José Luis Sampedro y Olga Lucas, el martes a su entrada a la Fundación Juan March.

Con el paso lento, el oído duro y el sentido del humor intacto, José Luis Sampedro entra en el salón de actos de la Fundación Juan March. Alrededor de 400 personas le esperan allí para escuchar su autobiografía intelectual, o su baile con el siglo, como diría su correligionario francés Stéphane Hessel, de quien prologó el candente ¡Indignaos!. Minutos antes de comenzar la conferencia -en forma de conversación con su esposa, Olga Lucas-, el economista, profesor, académico y escritor asegura que no sabe de qué va a hablar, pues siempre improvisa en este tipo de actos.



"Va a ser imposible resumir toda su vida en una hora. Ya nos costó hacerlo en 20 en los cursos de la Menéndez Pelayo...", dice Lucas, coautora del último libro de Sampedro, Cuarteto para un solista. Ella será la encargada de guiar con sus preguntas el contenido de la charla. "Me conoce algo, así que puede preguntarme más cosas que nadie", bromea Sampedro.



Los "muy trabajados" 94 años de Sampedro han dado para mucho, y todo permanece vívido en su excepcional memoria. Recuerda su infancia y su irreparable condición de inmigrante: "Yo vengo de la España de 1935, un país al que no puedo volver porque se hundió como la Atlántida".



Pero antes de eso vivió una temporada en un mundo internacional, otra en la Edad Media y luego en un paraíso del siglo XVIII, todas ellas unidas a tres localizaciones: Tánger, un pueblo de Soria y Aranjuez, respectivamente.



"En Tánger viví como algo natural estar en contacto con judíos, musulmanes, católicos, protestantes, ortodoxos griegos y lo que fuera. En los años veinte, la ciudad era ese mundo que debería ser la Tierra entera, de convivencia y reconocimiento de la razón de cada uno. Luego retrocedí a la Edad Media, al mudarme a un pueblecito en el que casi no había electricidad".



Allí escribió sus primeros versos a los ocho años, inspirado en un robo: "Vino la Guardia Civil / y se los llevó a los cuatro / a un huerto con perejil". Quería que la rima fuera consonante pero no se le ocurrió nada mejor, reconoce: "Se ve que de pequeño ya era espabilado".



Entre los trece y los dieciséis vivió en Aranjuez. "Al pasear por sus jardines con sus estatuas de mármol viajaba al siglo XVIII, el punto más elevado de la curva vital de Europa. Entonces convivían la razón por una parte, que procedía de los empíricos ingleses del siglo XVII y el sentimiento y la sensibilidad por otra, que avanzaban el romanticismo del siglo XIX".



Tras aprobar unas oposiciones para ingresar en la escuela de aduanas, su primer destino fue Santander y allí le pilló el estallido de la Guerra Civil, con 19 años. "Estuve en los dos bandos y en ninguno de ellos como voluntario". Aunque se sintió "conquistado" por los ideales anarquistas cuando combatió junto a ellos, confiesa que al acabar la guerra se sentía más de derechas.



Después de la guerra tuvo claro que quería escribir, pero no sabía qué. "Hice una revista entera yo solo, desde los poemas a los dibujos. La llamé Uno". En busca de mayores oportunidades profesionales para sostener a su familia, pidió el traslado de Santander a Madrid. Allí ingresó en la recién creada Facultad de Ciencias Políticas y Económicas y compaginó los estudios de economía con su trabajo aduanero en el Ministerio de Hacienda.



En principio se matriculó en Economía porque le pareció útil para su profesión, pero sus motivaciones cambiaron pronto: "En seguida me di cuenta de que me interesaba más la parte social de la economía que el arte de hacer dinero".



Entre anécdota y confesión, Sampedro intercala con naturalidad sus convicciones socioeconómicas: "Hay dos tipos de economistas: los que ayudan a los ricos a ser más ricos y los que ayudan a los pobres a ser menos pobres"; y también sus vaticinios: "Dentro de 20 años el mundo será completamente distinto. El capitalismo se inventó en el siglo XVI, pero los problemas de hoy son diferentes a los de aquella época. Después del mayo francés del 68 nació un liberalismo desatado que ya está agotado como sistema".



Sampedro, profesor

La docencia universitaria ha sido una parte insoslayable en la carrera de Sampedro. Fue codirector del Centro de Estudios e Investigaciones (CEISA), fundado por José Vidal-Beneyto. Se inspiraba en la Institución Libre de Enseñanza. Los alumnos demandaban asignaturas específicas y sólo pagaba matrícula quien podía permitírselo, al igual que sólo cobraban aquellos profesores que lo necesitaban. A los tres años de vida fue cerrado por las autoridades franquistas. Al hilo de estos recuerdos, Sampedro aprovechó para criticar las recientes medidas de recorte en la educación pública: "Dicen que los padres pueden elegir la educación de sus hijos, pero eso sólo es cierto si tienen dinero".



En 1955 se convirtió en catedrático de Estructura Económica en la Universidad Complutense de Madrid. Como curiosidad, recordó que le dio clase a todos los ministros de economía que ha tenido España desde la Transición. "No tuvieron más remedio que pasar por mis manos porque era la única Facultad de Económicas de España por aquel entonces".



Sampedro criticó también el Plan Bolonia: "La productividad, la competitividad y la innovación son las diosas de este sistema. Lo nuevo es volcarse en la técnica y eso está muy bien, pero la universidad debe ser algo más noble: un lugar para la sabiduría, para enseñar a pensar de forma independiente. Tenemos libertad de expresión, pero ¿qué expresa usted? ¿Los resultados de sus reflexiones o lo que dicen los medios y lo que le inoculan desde el poder?"



Un europeísta desencantado

Entusiasta de la unidad del continente desde los tiempos de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, Sampedro se mostró escéptico ante el futuro de la UE: "Siempre que el presidente de una gran empresa no quiere ponerse al teléfono, su secretaria te dice que está reunido. Pues bien, Europa está reunida desde hace mucho tiempo".



"Por no abusar del tiempo del público", Sampedro se saltó su etapa como senador. Lucas le preguntó por su jubilación en los ochenta, cuando por fin pudo dedicarse a escribir durante todo el día sin tener que levantarse a las cuatro de la mañana para hacerlo. Fue entonces cuando llegó su trilogía formada por De octubre a octubre, La vieja sirena y Real sitio.



Hacia el final del coloquio, Sampedro reflexionó acerca de la muerte: "Estoy feliz y no tengo ningún miedo. La muerte es compañera de la vida, no lo opuesto. Deberían educarnos para aceptar eso. Si nadie hubiera muerto desde los comienzos de la Humanidad, la Tierra sería un lugar inhabitable". Aunque cueste admitirlo, razón no le falta.