Manuel Vázquez Montalbán y su hijo, Daniel Vázquez Sallés, autor de Recuerdos sin retorno (Península).

De alguna manera, los hijos son los genes andando de un padre. Escéptico, comprometido, pesimista con un ojo fijado en la esperanza. Tímido y sentimental. Algunos atributos de Manuel Vázquez Montalbán se repiten de forma infalible en su hijo Daniel, también escritor, también periodista, también aquejado de descontento. "Querido Manuel, te cuento mis antecedentes penales". Con esta frase se dirige por primera vez Daniel Vázquez Sallés a su padre cuando se cumplen diez años de su muerte. Lo hace para explicarle que la felicidad todavía hoy le es ajena, que llegaron los hijos, más libros, que el oficio periodístico pesa, pero que sigue dando brazadas. Es la primera de las cartas que le envía en el libro Recuerdos sin retorno, un volumen que publica Península y con el que el lector asiste a muchos de los pasajes de la memoria sentimental que ambos compartieron.



Hace unos ocho años, todavía con pellizco del luto en las tripas, Vázquez Sallés intentó escribir sobre su padre. Tuvo que dejarlo, la repentina muerte del escritor en Bangkok quedaba demasiado cerca y confinó aquellas palabras a un cajón, aguardando "épocas mejores". Pasó el tiempo, y una mañana en la estación de Sants se encontró con Manuel Fernández Cuesta, el querido editor de Península que -también fortuitamente- falleció el pasado verano. Le habló de una nueva colección de biografías y de la posibilidad de que él mismo radiografiara a su progenitor. Decidió que empezaría de nuevo, que se daría una oportunidad de reconocer al padre, por supuesto no de matarlo -"si buscaban a alguien que hiciera el ejercicio de matarte una vez muerto, se equivocaban", le dice al comienzo-, y de dedicarle una carta de amor desde la sencillez y la arbitrariedad de la memoria: "Me apetecía escribir recuerdos, contar algunos flashes, en tono de carta, como si hablara con él. La idea era hacer un tipo de orden desordenado, como llegan los recuerdos a la mente".



El proceso fue duro, aquel ejercicio de regresar a las no siempre confortables habitaciones de la memoria se le antojó como asistir a un psiquiatra: "No me doy tregua, hay de todo, preguntas que nunca le formulé porque uno siempre piensa que está a tiempo, experiencias compartidas, recuerdos que me han contado... soy crítico, pero no deja de ser una carta de amor, una revisión de momentos de tu vida que creías olvidados. A veces vas a buscar cosas al pasado y de pronto encuentras presente en ellas, por eso afecta", asume.



Antes hijo que lector, el retrato que traza Vázquez Sallés responde al de un sujeto activo de la peripecia vital y creativa de Vázquez Montalbán. En su infancia, convivió con sus personajes y, en muchas ocasiones, tuvo la sensación de que su padre se marchaba y se quedaban ellos en la casa familiar. ¿Fue fácil ser hijo de alguien como él? Para responderse, el periodista acude a una frase del propio Manuel: "Mira, un hijo no es responsable del padre que tiene", le dejó dicho, y aquello se convirtió en una especie de filosofía para poder crecer en libertad, protegido de su fama de escritor.



Preguntado por cómo la posteridad ha tratado al nombre de su padre, Vázquez Sallés confiesa: "Lo que no aparece en la televisión no existe hoy y a veces se hace difícil mantener o recuperar la figura de un autor. Pero ha habido de todo, mucha nostalgia y, otras veces, gente que que le ha traicionado; en algunos casos he visto fidelidades excesivas, un poco incluso de papanatismo. Creo que puedo decir que en general ha sido bien tratado, otra cosa es que esté presente en librerías". Con todo, reconoce que también se ha ido fraguando en ciertos ámbitos una suerte de mitomanía hacia el hombre que le enseñó a leer: "Es normal, a mí me ocurre con el cine o la música, no tanto con la literatura, pero porque cuando ves a los protagonistas en tu casa te das cuenta de que al final sólo son personas con necesidades normales, compruebas que escribir es simplemente un trabajo. Percibo que hay gente que habla y habla sobre él, que lanza grandes postulados sin haber leído nada, como si su experiencia tuviera que formar parte de mi vida, y no es así", lamenta.



¿Y él? ¿En qué medida ha leído a Vázquez Montalbán? Consciente de que aún le quedan textos a los que acercarse, asegura que con el tiempo ha ido creciendo un compañerismo entre ambos, una amistad relativa (porque un padre es un padre) y una admiración mayor. "Tiene tantas cosas... me siento orgulloso, pero intento evitar ensalzarlo más de la cuenta. Hay libros que me golpearon mucho, como El estrangulador, que me dejó muy preocupado, pues veía ahí una especie de memoria, como si se estuviera despidiendo. Los leí en su día, cuando tenía contacto diario con él, los libros me hablaban de muchas cosas que mi padre no me decía. Hoy todavía descubro cosas, aparece de pronto una recopilación de artículos y veo que yo formaba parte de ese mundo".



Desconoce el hijo que pensaría Vázquez Montalbán hoy y no ha buscado esas respuestas, pero sí supone que no sería muy feliz en el mundo en que vivimos: "Era escéptico, sentía la felicidad sólo de vez en cuando. Los tiempos hoy son tan complejos que alguien sensible como él difícilmente podría estar contento", imagina. Sobre las letras actuales, continúa, seguramente viviría sorprendido ante el boom al que ha asistido la novela negra durante los últimos años: "Cuando empezó a escribir novela negra en los setenta, aquello estaba considerado subliteratura. Carvalho tuvo que salir de España para volver y ser tomado en serio. No dejo de ver un triunfo por su parte, porque reivindicó y situó el género en el lugar que se merecía".



Conoce bien a Carvalho Vázquez Sallés, el alter ego de su padre y un género literario en sí mismo que él reivindica: "Le permitía decir todo lo que Manuel no podía nombrar por sus compromisos, le servía para respirar. Escribió mucho para psicoanalizarse y, cuando venía Carvalho, Manuel se iba de viaje". Daniel, que se convirtió en escritor por insistencia del padre ("¿Cuándo te vas a poner a escribir?", le azuzaba), lamenta que pudiera contemplar pocas páginas de esta faceta de su vida: "Un día le dije que tenía una historia y le pedí que no me molestara, que no me pidiera que le pasara nada. Cuando se publicó, dejé por fin de ser un tipo que había vivido la literatura desde dentro para vivirla como profesional". Probablemente, su padre estaría orgulloso de esta obra que ahora publica, a pesar de que pasa por muchos temas que pueden llegar a desagradar a los lectores, reconoce. "Hay cosas que no pueden gustar... mi padre era un intelectual verdadero, a veces un renacentista por la cantidad de temas que tocaba. Para hablar de él, tienes que hablar de muchos asuntos que le interesaban, porque era un enfermo de la curiosidad. Yo sólo soy un escritor, mi padre era otra cosa...".



De todos los asuntos que aborda el volumen, de todas las partículas que componen a Manuel Vázquez Montalbán en su recuerdo, el hijo se queda con los viajes, el verdadero país de su infancia: "Cuando salíamos nos sentíamos muy libres, era ese Rosebud del que tanto hablaba él. Recuerdo un viaje a Grecia... aquello fue la felicidad", rememora. Años después, justo el verano antes de que muriera, Vázquez Sallés regresó al lugar, alquiló una casa en una isla y aquello le sirvió para escribir una novela. "Quien pierde sus orígenes pierde la identidad. Poco a poco vas encontrando esa afinidad con tus orígenes que habías estado buscando, la encuentras en su ausencia. Yo he comprendido mejor a Manolo y no he tenido que matar al padre, me negué a hacerlo".

Homenaje en la Biblioteca Nacional

La BNE ha organizado un ciclo de conferencias en el X aniversario de la muerte de Vázquez Montalbán en las que participarán Almudena Grandes, quien analizará el 26 de noviembre el Vázquez Montalbán novelista, Enric Juliana, centrado en su figura como periodista (28 de noviembre) y Pere Gimferrer, que hablará de su polifacética personalidad y su poesía (4 de diciembre). Los tres conocieron o han estado en contacto con el escritor y su obra.