Álvaro Pombo (Santander, 1939) nos recibe en su caótico y cálido piso del barrio madrileño de Argüelles. Allí es donde mejor está, al calor de la estufa, leyendo y cuidando de sus plantas. Muestra orgulloso un diminuto olivo que acaba de plantar en la terraza. No le gusta salir, no le gustan las tertulias y mucho menos los saraos. "Soy un tipo difícil y salvaje. He vivido solo y moriré solo". No se junta con otros escritores porque "esas reuniones son el infierno de la pejiguera". Claro que le gusta estar acompañado, pero en casa. "Una vez que me pongo, soy muy sociable", matiza. Convaleciente tras una importante operación, fuma despreocupadamente y deja caer la ceniza sobre la alfombra.

A quien sí le gusta figurar y codearse con intelectuales, bohemios y esnobs de toda índole es a Elvira, la protagonista de su última novela. Un gran mundo (Destino) cuenta la historia de esta mujer cautivadora y superficial, con don de gentes y aspiraciones artísticas pero sin talento y un poco ridícula, que abandonó su acomodada vida provinciana, a su marido enfermo y a sus dos hijos para instalarse en el París de entreguerras, "ese París de grandes modistas y creación continua", evoca el escritor. A su regreso, casada por tercera vez con un apuesto argentino veinte años más joven que ella, Elvira se relacionó con la alta sociedad madrileña de los años 50 y 60 desde su tienda de antigüedades que funcionaba más bien como un salón de té. "La clase alta madrileña se lo pasó bomba en aquellos años del franquismo. Eran los años de la emigración, pero también los del auge de la clase media, y entre la clase alta circulaba el dinero y había cierta prosperidad".

Elvira, inspirada en la propia abuela del autor, es "una sablista profesional". Vive sin reparar en gastos con el dinero ajeno, casi siempre de la familia. Cuando su negocio se viene abajo (ella, indolente, lo deja caer, más ocupada en recitar poemas insulsos), cambia de aires y se muda al sur, donde participa en "la invención de Marbella" junto a personajes como Alfonso de Hohenlohe y la duquesa de Alba. "La Marbella inicial fue muy divertida, yo he conocido a casi todos sus protagonistas, luego se convirtió en la Marbella hortera de Gil", opina el autor de El temblor del héroe, Premio Nadal en 2012.

La historia de Elvira la cuenta su sobrina muchos años después, releyendo las memorias de su tía. El relato de las peripecias de la protagonista se intercala con recuerdos, reflexiones y juicios de la narradora, teñidos con una mezcla de fascinación, envidia y compasión y acompañados de citas de Nietzsche, George Elliot, Wallace Stevens y Santo Tomás de Aquino. Este peso compartido entre la protagonista que es objeto de estudio y la otra protagonista, que pertenece a una generación posterior y ejerce de narradora, "es el mayor logro del relato", considera su autor. Es la misma técnica que empleó en Donde las mujeres, otra novela con protagonista femenina y familia complicada de por medio, Premio Nacional de Narrativa en 1997, que acaba de reeditar Destino.

La narradora comparte su polo de protagonismo con su hermana, apodada la trainee, una chica deportista llena de vitalidad, y su primo el aguilucho, nieto de Elvira y ofendido por la actitud irresponsable de esta. La novela está cargada de autobiografía: "El aguilucho soy yo, pero más guapo, y la narradora también soy yo", confiesa Pombo, "mientras que la trainee es una mezcla de todas las personas deportistas que he conocido en mi vida". Esta es más ingenua y más feliz que los otros dos porque "la inteligencia complica las cosas. Como dice el texto de Hamlet, la conciencia nos vuelve cobardes".

El tema transversal de la literatura de Pombo es la memoria o, como él dice, "la memoria inteligente". "Antes decían que la memoria era la inteligencia de los tontos, pero nunca ha sido eso, sino la inteligencia de los más inteligentes. La memoria genera las ocurrencias y la percepción del mundo, eso es lo primero. Luego la inteligencia ejecutiva, como la llama José Antonio Marina, discierne y elige una opción u otra. Pero el trabajo más importante de un artista lo hace primero la memoria mediante la creación de hábitos, hábitos narrativos en el caso de un escritor", asegura.

En Un gran mundo, a través de los padres del aguilucho (hijo y nuera de Elvira), Pombo retrata también el machismo y el doble rasero moral de la sociedad de aquella época, tan pacata y a la vez tan comprensiva con el adulterio, siempre y cuando lo cometiera el marido, claro. "Podías ser un perfecto hijo de puta con tu esposa y te consideraban un macho ibérico. Don Juan es un personaje ibérico pero mucho peor que el jamón. Decían que un hombre tiene que tenerla bien puesta y follar todo lo que pueda. Eso me parece tal imbecilidad que me vacunó contra el machismo español y a punto estuvo de vacunarme contra España entera. Esto ha cambiado afortunadamente, pero no por el esfuerzo de los hombres, sino de las mujeres, que han luchado por su dignidad".

El mundo ha cambiado también en otras muchas cosas, "y casi todo para bien". Desde hace años, el académico y escritor observa estos cambios desde la distancia de su vida ascética. También hace mucho que adoptó su peculiar método de escritura: dicta sus novelas a un escribano, un método que condiciona profundamente el resultado del texto. "Creo que las novelas que se escriben hoy son demasiado textuales. En mis relatos todo sucede en voz alta; esto es importante, hay que oír la voz de los personajes. Cuando dicto mis historias, las veo completas delante de mí".

@FDQuijano