Imagen de portada de Glenn Gould. Cartas escogidas

Global Rhythm

Reducir el enigma de Glenn Gould (Toronto, 1932-1982) a una insólita ejecución de Bach multiplicada por una silla paticorta e incontables extravagancias es dejar en la sombra muchas facetas del intérprete que nos enseñó a repensar la música para piano mientras elogiaba las volutas melódicas de Petula Clark, el forajido que profanó a Mozart con una irreverencia tan sacrílega como la desplegada por el propio compositor cuando era un alegre prodigio, el lunático que sólo se obedeció a sí mismo (que sólo escuchó la voz de sus manías) para ofrecernos así el obsequio de una intensidad muy rara vez logradas frente a un teclado. Gould dialoga en esta recopilación de cartas con grandes músicos como Leonard Bernstein o Leopold Stokowski, con otros intérpretes, con amigos, con profesionales de la radio o la televisión y con muchos admiradores que le escriben buscando respuestas a las preguntas formuladas por su piano. A continuación ofrecemos una breve selección de las epístolas recogidas en Glenn Gould. Cartas escogidas.



A LA SRA. H.L. AUSTIN

15 de febrero de 1961



Sra. H.L. Austin,

Ile D'Orleans, P.Q.



Querida Sra. Austin:

Muchísimas gracias por su carta y por sus comentarios entusiastas sobre el programa dedicado a Beethoven. Me alegra mucho saber que disfrutó con él.



Confío en que algún día podamos vernos y mantener una charla larga y animada sobre el tema de la comunicación entre el público y el artista. Yo también he sido testigo de esa suerte de mal encaje entre un artista y el público al que se refiere, pero creo que los artistas que sucumben a esas corrientes tal vez dependan excesivamente, en principio, de un estímulo extramusical. Curiosamente, yo siempre he preferido trabajar en un estudio grabando discos o haciendo radio o televisión, y no veo el micrófono como un enemigo sino como un amigo, y nada me estimula más que la falta de público (el anonimato total del estudio) para satisfacer mis exigencias conmigo mismo, sin pensar o dejarme influir por el apetito intelectual del público o por la ausencia de apetito. Paradójicamente, opino que la mejor manera de cumplir con la obligación fundamental del artista, complacer a los demás, es aspirar a una relación lo más narcisista posible con la satisfacción artística. Tal vez cuando llegue a Irlanda y encuentre el tiempo y la paciencia necesarios para ello, podrá disparar su nueva salva de reproches.



Siempre es un placer saber de usted.



Con mis mejores deseos,






A DELL

[¿hacia 1980?]



Ya sabes:



Estoy profundamente enamorado de cierta chica bella. Le pedí que se casara conmigo y me rechazó, pero sigo amándola sobre todas las cosas de este mundo y cada minuto que puedo pasar a su lado es como estar en la gloria; mas no quiero aburrirte y me sería de mucha utilidad que me dijera cuándo podré verla. Sigue en pie la invitación que le hice para que me llevara adonde quisiera y cuando quisiera, pero me da que nunca tiene tiempo para mí. Te ruego que, si la ves, le pidas que me haga saber cuándo puedo verla y cuándo puedo...






A SUSAN KOSCIS

[sin fecha]



18/24 Koscis:



Ha llegado a mis oídos un malicioso rumor que afirma que no toco, o bien que lo hago sin el menor entusiasmo, la música de los llamados compositores románticos, es decir, la música de Chopin, Schubert y Schumann, por ejemplo. Si la lista se detuviera ahí, no cabe duda de que el rumor tendría fundamento... En toda mi vida profesional he tocado, exactamente, una obra de cada uno de los compositores mencionados.



Tengo para mí que la música para piano compuesta durante la primera mitad del siglo XIX, cuando todos esos compositores estaban en activo, carece de gusto. La encuentro mecanicista. Me parece un verdadero producto de la revolución industrial, que explota las posibilidades que el teclado estaba empezando a desarrollar, y también la encuentro de un sentimentalismo empalagoso, una música llena de trucos de salón. Pero, y escribo este "pero" con mayúsculas, al llegar a la segunda mitad del siglo XIX, la cosa cambia radicalmente. Porque fue una época dominada por los incomparables textos de Richard Wagner y soy (y lo he sido toda mi vida) un wagneriano incondicional (Intenté dar cuenta de mi devoción hace unos años, cuando grabé mis propias transcripciones de fragmentos como el "Viaje por el Rin" y la obertura de Los Maestros Cantores.)



No obstante, el problema al que nos enfrentamos los que adoramos a Wagner y a compositores postwagnerianos como Strauss (que siguió su estela) es que prácticamente no compusieron nada para el piano. El instrumento era, por aquel entonces, la orquesta y el piano era, a lo sumo, aquello con lo que [falta texto] los holgazanes, así como el medio para hacer un primer borrador. De hecho, cuando Wagner compuso para el piano, demostró una asombrosa falta de destreza. Strauss, por su parte, [falta texto] de una manera meticulosa, como si se tratara de su medio natural, no se propuso tratar el piano como una suborquesta. (De hecho, recientemente hemos acabado una grabación de la música para piano de R.S., piezas que, en su mayoría, compuso a una edad tan madura como los 15 años.)



Aun así, la grabación sobre la que me han pedido que te hable no es la de la música de Strauss, sino más bien la de la música de Brahms y voy a evitarlo en la medida de lo posible porque, como sucede con la mayoría de [falta texto], tengo sentimientos encontrados acerca de Brahms.



Brahms también cometió el error de tratar el piano de un modo mecánico; así lo hace en algunas de sus piezas más célebres, como las variaciones sobre temas de Handel y Paganini, por ejemplo. Por otro lado, era capaz de componer con una delicadeza y una contención notables; especialmente, hacia el final de su vida. Hace unos veinte años, grabé el único disco que he dedicado a Brahms; sigue a la venta y el repertorio contenía diversos Intermezzi...