Image: Carlos Bousoño, o la ciencia de la poesía

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Letras

Carlos Bousoño, o la ciencia de la poesía

26 octubre, 2015 01:00

Carlos Bousoño. Foto: Sebastiá Llompart

El poeta Carlos Bousoño (Boal, Asturias, 1923 - Madrid, 2015) murió el pasado sábado a los 92 años. Premio Nacional de Poesía en 1990, de las Letras en 1993 y Príncipe de Asturias en 1995, era también académico de la RAE desde 1980. Poeta existencial, Bousoño fue uno de los grandes nombres de la poesía de la posguerra y un importante teórico.

Si hay algo permanente en la realidad de la poesía, es su condición agónica: siempre en crisis, siempre incomprendida o rechazada, siempre amenazada de desaparición. Este "siempre", desde luego, puede entenderse como una mera extensión abusiva de las palabras "hoy" o "ahora". Y, en efecto, ante la noticia de la muerte del poeta Carlos Bousoño a la edad de noventa y dos años, y cuando llevaba casi dos décadas de silencio literario y académico, parece oportuno plantearse el papel de una figura como la suya -erudito e investigador, además de poeta premiado y figura de resonancias institucionales- en una sociedad en la que la poesía emergente adopta los modos del monólogo humorístico televisivo o de la soflama salmódica, cuando no los de ambos a la vez, y en la que el sentido del reconocimiento al mérito modesta y laboriosamente ganado es cada vez menor.

Carlos Bousoño, nacido y criado en Asturias, llegó a Madrid a concluir sus estudios en 1943. Demasiado joven y todavía desconectado de los ambientes literarios capitalinos, no traía en su bagaje la tentación escapista que abonó el llamado "garcilasismo", el neoclasicismo vacuo que aspiraba a convertirse en la poesía más o menos oficial de los vencedores de la guerra. La postura opuesta, como se han encargado de consignar desde entonces todos los manuales de literatura, fue una poesía en la que el inconformismo adoptó las formas y expresiones de la religiosidad agónica y la angustia existencial. En estos modos se inició la poesía del joven universitario. No es que no hubiera otras posibilidades: exacto coetáneo de Bousoño -ambos nacieron en 1923- fue el gaditano Carlos Edmundo de Ory, el más perdurable de los poetas que militaron en el llamado Postismo, una insólita revisión del espíritu de las vanguardias desde un medio decididamente hostil a toda innovación rupturista. Acaso la herencia postista sea más relevante hoy que el caudal de poesía programáticamente implorante de salvación y sentido que cultivaron los poetas "desarraigados" de entonces. Pero en esto, como en todo lo concerniente a la perdurabilidad literaria, no conviene ser demasiado tajantes. Bousoño fue uno de esos poetas "desarraigados": el segundo de sus libros se tituló elocuentemente Primavera de muerte (1946). Como los "garcilasistas", también los poetas "desarraigados" cultivaban las formas métricas clásicas, entre las que predominaba el soneto, al que Bousoño consiguió arrancar algunas modulaciones personales: "Pasa la juventud, pasa la vida, / pasa el amor, la muerte también pasa, / el viento, la amargura que traspasa / la patria densa, inmóvil y dormida", empieza el titulado "Desde lejos", del libro Noche del sentido (1957).

Pero ya a esas alturas los poemas de Bousoño empezaban a alejarse de los postulados de la "poesía desarraigada" de la inmediata posguerra y buscaban otras tonalidades y recursos. En el libro significativamente titulado Invasión de la realidad (1962), el verso clásico cede su lugar al versículo de aliento largo, jaculatorio, trufado de alusiones a una cotidianeidad en la que, sin embargo, no deja de alentar un elemento visionario: "Pongamos, / más allá de nosotros, a salvo de la corrupción de la vida, / nuestro lenguaje, nuestros usos, nuestros vestidos, / la corneta del niño, el delicado juego sonoro, / la muñeca, el trompo, la casa". Este nuevo tono alcanza su culminación en el que muchos consideran el mejor libro de Bousoño, Las monedas contra la losa (1973), con el que el poeta obtuvo por segunda vez el Premio de la Crítica.

A la vez que iba publicando esos libros, el ya profesor desarrollaba una importantísima obra teórica y crítica, inicialmente en la estela de los estudios de Estilística promovidos por Dámaso Alonso. La poesía de Vicente Aleixandre (1950) es considerado aún el mejor libro que se ha escrito sobre la obra del sevillano y un hito en el proceso de recuperación académica de los poetas de la generación de preguerra. La publicación en 1952 del influyente tratado Teoría de la expresión poética tuvo el curioso efecto de situar al siempre ecuánime poeta e investigador en el centro de una de las más enconadas polémicas que ha conocido la poesía española del siglo veinte: la que enfrentó a quienes concebían la poesía como comunicación, en cuyas filas se situaba el propio Bousoño, a la par que Aleixandre y otros poetas cercanos, y a quienes entendían que la poesía es conocimiento, a cuya cabeza se situaban dos jóvenes poetas barceloneses de expresión castellana: Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma. Como se ha ocupado de desentrañar, entre otros, el profesor y poeta Dionisio Cañas, la polémica era bastante artificial y se prolongó simplemente por el hecho de obedecer -afirma Cañas- "a una estrategia de promoción generacional" por parte de los barceloneses. El argumento eliotiano de que el poema no comunica otra cosa que su propia realidad verbal, y de que no existe ningún contenido psíquico anterior al poema que éste tenga el cometido de comunicar, base de los argumentos de Barral y Gil de Biedma, era conocido por la otra parte y asumido como parte de su razonamiento, tan abierto a matices y atenuantes como el de sus oponentes; de modo que, en el fondo, unos y otros compartían una suerte de síntesis entre las dos posturas en litigio: la poesía es tanto conocimiento como comunicación. Lo que latía, en el fondo, era el prejuicio, aun hoy no del todo desactivado, de que había un establishment literario madrileño al que había que derribar, o al menos retar, si se quería ocupar un hueco en la historia literaria española.

Mientras tanto, Bousoño se convertía en el profesor e interlocutor querido y cordial que muchos recuerdan. Su popularidad entre sus alumnos -algunos de los cuales adquirirían luego renombre literario y académico- era incuestionable; como tampoco puede dejarse de mencionar -lo ha recordado Luis Antonio de Villena- que el poeta-profesor era también asiduo de la noche madrileña, cuando las complicidades literarias eran inseparables de la hermandad libatoria. Eran otros tiempos. Muerto Ory, muerto Bousoño, muertos otros muchos poetas de entonces, de esa "primera generación literaria de posguerra" apenas quedan ya supervivientes. Conviene ir anotando los recuerdos de quienes los conocieron y trataron.