literatura en español y la literatura anglosajona son las literaturas del momento.



@laura_fernandez