Arthur Rimbaud

Poeta maldito por antonomasia, enfant prodige de la poesía, Arthur Rimbaud vivió una vida tumultuosa marcada por la inquietud, la droga y el amor homosexual. A los 24 años abandona todo para iniciar una larga deriva personal en la que acabará perdiéndose. Viaja por África y se establece en Abisinia donde vive del comercio del café. Durante sus años africanos Rimbaud mantuvo una correspondencia regular con su familia, sobre todo con su hermana Isabelle, a partir de la cual sabemos que se aburría pero que adoraba el clima. Después llega la enfermedad, el dolor en la rodilla y la decisión de volver a Francia, donde le amputan la pierna pero no logran salvarle de la muerte que le sobrevino cuando solo tenía 37 años. A continuación reproducimos dos de sus cartas envidadas a su familia, acompañadas de unas magníficas ilustraciones de Hugo Pratt.




A su madre y su hermana



Harar, 25 de febrero de 1890




Queridas madre y hermana:



Recibí vuestra carta del 21 de enero de 1890.



No os sorprendáis si casi no escribo: el principal motivo es que nunca hay nada interesante que contar, ya que, si uno se encuentra en un país como este ¡siempre hay más que preguntar que algo que decir!



Desiertos poblados por negros estúpidos, sin caminos, sin correo, sin viajeros. ¿Qué queréis que os cuente de todo eso? Que uno se aburre , que uno se idiotiza, que uno se embrutece, que uno no puede más, pero nadie llega a marcharse. He aquí todo lo que se puede decir y como no parece muy divertido, mejor callarse.



Se masacra y se roba. Afortunadamente todavía no me he visto en ninguno de estos trances, y espero no dejarme la piel aquí, ¡sería tan tonto! Disfruto además, tanto en el país como en los caminos, de una cierta consideración gracias a mi trato generalmente humano, jamás he hecho daño a nadie. Todo lo contrario: hago todo el bien que puedo cuando puedo, es casi mi único placer.



Trabajo a cuenta del señor Tian, quien ha tenido que escribiros para informaros sobre mi situación. En realidad estos negocios no serían tan malos si, como ya sabéis, las rutas no se cerraran a cada paso a causa de las guerras, las revueltas, y todo lo que pone a las caravanas en peligro. El señor Tian es un gran negociante de la ciudad de Adén y jamás viaja por este país.



La gente de Harar no es ni más idiota ni más canalla que los negros y los blancos de esos países que se denominan civilizados; simplemente rige un orden distinto, eso es todo. Son incluso menos malvados y pueden llegar a mostrar, en algunas ocasiones, aprecio y fidelidad. Solo hay que ser humano con ellos.



El Ras Makonnen, sobre el que habéis tenido que leer en los periódicos y que condujo a Italia la embajada abisinia que tanto ruido hizo el año pasado, es el gobernador de la ciudad de Harar.



Esperando la ocasión de volver a veros. Todo vuestro:



Rimbaud









A su madre



Adén, 30 de abril de 1891




Mi querida mamá:



Recibí bien las dos medias y vuestra carta, pero en circunstancias muy tristes. Después de que la inflamación de mi rodilla derecha y el dolor en la articulación aumentaran, sin encontrar ningún remedio ni ninguna solución, ya que en Harar estamos rodeados de negros y que no hay ningún europeo, me decidí a regresar. Tuve que abandonar los negocios: lo que no fue nada fácil ya que tenía el dinero disperso por todas partes, pero por fin pude liquidarlo todo casi totalmente. Después de unos veinte días, tuve que acostarme en Harar por la imposibilidad de hacer ningún movimiento, con sufrimientos atroces y no durmiendo nunca. Alquilé a dieciséis negros portadores a razón de 15 taleros cada uno, desde Harar hasta Zeilah. Hice que me fabricaran una camilla recubierta con una tela y aquí lo que acabo de hacer: en doce días los 300 kilómetros de desierto que separan los montes de Harar del puerto de Zeilah. Resulta inútil describir los sufrimientos terribles que he tenido que padecer durante la marcha. No fui capaz de dar ni un solo paso fuera de mi camilla: mi rodilla se inflamaba a ojos vista, y el dolor no dejaba de aumentar.



Una vez llegué me ingresaron en el Hospital Europeo. Solo hay una habitación para los enfermos que pagan: la ocupo yo. El doctor inglés, cuando le enseñé la rodilla, dijo que era un tumor sinovial que había llegado a un punto muy peligroso debido a la falta de cuidados y a las fatigas. Enseguida se puso a hablar de que había que amputarlo, para decir después que era preferible esperar unas semanas más para ver si la hinchazón disminuía tras unos días de tratamiento. Hace ya seis días de todo esto, pero no ha habido ninguna mejora, solo que, como estoy descansando, el dolor ha disminuido.



Debéis saber que el tumor sinovial es una enfermedad de los líquidos de la rodilla que puede ser hereditaria, provocada por un accidente o por otras causas. La mía se debe sin duda a las marchas a pie y a caballo a través de Harar. Debido al punto al que ya he llegado, resulta impensable que pueda mejorar antes de tres meses, aún en las circunstancias más favorables. Estoy postrado, con la pierna vendada, atado, reatado, encadenado de modo que no pueda moverla. Me he convertido en un esqueleto: doy miedo. La cama ha terminado por llagarme la espalda: no consigo dormir ni un solo minuto. Y aquí el calor se ha vuelto muy fuerte (ha subido mucho). La comida del hospital, a pesar del precio que pago por ella, es muy mala. No sé qué hacer. Por otra parte todavía no he terminado mis cuentas con mi asociado, el señor Tian. Todavía tenemos para unos ocho días. Saldré de este negocio con unos 35.000 francos. Hubiera podido tener más pero a causa de mi malhadada salida, he perdido algunos miles de francos. Tengo ganas de que me lleve un barco a vapor para que me traten en Francia, el viaje me ayudaría a que el tiempo pasara más rápido. Y en Francia los cuidados médicos y los remedios son baratos y el aire es puro. Así que es muy probable que me vaya. Los barcos que van hacia Francia están desgraciadamente demasiado llenos porque, a estas alturas del año, todo el mundo está volviendo de las colonias. Y yo soy un pobre enfermo al que hay que transportar delicadamente. Tengo que tomar mi decisión antes de ocho días.



No os asustéis con todo esto. Vendrán días mejores. Es una triste recompensa después de tanto trabajo, privaciones y penas ¡ay, qué miserable es nuestra vida!



Os saludo con toda mi alma:



Rimbaud




P.D.: respecto a las medias, son inútiles. Las venderé en algún sitio.