Philip Roth. Foto: Orjan Ellingvag



Philip Roth (New Jersey, 1933) ha dedicado su literatura a interpretar las pasiones de ser humano, sin excluir los aspectos más ingratos de nuestra conducta. Maltratada por la crítica, La humillación (2011) se asomaba a las catacumbas de nuestra sexualidad, mostrando los delirios barrocos del deseo en una época dominada por la pornografía y el afán de rebasar cualquier límite. En La mancha humana (2001), ya se planteaba el carácter irracional del sexo, un impulso que pervive en la vejez y que puede reunir a personas aparentemente incompatibles. Al margen de sus incongruencias, el deseo es más sincero que el anhelo de reconocimiento social. Coleman Silk ha construido su vida sobre una mentira, ocultando su condición de afroamericano gracias a su piel blanca, lo cual le ha permitido escalar hasta el puesto de decano de la Universidad de Athena. Su impostura se tambalea cuando a los 71 años inicia una aventura con una limpiadora de 34, divorciada y analfabeta.



Pese a la reprobación social, su pasión tardía es mucho más honesta que su carrera académica, caracterizada por la cobardía y el arribismo. En Némesis (2012), Philip Roth recurre a una epidemia de polio para denunciar la intolerancia de la América blanca y protestante, que excluye al diferente y no acepta ninguna forma de discrepancia. De origen judío, Roth ha escarbado en los traumas asociados a la segregación racial. La Shoah ha contribuido poderosamente a integrar al pueblo judío en la sociedad norteamericana, pero persisten los problemas de identidad y los conflictos derivados de un desdoblamiento cultural. Ser judío significa convivir con sentimientos de culpa y redención en una cultura que hunde sus raíces en la predestinación y el fatalismo. El presunto optimismo de la civilización norteamericana apenas logra encubrir su pesimismo antropológico. Los judíos y los gentiles convergen en una visión lúgubre del ser humano. Philip Roth redunda esa percepción, asegurando que América no es un país joven, sino una tierra maldita donde prosperan la violencia, la insolidaridad y la codicia.



Hijo de emigrantes de la antigua Galitzia, Philip Roth enseñó literatura y escritura creativa en diferentes universidades hasta 1992. En Chicago, conoce a Saul Bellow y a Margaret Martinson, su primera esposa. Su matrimonio será tortuoso e insatisfactorio. El divorcio y la muerte de Margaret en un accidente de coche no borrarán la amargura, que se reflejará en su literatura mediante una serie de personajes femeninos altamente destructivos, como la Mary Jane Reed de El mal de Portnoy. En 1960, Roth obtiene el prestigioso National Book Award con su primer libro Goodbye, Columbus, que incluye una novela breve y cinco relatos, pero el éxito no llega hasta El mal de Portnoy (1969), el monólogo de un joven soltero judío que relata a un psicoanalista su vida sexual, plagada de excesos y aberraciones. Al igual que en el cine de Woody Allen, el psicoanálisis es la vía de acceso a una intimidad que se debate entre la amoralidad del deseo y las inhibiciones. En la novela, aparece Nathan Zuckerman, el alter ego de Roth, que se mueve en un espacio difuso donde se mezclan ficción, realidad y lo puramente onírico, evidenciando que en la naturaleza humana lo imaginario es tan determinante como los acontecimientos objetivos. De hecho, Zuckerman escribe una novela, Carnovsky, que es el reflejo de El mal de Portnoy, un experimento literario que reivindica el derecho del arte a duplicar (y ensanchar) lo real.



En 1971, Roth se interna en el terreno de la sátira política con Nuestra pandilla, un retrato feroz del Presidente Nixon (en la novela, Trick E. Dixon) que intenta justificar la masacre de My Lai, con argumentos obscenos y oportunistas. En 1972, aparece El pecho, protagonizada por David Kepesh, un profesor de literatura que sufre una metamorfosis semejante a la de Gregor Samsa, transformándose en un torso de 155 libras. De nuevo, la sexualidad desempeña un papel esencial, pues el desdichado profesor es el escenario de las tensiones entre la razón y el deseo, que intentan aniquilarse mutuamente. Roth recreará las peripecias de los judíos norteamericanos en Operación Shylock (1993) y El teatro de Sabbath (1995), combinando la ironía y la autocrítica hasta desembocar en una atmósfera de farsa e irrisión. Cabe señalar que el resto de las comunidades no salen mejor paradas. En 1997, Pastoral americana, que narra la tragedia de un deportista con una hija involucrada en atentados terroristas, obtiene el Premio Pulitzer. Con em>Me casé con un comunista (1998), ambientada en las cloacas del macartismo, y La mancha humana, con el escándalo Lewinsky de telón de fondo, completa la "trilogía americana", un ambicioso mosaico que retrata los demonios internos de un país abocado a naufragar en sus propias contradicciones.



Roth no pretende ser un visionario que anticipa el futuro. Simplemente se considera un cronista que certifica el carácter indisociable de lo individual y lo colectivo. En el siglo XXI, la sexualidad está modelada por las nuevas tecnologías, mientras la política retrocede hacia el siglo XIX, con guerras ilegales y una exacerbación de las desigualdades sociales. El viejo conflicto entre Eros y Tánatos sigue agitándose en nuestro inconsciente y el amor casi siempre es el producto de una confusión, con un desenlace amargo. El hombre es un animal social, pero eso no significa que haya logrado convivir en paz con sus semejantes. La concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2012 reconoce la intensidad y originalidad de una obra que aún no se ha extinguido. Philip Roth no es un moralista, sino un escritor que nos recuerda nuestras dolorosas imperfecciones.