John Boyne.

Londres. Primera mitad del siglo XIX. Eliza pierde a su padre y, en un alarde de intrepidez, decide huir de la ciudad en busca de un trabajo. De ese modo llega a Gaudlin Hall, en Norfolk, una imponente mansión victoriana, una casa de campo hermosa, de cierta grandiosidad barroca que, en los días turbios, se envuelve en un manto de niebla. La mansión se revela enseguida como una chirriante casa de los espíritus en la que se advierten presencias que no acaban de estar muertas. En lo que ocurre a partir de su llegada no hay terror, sino misterio, o un terror inocente que el autor de El niño del pijama de rayas, John Boyne (Dublín, 1972), presenta como una cortesía a las novelas góticas del XIX, entre cuyas polvorientas páginas ha hallado él guía y ayuda para su último libro, El secreto de Gaudlin Hall (Salamandra):



-Pregunta.- Tras más de una decena de libros publicados, ¿por qué, esta vez, una novela de misterio?

-Respuesta.- Soy aficionado a las historias de fantasmas desde la adolescencia, y sabía que llegaría el día en que querría escribir una, pero para que la novela tuviera una buena lógica interna necesitaba encontrar una buena razón para situar la presencia de un espíritu en este mundo. También quería escribir desde la perspectiva de un personaje femenino -algo que todavía no había hecho nunca-, y me pareció que tomar varios elementos tradicionales de las historias de fantasmas -la gobernanta, los niños repulsivos, la casa encantada- me permitiría revisitar este género de un modo interesante.



P.- Para aproximarse al género, además de hacer suyo aquel estilo, usted llega a recurrir, por momentos, a ciertos tics paródicos. ¿Es ese el mejor camino para abordar un tipo de literatura en cierto modo superada?

R.- Prefiero pensar que es un homenaje a las historias de fantasmas victorianas, y no una parodia. La parodia implica que uno no se está tomando en serio la historia, y yo me tomé ésta muy en serio, sobre todo en lo que se refiere a los temas de la paternidad y el maltrato infantil. Pero sí, quería escribir una novela ahora, en el siglo XXI, ciñéndome a los métodos de escritura de las novelas del siglo XIX, con todas las limitaciones que imponía ese molde. Tras haberme sumergido en la literatura de ese período, escribir la novela resultó a la vez difícil y fascinante.



P.- El libro homenajea a Dickens; con un cameo, incluso. ¿Qué importancia tiene este autor para usted?

R.- Es sumamente importante. Empecé a leer las obras de Dickens a una edad muy temprana -alrededor de los once o doce años-, y sus novelas, sobre todo las que exploran la vida de los huérfanos, fueron experiencias de lectura muy importantes para mí. En la mayoría de mis libros para lectores jóvenes hay un niño abandonado por su familia, ignorado por su familia o que huye de su familia, y creo que mi interés por esos temas lo suscitaron las novelas de Dickens. Había leído sus historias de fantasmas, y me gustó la idea de empezar la novela con el gran autor leyendo una en público. Es una especie de guiño al lector contemporáneo; la narradora, Eliza, y su padre hablan con él acerca de lo que mueve a un escritor a escribir una historia de fantasmas y de lo que significa para los personajes y los lectores. Y eso es precisamente lo que el lector se dispone a abordar en esta novela.



P.- Cuando escribió La casa del propósito especial leyó y estudió durante meses a los rusos. ¿Ha hecho lo mismo con las novelas Dickens, o con las de su tiempo?

R.- La mayoría de las novelas de Dickens ya las había leído. Lo que hice fue leer otras historias de fantasmas, de escritores como Wilkie Collins, Henry James, M.R. James, etc., y ver cómo las habían construido y los temas que habían explorado. Tomé prestado un poco de cada uno, con todo descaro, para construir mi propia novela, pues quería que se leyera como si estuviera escrita en la época en que está ambientada, lo que no es tarea fácil si buscas verosimilitud, no simple imitación.



P.- ¿Tiene alguna preferida?

R.- Aparte de las que ya he mencionado, entre las historias contemporáneas de fantasmas que más me han gustado mencionaría El ocupante de Sarah Waters y la recientemente publicada The Ghost of the Mary Celeste, de Valerie Martin. También he leído mucha literatura gótica, y en este sentido, Daphne DuMaurier ha sido una excelente fuente de inspiración.



P.- Alguna vez ha dicho que escribe sobre lugares a los que le gustaría viajar. ¿Le hubiera gustado estar, o vivir, en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XIX?

R.- Si pudiera evitar la suciedad de las calles, las condiciones antihigiénicas, la comida repugnante y la amenaza de la peste, pues sí, me habría gustado ser novelista en esa época y codearme con muchos de mis héroes.



P.- No es difícil asociar las historias de fantasmas con las viejas casonas del XIX -como la de su novela- y también con el clima y la atmósfera de aquella Inglaterra húmeda y oscura. En su caso, ¿hasta qué punto se beneficia la narración del contexto elegido?

R.- Una de las ventajas evidentes de ambientar una historia de fantasmas en el siglo XIX es que entonces no había electricidad. Los personajes se ven obligados a alumbrarse con velas gran parte del tiempo, o se hallan a oscuras. Eso hace que sea mucho más fácil crear una atmósfera y una tensión, todo lo contrario que si la casa estuviera iluminada como una feria.



P.- Usted se reparte entre la literatura para niños y jóvenes y las novelas para adultos. ¿Cómo logra cambiar el punto de vista entre una y otra?

R.- Para mí, la única diferencia real es que en las novelas para jóvenes el personaje central siempre es un niño y siempre están escritas en tercera persona, mientras que en las novelas para adultos, el personaje central es un adulto y suelo escribirlas en primera persona. En las historias para jóvenes no busco temas más sencillos, ni escribo con un lenguaje más simple. Intento escribir para jóvenes sobre temas serios, con la esperanza de que se interesen por algo que quizá no se hayan planteado nunca, o que no hayan estudiado nunca. Pero me gusta escribir para los dos tipos de público, ir alternándolos, y creo que de momento seguiré haciéndolo.



P.- Por último, pregunta obligada: ocho años después del gran éxito de El niño con el pijama de rayas, ¿cómo recuerda ahora aquella experiencia? ¿Le condicionó como escritor un éxito así?

R.- Fue una época emocionante, porque tras haber publicado cuatro novelas antes de ésa, por fin me leían en otros países. Pero cuando la novela empezaba a tener éxito, ya empecé a escribir la siguiente. Me dio libertad para escribir las novelas que quería escribir y cuando las quería escribir, y para consolidar una obra de la que puedo estar orgulloso, que era mi único objetivo cuando decidí ser novelista. No creo que sea mi mejor novela -considero que la mejor es El pacifista-, pero me alegro mucho de que siga teniendo tan buena acogida por parte de los lectores.