Antes de que naciera El Cultural, Ricardo Senabre ya estaba aquí. Fernando Lázaro Carreter tuvo la idea: "Tienes que contratar como crítico al catedrático de Salamanca Ricardo Senabre", le instaba a Luis María Anson, entonces director de ABC. "Es el mejor, el que más sabe de literatura española, el más riguroso", insistía. Y claro, Anson lo contrató.



Así que tener al lado, al otro lado de la linea telefónica, a Ricardo Senabre ha sido jugar con ventaja durante años.Ha sido aprender con él -su alma de profesor vivía siempre alerta- que la literatura es el más formidable instrumento para profundizar en el conocimiento de la condición humana y que su oficio de crítico literario requería orientar al lector, señalándole dónde está lo valioso y dónde lo inerte y, al mismo tiempo, prevenirle de los efectos demoledores de la publicidad y del mercado. Nada menos.



Esta era, expresada aquí un poco abruptamente, la idea de la que partía Senabre cada semana, con cada libro, durante años, en las páginas de El Cultural. "¿Es que hay algún libro de psicología que pueda enseñarnos más sobre los celos que el Otelo de Shakespeare?", remataba, como si no estuviéramos convencidos. "El problema comienza cuando el valor comercial desplaza a cualquier otro y hasta lo anula; cuando en el cerebro de muchas gentes de buena fe se instala la perversa convicción de que el libro mejor es el que más compradores ha tenido", insistía el profesor, para que nos quedara claro.



A Ricardo Senabre había que conocerle. Era un crítico exigente y un hombre bueno, íntegro. En la distancia corta, su sentido del humor se filtraba siempre por su palabra culta y divertida. Era un cinéfilo apasionado que dedicó su vida a leer y enseñar, siempre a su aire, siempre al margen de clientelismos y capillitas literarias. Porque Senabre no se casaba con nadie. No asistía a presentaciones de libros, y menos aún ejercía de oficiante. Esquivaba por igual a editores y escritores, no fuera cosa que la cercanía acabara en amistad y la amistad mermara su libertad de juicio. ¿Un tipo raro? No, simplemente no quería formar parte de la vida social, promocional y comercial de la literatura. "No os dejéis avasallar por los departamentos de marketing", nos advirtió durante años. Ricardo Senabre no escribía, por supuesto, novelas, ni jamás publicó una crítica de una editorial que le hubiera publicado algún ensayo.



No era un crítico complaciente, no lo era, y algunas veces quizá excesivamente puntilloso señalando esos errores gramaticales y ortográficos que le exasperaban, y, sin embargo, casi todos los autores anhelaban una crítica suya. Que le gustara a Senabre una novela era para su autor una prueba de fuego que valía la pena pasar. Otra cosa era la vara de medir, y la mirada generosa del crítico hacia los principiantes y aún desconocidos. Pocas cosas le satisfacían más a Ricardo Senabre que descubrir nuevas voces y apostar por ellas y, sin embargo, tengo la impresión de que algunas veces su fama de crítico duro impedía ver el respeto con el que escribía de los autores, a los que admiraba por el mero hecho de serlo.



Había, naturalmente, quien discrepaba de sus juicios o gustos literarios, pero creo que nadie -ni lectores, ni escritores ni editores aludidos- dudaba de que aquello que escribía era exactamente lo que pensaba. Que no había quien le desviara el rumbo. La independencia de criterio era proverbial en Ricardo Senabre, una cualidad, por cierto, que a él le parecía necesaria pero insuficiente para el ejercicio de la crítica. ¿De qué nos sirve, decía, la independencia de un botarate?



Tantos años enviándole libros a Senabre, primero a Salamanca y últimamente a Alicante, tantos hablando con él de esta y aquella novela, tantos años aprendiendo tanto... que cuando escucho esas andanadas a la crítica literaria, que la descalifican las más de las veces con tanta ligereza y de un plumazo, y la acusan de ignorante, o estar vendida, siempre pienso que esos pobres no deben de haber conocido a Ricardo Senabre.