Nicanor Parra en una foto de archivo.

Entrevisté a Nicanor Parra por primera vez a finales de los años ochenta. Fue en su casa de la cordillera chilena, muy cerca de Santiago. Ya entonces era un personaje universal y misterioso, más admirado en Estados Unidos y Suramérica que en España, donde se habían publicado, sí, sus "antipoemas" pero donde su nombre remitía invariablemente a su hermana Violeta. Recuerdo muy bien la impresión que me causó la palabra enérgica, un poco turbadora, de este hombre de ciencia, de este poeta desestabilizador que hay en Parra. No hablamos solo de poesía en aquella casa de madera, llena de alfombras y objetos andinos y tapizada de libros. Hablamos sobre todo de ecología, de política, de holocausto nuclear... No parece que hayan pasado tantos años.



He aquí un resumen de la entrevista, publicada en su día en el diario ABC



Hace treinta años que Nicanor Parra bajó del cerro andino y revolucionó la poesía chilena con sus "antipoemas" y, desde entonces, son muchos los poetas y lectores que han trepado hasta el cerro particular y desbordado de sus versos, de sus palabras, de sus teorías, de su forma de vida y su talento. Fue, y lo sigue siendo, la primera y única réplica a la avalancha lírica de Neruda, el primero y único poeta que osó tomar el camino opuesto, plantar en el paisaje poético las buenas hierbas de lo cotidiano e instalarse con ese equipaje tan doméstico en la cima más universal de la poesía americana de hoy. Tiene Parra setenta años bien cumplidos y una vida agitada de amores y aventuras. Tiene también más de veinte libros publicados y traducidos a todos los idiomas importantes, cuarenta años de catedrático de Física en la Universidad chilena, varios años de vida en los Estados Unidos, una visión universalista de las cosas, una descarada curiosidad por casi todo y dos no tan recientes obsesiones: la ecología y el taoísmo. Son los puntales sobre los que no descansa últimamente su vida, las dos fuentes de su efervescente inspiración. Porque además de poeta, Parra -con su cara de ídolo de la Isla de Pascua, su palabra cortada, su inquietante mirada- es un tipo de primera que vive una vida agreste y misteriosa en las faldas solitarias de la cordillera andina, entre violetas y hojas de parra.



Durante las dos horas largas de conversación, Nicanor Parra apenas se sentó un momento. Sus palabras ribetearon las alfombras chilenas doscientas o trescientas veces y su vista inquisidora logró así la mayor variedad de ángulos. Su conversación partió de Madrid, atravesó no sin indignación la dictadura chilena, se posó complacientemente en Cervantes, despegó hacia el amor y el taoísmo y se asentó definitiva y violentamente en el holocausto nuclear, en la naturaleza convertida, a su parecer, en artefacto.



La situación chilena no era entonces -hace un mes- tas ostensiblemente dramática como lo es ahora, pero el sentimiento generalizado de que la llegada de la democracia no puede esperar ya más, se respiraba en muchos rincones de Santiago. En la casa de Nicanor Parra era evidente: "A lo menos que se puede aspirar hoy en el mundo es a la democracia y en Chile no la tenemos", repetía monocordemente el poeta. "La clave es el aquí y el ahora mismo, no cuando el Gobierno de Pinochet lo quiera. Pero todavía ni la oposición ha encontrado el camino. La acción unitaria de la oposición no se ha logrado, no ha fructificado el llamado acuerdo nacional y el Gobierno se ampara en ello".



El colapso ecológico y el holocausto nuclear

Quizá por el cansancio que produce relatar lo evidente y también por esa visión suya tan universalista y poco concentrada en lo chileno, Parra evita alargar la conversación sobre la situación de su país y se lanza vertiginosamente hacia lo que, a su juicio, envenena hoy al mundo entero: el colapso ecológico y el holocausto nuclear. Desde los años setenta, que le pillaron en Estados Unidos muy cerca del movimiento beatnik, el físico-poeta anda preocupado por el deterioro ecológico de la naturaleza, pero de unos años para acá su preocupación se ha convertido en obsesión y su obsesión en el tema de sus libros y de sus clases diarias en la Universidad. Resulta difícil, pues, desviarle la atención hacia otro sitio, resulta imposible interrumpirle. Habla y habla, terca y convincentemente, las manos a la espalda y la mirada al suelo: "Yo no estoy en la democracia a partir del marxismo o del socialismo, como han creído muchos, sino a partir del ecologismo. El problema de la humanidad es la supervivencia y para reflexionar sobre este problema es preciso moverse en libertad. Déjeme que le explique: hay tres niveles ecológicos. Primero está el académico que trata la ecología como ciencia tradicional, es decir, del estudio de una especie con su medio; luego está el ambientalismo, que surgió en USA a raíz de la publicación de La primavera silenciosa, de Carson, que refleja al hombre convirtiendo la naturaleza en artefacto, y finalmente, está el puramente ecologista, que demuestra que las dos ideologías -el capitalismo y el socialismo real- han llevado a la naturaleza a la situación que se encuentra. Actúan ambos como si la naturaleza fuera finita y no expresan una preocupación para recuperarla."



Se detiene Parra en ponerme ejemplos físicos para demostrar su tesis, en remitirme a libros escritos por grandes científicos, en darme definiciones sobre el tema. Parece, además, convencido de que no estoy entendiendo una palabra. De que en mi periódico no voy a poder escribir semejantes teorías. De vez en cuando, me mira inquisidoramente y me reta: apunte esto, a ver si lo pone: "El ecologismo es un movimiento socio-económico basado en la idea de armonía de la especie con su medio, que lucha por una vida lúdica, creativa, igualitaria, pluralista, libre de explotación y basada en la comunicación y colaboración de las personas. Este movimiento -añade- ha sido manipulado en Europa, tanto por el capitalismo como el socialismo convencional. Ninguna de las dos ideologías dispone de los instrumentos necesarios para procesar el impacto que supone el conocimiento de esta disciplina. Se impone, pues, la revisión de las ideologías porque los problemas no caben en las visiones tradicionales".



Falta el virus ecologista

"¿El camino? No puede ser otro que el de la integración de las dos ideologías, la nueva síntesis dialéctica entre liberalismo y marxismo, entre Cristo y Marx, y eso, lo comprendo perfectamente, es mucho más que pedir peras al olmo. Los franceses decían que hay que pedir lo imposible: salvar la Naturaleza. Es un escándalo sin nombre que cada media hora aparezca en escena una nueva ojiva nuclear cuando las que hay que ya bastan para barrer cien veces el planeta".



"La visita del Papa" se llama el curso que este año imparte Nicanor Parra en la Universidad. Está previsto que Juan Pablo II visite Chile el próximo mes de marzo, y pretende Parra, junto a muchos teólogos de la liberación, movilizar al Papa y obtener sus buenos oficios ante las dos ideologías. "A juicio de los ecologistas, a los teólogos de la liberación les falta el virus ecologista, pero es evidente que sólo a través de ellos está la esperanza".



"La idea mía -continúa Parra- es que estamos en un naufragio, y por tanto, todas nuestras actividades han de centrarse en el naufragio. Y fíjese que yo, antes de preocuparme por la ecología, no me sumé a ninguna de las ideologías. La antipoesía es una crítica no sólo al capitalismo, sino también al totalitarismo. La antipoesía no se identificó nunca ni con Stalin ni con Franco, ni con Hitler, Mussolini ni el llamado mundo libre. Y, desgraciadamente, creo que la historia me ha dado la razón: no hubiera merecido la pena alinearse con ninguna".



Eco-poesía

- Embarcado como está en esta cruzada, ¿ha interrumpido su labor de poeta?

- Al contrario, saco muchas energías con todo esto para mi poesía. Porque para darse cuenta de lo que pasa es necesario barajar todas las cartas del naipe. A eso se llama globalizar. Es necesario recorrer con espíritu crítico toda la formación de la cultura occidental. Para ilustrar hasta qué punto este tipo de trabajo intelectual ayuda a un poeta a encontrar nuevas fuentes de energía, le diré que días atrás leía a Hegel de nuevo y saqué de él un texto poético de dos líneas: "Todo lo real es antipoético y todo lo antipoético es real". ¿Ve cómo es posible sobrevivir poéticamente con estos estudios? Es tan fructífero este planteamiento que prácticamente todo lo que he hecho estos cinco últimos años se puede calificar de ecopoesía. He pasado de la anti al eco.



- Su antipoesía era bastante ecológica, ¿verdad?

- Sí. ¿Y sabe por qué? Porque es una poesía de la contradicción, del enfrentamiento a lo comúnmente aceptado, de rechazo a lo establecido, y si hemos de creer a Marx, este mecanismo de la contradicción es el responsable del funcionamiento de la naturaleza, de la historia y del espíritu humano. Lo debo decir con mucha modestia que tal vez la razón por la cual la antipoesía existe todavía es que es un método dialéctico. No degeneró nunca en ideología y la ecopoesía no significa una claudicación. Tengo, eso sí, que defenderme del nuevo dogmatismo de la ecología. Y en esa defensa me ayuda la antipoesía: "No veo para qué tanta alharaca, / ya sabemos que el mundo se acabó", dice uno de los últimos poemas.



Poemas de amor

Aunque lo parezca, no todo lo que escribe ahora Nicanor Parra va por ese camino. Son muchas las veces que se salta a la torera su cruzada ideológica y escribe poemas de amor y algún que otro "chiste para desorientar a la poesía".



"Yo nunca estuve -reconoce- por la poesía histórica. Creo que el arte tiene que operar entre lo existencial y lo histórico. Porque sólo con lo existencial se caería en lo alegórico, en lo intemporal, y con sólo lo histórico acabaríamos en la ideología. Desde el punto de vista literario, creo que hay que decir algo de lo que pasa con la antipoesía. Nunca fue una mera vanguardia. Desde su origen, se intentó integrar la vanguardia en la tradición. Esto es lo que en todas partes se llama posmodernismo. Yo, por ejemplo, siempre salvé de la tradición el endecasílabo. La poesía no sería nada sin el endecasílabo, claro que suelto y no empapelado, claro que más anglosajón que español. Pero un momento: tengo que decir, yo, que siempre doy dardos contra la poesía en español, tengo que decir que ha llegado el momento de rehabilitar a Cervantes como poeta. Este verso: "Metafísico estáis / es que no como", sacado del diálogo entre Rocinante y Babieca, está en la cumbre absoluta de la poesía española, y solamente Shakespeare ha llegado a estas alturas. Yo diría que es una poesía moral, una poesía de la conducta humana. Creo que con ese par de versos, Cervantes queda rehabilitado y a la cabeza de la poesía española. Yo creo incluso que hasta el propio Quevedo se tambalea ante este soneto y lo menos que puede decirse es que Cervantes no tiene nada que envidiarle a Quevedo".



"Hojas de Parra"

Desde que en 1953 apareció en el panorama literario chileno con sus Poemas y antipoemas, Nicanor Parra ha publicado muchos libros, en verso y en prosa poética. Casi todos ellos desestabilizadores (poéticamente hablando), pero tal vez el que más es el que hace tan sólo unos días se ha editado en Chile. Hojas de Parra se llama, y en él aparecen desde páginas llenas de crucecitas como esos Cuatro sonetos del apocalipsis, como otras sumas y restas, según se refiera a árboles plantados o a lágrimas, o El hombre imaginario, considerado por muchos críticos como uno de los poemas de amor más importantes surgidos en los últimos años en lengua castellana.



- Ahora estoy con el taoísmo, que es la filosofía del amor no posesivo, la de que el hombre no debe enajenar su identidad en ningún tipo de acción. La amistad está bien, el amor también, pero en la pasión no se debe incurrir porque significa perder la identidad de uno mismo. Es difícil, pero es posible. Después de la pasión vienen los celos, después la venganza y después el apocalipsis. El caso es que yo recuperé mi identidad leyendo el Tao Te-king, que me convenció de que el único problema que había estaba en mí y no en ella, por lo que tenía que luchar era por recuperar mi identidad perdida.