Patrick Modiano. Foto: Hélie Gallimard

Dos nombres destacaban entre los candidatos para el premio Nobel 2014 por su poder literario, el del norteamericano Philip Roth (1933) y el del francés Patrick Modiano (1945). Representantes de maneras opuestas de escribir la realidad de nuestro tiempo. Roth utiliza personajes bien definidos, diseñados con un verbo y una pluma afilados en la claridad de la expresión, mientras apenas reconocemos el perfil de los seres de ficción creados por Modiano, pues los conocemos perdidos en el humo de los cafés del siglo pasado. Y si los escuchamos hablar, les oímos balbucear, tardan en expresarse. No es porque duden sobre sus ideas, sino porque entienden que la realidad presente, el pasado, lo que nos rodea, jamás ofrece un perfil claro.Todo parece sencillo para el optimista, para las personas superficiales, pero en verdad la vida resulta siempre compleja. Y quizás aquí resida la genialidad de este nuevo premio Nobel, que sabe contar mostrando los claroscuros del mundo, de la vida.



Otro aspecto definitorio de su personalidad literaria es su calidad como artista del recuerdo. Sus cerca de treinta novelas poseen una enorme profundidad humana, y sus protagonistas no son gentes excesivamente racionales ni emocionales, sino personajes de ficción que visitan su pasado. Modiano recrea en sus textos un ayer relacionado con hechos ocurridos en torno a la Segunda Guerra Mundial, con la familia y los amigos, con París, que supone una búsqueda entre los recuerdos del tiempo pasado destinada a encontrar una clave sobre cómo somos. Sus personajes se afanan en encontrar puntos de apoyo, asideros sobre los que construir una identidad propia. Suele achacarse esta característica de la obra de Modiano a su biografía, nacido del matrimonio de un padre italiano y judío y de una madre belga, que se conocieron durante la ocupación nazi en París. Así el joven Modiano tuvo que confrontar el pasado familiar, que llevaba a cuestas, y para nuestra suerte dedicó su vida a poner sus inquietudes en letras de molde.



Sus primeras novelas, El lugar de la estrella (1968), La ronda de noche (1969) y Los paseos dela circunvalación (1972), van dedicadas a la guerra. El protagonista de la primera introduce a un joven judío que trata de reconstruir la vida de sus padres durante la ocupación alemana de París. La estupenda perspectiva satírica con la que contempla el antisemitismo atrajo la atención de los lectores, al igual que su original empleo de la lengua, hecha de frases breves, casi telegráficas. En español tendríamos que pensar en la lengua de La colmena de Cela. La obra de ese primer Cela y de Modiano despide un parecido aroma existencialista.



Las memorias, el pasado, los encuentros de los amigos en el café, todo ello, como ha dicho el propio autor, constituye el núcleo de sus obras, que parecen siempre la misma, desde la primera a la última, La hierba de las noches (2012). Calle de las tiendas oscuras (1978), novela con la que ganó el premio Goncourt, me parece una muestra clásica de la narrativa del reciente premio Nobel. Guy Roland, el protagonista, un detective jubilado, emprende una búsqueda casi imposible, la de reconstruir su identidad, realizando un viaje al pasado, que acabará mostrando la entidad de un yo evanescente en un tiempo perdido. En fin, la obra de Modiano ejerce siempre un efecto terapéutico sobre los lectores. Su presentación de los horrores de una parte de la historia francesa, de la segunda guerra mundial, de Pétain, de la discriminación, ya ha ayudado a cicatrizar muchas heridas en su audiencia francesa.



Modiano es un intelectual que huye de la publicidad. No le gusta conceder entrevistas, probablemente porque deja que sus libros hablen por él. Sus textos son como anclas personales, modos de fijar en un momento ese flujo de claroscuros que constituye nuestra vida. Así, Modiano da voz en su obra a nuestra inherente incertidumbre, la búsqueda perpetua de un momento de paz, de saber de qué vamos, de la felicidad, que llega un instante para desaparecer al siguiente.