Marc Augé.



El pensador francés, célebre por la acuñación del concepto de "no lugar", vislumbra el horizonte de la sociedad contemporánea en su ensayo 'Futuro' (Adriana Hidalgo) | Contra la sociedad dividida en tres clases (los pudientes, los consumidores y los excluidos), reivindica la utopía de generalizar la educación | "Ese es el reto de las democracias", sentencia.




Andaba Marc Augé (Poitiers, 1935) con la mosca detrás de la oreja. La implantación en la vida de buena parte de la población mundial de los móviles con conexiones a internet, de los correos electrónicos incesantes reclamando atención, del bullicio trepidante de Twitter, Facebook y derivados, le provocó la sensación de vivir inmerso en una sociedad sometida a "un presente perpetuo". Una especie de tiranía en la que el futuro le ha sido arrebatado a la gente. "Estos medios generan una ilusión de ubicuidad e intantaneidad. En este contexto surgen nuevas formas de miedo. La interconexión constante nos facilita una ingente información de todas las partes del planeta. Y así en nuestras conciencias pesan cada vez más los desastres ecológicos, la violencia terrorista, la economía en manos que no controlamos, el incremento en las diferencias entre ricos y pobres...". Y los miedos hacen que le acabemos dando la espalda al porvenir.



Marc Augé rumia en voz alta (con un español esforzado por el que se cuelan vocablos italianos que cree nuestros: paura, percorso...) las disfunciones de nuestro planeta globalizado. Lo hace en un despacho que podría ser calificado de "no lugar", uno de las decenas que se reparten en el edificio de la embajada francesa en Madrid. Está en España para presentar su último ensayo publicado aquí, Futuro (Adriana Hidalgo), y para impartir un seminario en el Círculo de Bellas Artes sobre el porvenir que nos espera. El etnólogo galo rompió las fronteras del circuito intelectual y académico acuñando precisamente este certero concepto en los años 90. Caló rápidamente entre las capas más o menos cultivadas y ahora es moneda de cambio habitual en los debates sobre los enredos de la contemporaneidad. "No lugares" eran entonces, cuando teorizó por primera vez sobre ellos, espacios asépticos y de tránsito en los que los individuos uniformizan su conducta: supermercados, aeropuertos, la televisión...



- ¿Siguen siendo los mismos hoy día, o los "no lugares" han conquistado nuevos territorios?

- Donde han ampliado el campo es sobre todo en internet. En concreto en las redes sociales. Esas nuevas formas de comunicación están presentando un espejismo a sus usuarios, que piensan que en tales plataformas establecen relaciones sociales. No es así. Ahí falta el tiempo y el espacio, que son dos elementos simbólicos absolutamente necesarios para hablar de la existencia de relaciones sociales. De hecho, en mi opinión la pertenencia a un grupo en este espacio virtual no configura de ningún modo la identidad del individuo. Un etnólogo no tiene ahí material para leer relaciones sociales específicas de una comunidad.



A Marc Augé le molesta la importancia que se le está concediendo últimamente a estos patios de vecinos virtuales. "Dicen hicieron posible la Primavera Árabe pero no es así. En las calles había miles de pobres desclasados que jamás nunca han utilizado internet". Por ahí va una de las denuncias del pensador galo a la expansión del uso de dispositivos y aplicaciones tecnológicas. Hay capas de la población mundial que ni las huelen. "Hay una brecha cada vez más ancha en este terreno", lamenta. Y esa brecha va camino de cobrar la amplitud infinita del abismo. No sólo en cuestión del manejo de los aparatitos. También, claro, en los recursos económicos. Para Augé, la sociedad hoy se divide ya en tres clases: "Los pudientes, los consumidores y los excluidos. Y por causa del desempleo, al tercer escalón están cayendo muchos del segundo. Aunque los primeros tienen muy claro que hay que mantener un determinado cupo de consumidores para que sus negocios sigan generando beneficios".



- ¿Entonces está abierta de nuevo la lucha de clases? ¿Volvemos al origen de la Revolución Industrial?

- Desde luego el conflicto es de nuevo evidente. La crisis le ha quitado la máscara al capitalismo liberal que pretendía hacernos creer que existían cauces pacíficos para resolver los intereses encontrados. Y que el final de los enfrentamientos suponía también el fin de la historia, como vaticinó Fukuyama. Pero vemos que no es así. Es muy llamativo que las acciones suban cuando aumenta el desempleo. Está claro que los intereses de unos y de otros están en contraposición.



- Pues, como sabemos ya, la violencia es el paso siguiente. ¿O no?

- Bueno, la violencia es uno de los motores de la historia. Si no existiera, significaría que estamos viviendo bajo una dictadura que no permite la discrepancia. Viviríamos en una paz ilusoria. En el momento presente, ya hay brotes de violencia pero están localizadas en puntos concretos. Yo no creo que haya una revolución planetaria a corto plazo. Tendrá que pasar tiempo. Y espero que esa revolución tenga una base verdaderamente democrática. La utopía que yo defiendo es la de la generalización de la educación. Es la única que puede traernos una prosperidad auténtica.



Marc Augé demuestra todavía fe en la democracia. "Es un ideal sincero", recalca. "El problema es que en muchas partes se ha estancado". Para salir del atolladero, le recomienda que siga el impulso de la ciencia: "Es donde todavía se manifiesta con claridad el esfuerzo por el progreso. La lucha continua para ir ganándole posiciones a la ignorancia. Y tiene la virtud de que constantemente se pone entredicho a sí misma. Ese revisionismo era, en cambio, una especie de fantasma en el ámbito de las ideologías del siglo XIX y XX. No había margen para las dudas".



El autor de El viajero subterráneo: un etnólogo en el metro, que durante sus investigaciones como antropólogo convivió con tribus africanas y americanas, encadena sus razonamiento buscando en su memoria las palabras que a veces tardan en llegar ("He vivido mucho tiempo en Hispanoamérica pero ahora no practico el español, viajo más a Italia"). En su gesto no hay atisbo de petulancia. Es todo lo contrario: su rostro lo enciende por instantes una amabilidad risueña. Muy lejana del hermetismo algo altanero que ha barnizado el pensamiento francés en las últimas décadas. Un prurito que ha denunciado Vargas Llosa en su último ensayo, La civilización espectáculo (Alfaguara), en el que acusaba a Lacan y Derrida de un "vacío destructor". Es decir, de envolver sus teorías en palabrería ampulosa pero huera. Augé no quiere pillarse los dedos hablando de nombres concretos pero asiente: "Sí, es cierto: el pensamiento francés tiene un problema de arrogancia".