Trad. de Marina Bornas. Acantilado, 2011. 123 pp., 16 e.

El espanto y la belleza han convivido durante siglos en la literatura de Japón, un país de ceremonias que ha reunido la espada y el crisantemo para expresar la proximidad entre lo hermoso y lo terrible. Hiromi Kawakami (Tokio, 1958) no se aparta de esa tradición en estos ocho cuentos, donde recrea las diferentes formas de fatalidad que frustran las expectativas de dicha en los amantes. Con un lirismo delicado y nada efectista, que recuerda a Tanizaki, relata el dolor de la separación, la intromisión de la muerte, la imposibilidad de conocer al otro, el trabajo implacable del olvido. En "Lluvia fina", el amor es poco más que un paseo o un recuerdo impreciso. Los personajes reconocen su miedo a la oscuridad, aunque saben que ésta sólo esconde un angustioso vacío. En "Abandonarse a la pasión", el amor es una huida, una forma de dejar atrás una vida lastrada por las insatisfacciones.



Kawakami insinúa que la desesperación se aplaca cuando percibe la inminencia de la muerte. El suicidio no es un final trágico, sino una decorosa despedida que elude las imperfecciones de la vida. El sexo no es un momento de exasperación de los sentidos, sino una forma de anonadamiento que preludia la extinción de la incertidumbre.



Para Kawakami, el amor pertenece al terreno de las "cosas inciertas e inacabadas". El tránsito de un amante a otro es como la penosa ascensión de una tortuga que se encarama a un árbol y luego a otro. Sus chillidos, casi inaudibles, expresan un dolor cósmico. Los amantes gozan, pero los cuerpos también se lastiman al fundirse con impaciencia. "Todos somos dignos de compasión", exclama un personaje, justificando su tendencia a llamar "pobrecita" a su amante, un gesto de aparente compasión que no le impide mezclar el sexo con la violencia. Kawakami repite varias veces el mismo recurso, transformando los encuentros sexuales en feroces contiendas entre dos cuerpos. "Sabía que estábamos rebasando todos los límites", admite otro personaje, que se enreda en una relación sin futuro y que sólo advierte un camino: "Habíamos decidido que no podíamos vivir juntos. Y decidimos morir juntos". La muerte reúne a los amantes, pero sólo en el recuerdo de los otros. Kawakami hace hablar a los muertos. Es un artificio literario, que en su caso no transige con la esperanza. Detrás de la muerte no hay nada. La eternidad es una quimera. Los seres humanos sólo dejan palabras. Abandonarse a la pasión sólo es eso: unas pocas páginas atestadas de palabras. Palabras esenciales. Palabras que nos muestran que el amor es un dios ávido de sacrificios. Nosotros sólo somos su alimento y la literatura se encarga de recordárnoslo cada cierto tiempo, escarneciendo nuestra ilusoria libertad.