Marcos Eymar.

Recordarse de. Profitar. Una vilá en la Andalucía. Hacer la fiesta. Fermar la puerta. Estos engendros lingüísticos son hijos de los españoles que emigraron a Francia en los años 50 y 60, y que acabaron fundiendo ambos idiomas. El frañol, como se conoce a esta lengua híbrida, se topó en el camino del escritor Marcos Eymar (Madrid, 1979) cuando hace más de una década él también se marchó a vivir a Francia, donde trabaja como profesor en la Universidad de Orléans. En sus frecuentes viajes entre París y Madrid a bordo del tren nocturno Francisco de Goya entabló conversación con muchos de aquellos expatriados.



Los compartimentos cerrados y las trece horas de trayecto daban pie a las confidencias. Así fue conociendo Eymar las vidas de muchos emigrados. Sus historias y la fascinación que le provoca este dialecto bastardo inspiraron su primera novela, Hendaya, un título que evidencia el carácter fronterizo de esta historia, ganadora del Premio Vargas Llosa en 2011. En 2012, la Universidad de Murcia editó una edición no venal del libro que se distribuyó en bibliotecas, luego tuvo una segunda vida en la editorial Océano de México y ahora Siruela le concede un tercer viaje publicándola de nuevo en España.



"Quiero pensar que esta es la primera novela que introduce el frañol como objeto de estudio literario", explica Eymar. Hendaya es, además, una novela negra que no encaja dentro de los cánones del género. Sobre todo porque su protagonista no es un detective ni tampoco un criminal al uso. Jacques Munoz es un tipo más o menos normal, vencido por la desidia, que, sin proponérselo ni evitarlo, se convierte en el enlace entre dos mafias. "Así quedó cerrado el pacto. Pudo no contestar a la llamada dos días después; pudo no acudir a la cita. También, bien mirado, pudo no haber nacido", escribe Eymar.



"El protagonista se mete en un negocio criminal por presiones externas, sin ningún convencimiento", explica el autor. Su cometido consiste en transportar misteriosas maletas de París a Madrid a bordo del tren Francisco de Goya y, en realidad, acepta el trabajo para aprender español, la lengua que su madre le negó para facilitarle, pensaba ella, la integración en el país galo.



La idea del aprendizaje del español como motivación del protagonista se le ocurrió al autor visitando la antigua Casa de Fieras del Retiro -que también aparece en la novela, ligada a un recuerdo terrible de la guerra-. Allí, en una de las hornacinas de los jardines circundantes concebidas como biblioteca al aire libre, encontró hace unos años un viejo método de conversación Francés-Español de 1973. En él está inspirado el que aparece en la novela en forma de casetes que el protagonista escucha entre encargo y encargo.



Mientras espera en un bar la más que probable llegada de los sicarios que acabarán con su vida, Munoz construye su confesión a la vez que repasa mentalmente el pasado de su madre y su relación con la comunidad de inmigrantes españoles en París, sus aventuras en la capital francesa y en Madrid, su aprendizaje del español, su fallida relación con una bailarina de striptease y empleada de Metro de Madrid, y cómo descubrió la verdad sobre la trágica desaparición de su padre, opositor comunista al régimen de Franco.



Lo del trasiego de maletas entre París y Madrid también se le ocurrió a Eymar en el tren: "En el Francisco de Goya nunca escaneaban el equipaje de los pasajeros. Así se me ocurrió una idea que nunca llegué a poner en práctica: si las cosas me iban mal, siempre podría hacer contrabando de tabaco", bromea Eymar. Finalmente, aquella idea prosperó en forma de novela.



El Francisco de Goya dejó de circular el año pasado. Las compañías aéreas low cost como Ryanair e EasyJet le dieron muerte. "Yo mismo contribuí a su desaparición porque dejé de usarlo", confiesa Eymar con un asomo de culpa.



Autor y protagonista comparten un rasgo fundamental: su patria actual es la frontera. "Cuando vives entre dos países, acabas imaginando una patria ideal que es una especie de síntesis de los dos lugares", reconoce el escritor. "En Madrid falta agua, miras el Manzanares y no tiene nada que ver con el Sena. En cambio, en París falta luz". También lo pensó el protagonista de la novela al aterrizar por primera vez en Madrid y quedar cegado por el sol. No encontraba los adjetivos "que servirían para describir esa pura presencia que le hizo sentir que había pasado toda su vida en la penumbra, que la esfera lejana que alumbraba la grisalla de París no era más que una pálida luna travestida".