Chiste gráfico inédito de Miguel Gila

El humor de Miguel Gila era una máquina depuradora: se alimentaba de las experiencias traumáticas de su infancia y juventud -la orfandad, el hambre, la guerra, la cárcel, la humillación- y las convertía en viñetas y monólogos que provocaban miles de carcajadas. Un ejemplo de reciclaje eficiente y, sobre todo, terapéutico, tanto para él como para toda una sociedad que olvidaba las penurias cotidianas cuando oía aquello de "¿Es el enemigo?". Esa amarga materia prima sale ahora a flote en Miguel Gila, vida y obra de un genio, un libro en el que Juan Carlos Ortega y Marc Lobato recorren los puentes entre la trayectoria vital y el estilo sobrio, naíf e hilarante de uno de los grandes del humor español. Además, incluye material inédito de Gila -viñetas, monólogos, poemas y pequeñas obras de teatro- y entrevistas con Malena Gila, Forges, Josema Yuste, Juan Marsé, Luis del Olmo, Javier Cansado, Luis María Anson, el Tricicle y Lluís Bassat.



Miguel Gila (Madrid, 1919-2001) no conoció a su padre, pues murió cuando su madre aún estaba embarazada. Ésta rehizo su vida y el pequeño Miguel se crió con sus abuelos paternos. En vez de volcar su ingenio en los estudios, lo empleó a fondo para hacer reír a los demás y pasaba gran parte del tiempo haciendo travesuras con su pandilla del barrio madrileño de Chamberí, donde mataban el tiempo y el hambre como podían. Ya durante su infancia vivió con la muerte cerca. Además de a su padre, perdió a varios familiares e incluso a su primera novia -"me quedé viudo a los catorce años"-. Aquello le endureció el carácter, pero tenía una pasión que le hacía reponerse de todo: el dibujo. Como él mismo decía, le gustaba más dibujar sus chistes que contarlos, porque era más difícil.



Cuando estalló la guerra civil, Gila tenía diecisiete años y, sin entender gran cosa de política, se alistó con un amigo para combatir en el frente con el bando republicano. De aquello surgió otra vivencia espantosa que, tras pasar por el filtro del humor, se convertiría en una frase estrella de su repertorio: "A mí me fusilaron mal". Su pelotón fue apresado por soldados nacionales que, borrachos y entre risas, los fusilaron. Gila, ileso, se tiró sobre el montón de cadáveres haciéndose el muerto, y gracias a eso sobrevivió, aunque poco después acabó en un campo de prisioneros.



Luego vino la cárcel, donde los abusos no distaban mucho de los sufridos durante la guerra. Poco después, durante el servicio militar, se hizo poco a poco un hueco en Radio Zamora, donde realizó sus primeras intervenciones humorísticas. En 1945 ingresó como colaborador en la mítica revista La Codorniz, que fue su plataforma de despegue como humorista gráfico.



En 1951 debutó como monologuista sobre las tablas de un escenario. Fue en el Teatro Fontalba de Madrid, durante un homenaje al actor Antonio Casal. El propio Gila contó en muchas ocasiones que aquella noche se coló como un espontáneo en la función; otros testigos aseguran que todo estaba más que preparado. Lo cierto es que el ahora célebre monólogo sobre la guerra que interpretó enfundado en un disfraz de soldado fue todo un éxito, y la prensa lo reflejó al día siguiente.



Desde entonces, le llovieron las ofertas, a las que el humorista no estaba acostumbrado. De hecho, estuvo a punto de rechazar una de la sala de fiestas Pavillón porque creyó que la cifra de 750 pesetas del contrato correspondía al sueldo mensual -aun así, era más de lo que cobraba como colaborador en La Codorniz. Cuando descubrió que se trataba del sueldo por función, disimuló su error y aceptó encantado. Aquello supuso el despegue definitivo para una larga y exitosa carrera en radio y televisión, tanto en España como en Latinoamérica, hasta su fallecimiento en 2001.



Elcultural.es publica el prólogo del libro, de su discípulo y admirador Antonio Fraguas, Forges, así como varias viñetas y un monólogo inéditos de Gila.