Julio Llamazares. Foto: Mitxi

El pueblo donde nació el escritor y periodista Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) fue devorado por las aguas cuando él era un niño y la mano ejecutora fue la de otro escritor: Juan Benet. El autor de Volverás a Región también era ingeniero de caminos y construyó el embalse del Porma, en la provincia de León. De hecho, esta primera novela, que inventa una tierra ideal inspirada en aquélla, la escribió Benet mientras construía esta presa que sumergió el pueblo de Vegamián, donde el padre de Llamazares ejercía como maestro, y otros como Campillo, Quintanilla o Ferreras, obligando al destierro a sus habitantes. Fue de los últimos pantanos que inauguró Franco -hacía mucho que se había ganado el apodo clandestino de Paco el Rana- como herramienta preferida para la modernización del país en forma de regadíos y centrales eléctricas.



"Esto también es memoria histórica, pero la gente o no se acuerda o no le importa", dice Llamazares, que rinde cuentas con ella -y con la suya- en Distintas formas de mirar el agua (Alfaguara). Por lo mucho que llamaba la atención de amigos y periodistas el hecho de que naciese en un pueblo inundado por un pantano, Llamazares siempre se sintió "condenado" a escribir este libro y, quizá por eso, le ha resultado fácil: "La escribí en un año, y a mí la facilidad siempre me ha resultado sospechosa. La tuve que releer varias veces y darla a leer hasta que entendí que la facilidad se debía a que llevaba cincuenta y tantos años con esta historia en la cabeza y escribirla fue como darle al botón de imprimir", confiesa.



Distintas formas de mirar el agua es una novela breve y coral que narra la historia de una familia oriunda de Ferreras a la que, como al resto de los habitantes del valle, expropiaron su vivienda y sus tierras por un precio muy inferior al real y, como a buena parte de ellos, la reubicaron en una laguna desecada -tremenda ironía- de Palencia, en un "pueblo de colonización que más bien se parecía a los barracones de un campo de concentración nazi". Lo que les pagaron apenas les dio para pagar la hipoteca de su nueva casa y otras tierras, muy distintas a las que tenían y que tuvieron que aprender a explotar.



El autor de El cielo de Madrid también encuentra similitud entre estos desterrados y los judíos españoles expulsados en 1492. "Como ellos, muchos habitantes de estos pueblos inundados conservaron las llaves de sus casas, aunque a diferencia de aquéllos, éstos eran conscientes al marcharse de que nunca podrían volver a su lugar de origen, porque fue destruido".



Domingo, el padre de familia de la novela, se negó a volver nunca a su pueblo o, mejor dicho, al pantano bajo el cual se hallaban sus ruinas. Tan solo quiso volver, lo dejó dicho, cuando muriese. Así, la novela transcurre en el breve lapso de tiempo que tarda su familia en arrojar sus cenizas a las aguas del embalse, en el punto de la orilla más cercano al pueblo sumergido. En lo que dura la sencilla ceremonia, su viuda, sus hijos, sus yernos y nueras, sus nietos y nietas, reflexionan sobre su relación con Domingo, con aquel paraje perdido y, en el caso de los más jóvenes, con aquel desarraigo heredado, tema principal de la novela junto con la "relatividad de los puntos de vista" aportados por cada personaje, cuyo apego a aquel valle se ha ido diluyendo en cada nueva generación. "Todas las miradas son complementarias y todas juntas, como en las tragedias griegas, conforman seguramente la mirada del autor", apunta el escritor.



Llamazares tenía dos años cuando su familia abandonó el pueblo, varios años antes del llenado del pantano. Su familia no era originaria de allí, así que no llegaron a sentir una pena tan grande como la de quienes esperaron al último momento con la esperanza de que la obra nunca se terminara y finalmente tuvieron que dejar en aquel pedazo de valle la memoria, la casa y hasta los restos de sus ancestros, en un cementerio que fue tapado con hormigón para que los huesos no acabaran saliendo a flote con la erosión del agua.



El autor de La lluvia amarilla no volvió a la zona hasta los 28 años de edad, la primera vez que vio "conscientemente" el que había sido su pueblo. El director de cine José María Sarmiento iba a rodar El filandón, con un guión compuesto por cinco historias escritas por escritores leoneses, y una de ellas era de Llamazares. Querían rodar en uno de los pueblos abandonados que quedaron al borde del agua del pantano y cuando llegaron al valle, se toparon con la inmensa sorpresa de que lo habían vaciado para hacer labores de mantenimiento. "Habían emergido todas las ruinas llenas de lodo. Nos encontramos con un decorado que ni Hollywood habría podido pagar y aprovechamos para rodar". Desde aquel momento, recuerda el escritor, tomó más conciencia de su relación con el lugar. Además, poco después el gobierno de Felipe González terminó de construir el pantano de Riaño -en un valle cercano al del Porma-, proyectado durante el franquismo. "Me impliqué mucho en la oposición al ver que quienes tanto habían ridiculizado al régimen por construir tantos embalses demostraron la misma insensibilidad y la misma crueldad, metiendo máquinas y con 200 guardias civiles a caballo y con helicópteros. Fue como cuando los israelíes entran en Gaza y arrasan con los asentamientos palestinos. Escribí sobre aquello y recibí amenazas. Aquello removió muchas cosas dormidas en mí".