María Kodama y Ricardo Piglia. Fotos: Carlos Miralles / Domènec Umbert

Cuando el barco que le devolvía a Europa después de vivir casi tres décadas en Buenos Aires soltó amarras y empezó a separarse del muelle del puerto, Gombrovicz gritó, haciéndose un altavoz con sus propias manos: "¡¡¡Maten a Booooorges!!!" La anécdota tiene su miga, sobre todo para una generación de autores argentinos que intentaron abrirse camino en la literatura mientras Borges estaba activo. "Él puso el estándar muy alto. Si eras argentino y querías escribir tenías que tomar algunas decisiones. Era como jugar al fútbol al lado de Messi, o Maradona", explica Ricardo Piglia a elcultural.es en la Casa de América, que estos días conmemora el 25° aniversario de la muerte del autor de Ficciones.



La decisión más importante era, precisamente, matar al ilustre autor, como mandan los cánones freudianos, y en el plano literario, claro: no era cuestión de violentar el Código Penal. Si se quería conquistar una voz propia, era absolutamente necesario. "Primero había que intentar olvidarse de su estilo. Como todo gran estilo era muy fácil de imitar, pero los que lo hacían quedaban patéticos. Y luego había que buscarse otras referencias, otros modelos. A mí me salvaron Arlt, Hemingway, Faulkner...", explica el autor de Blanco nocturno (recientemente galardonada con el Rómulo Gallegos). Eso sí, Borges siempre estuvo sobre su hombro mientras pespunteaba el teclado. "Era curioso, sabías que en la ciudad había alguien que sabía realmente de literatura, que estaba abierto a hablar y a intentar resolver tus dudas -siempre fue muy accesible con todo el mundo, especialmente con los escritores jóvenes-, pero también sentías que te vigilaba".



Junto con Luis García Montero y Alberto Manguel, Piglia hablará este jueves (también en la Casa América) sobre los cuentos de Borges, género crucial en su obra. "Él abrió un camino, fue un pionero a la hora de entreverar en sus relatos el ensayo y referencias autobiográficas más o menos ciertas. Algo que en su día desconcertaba y hoy ya está más asimilado, gracias a autores como Magris, Vila-Matas...". ¿Y por qué nunca se arremangó con la novela? "Su prosa epigramática, tan vigente en la actualidad, no se adaptaba bien a grandes extensiones. Además, en Argentina la novela nunca ha sido considerada el epicentro de la narrativa como sí ocurre en otros países. No le damos tanta importancia. Muchas novelas aburridas serían magníficos cuentos si se quedaran en 15 páginas".



María Kodama, viuda de Borges, también tiene su teoría: "Él siempre aspiró a la perfección. Sabía que jamás la conseguiría pero que con el cuento y con la poesía se podría acercar a ella mucho más". Ella también se encuentra esta mañana en el Palacio de Linares. De hecho, la idea original era juntarla con Piglia para que entablaran un debate en torno a Borges, pero no ha sido posible a última hora. ¿Desavenencias? ¿Quién sabe y qué más da? Lo importante es seguir hablando de la literatura borgeana. Así que continuamos con la antena conectada a sus palabras: "Creía que la tensión y su estilo preciso no podía sostenerse durante muchas páginas. Tampoco le gustaba la novela como lector. Decía que antes o después llegaba el momento odioso en el que aparecía el relleno: descripción de almohadoncitos, tazas de té, señoras parloteando...". Fueron muy pocas las novelas que lograron seducirle: "El Quijote fue una de ellas, seguramente por la cantidad de cuentos que hay dentro de ella".



Kodama reconoce estar "exhausta". Ayer estuvo todo el día concediendo entrevistas ("desde por la mañana hasta la noche"), y mañana, después conversar con Ignacio Echevarría y Marcos Ricardo Barnatán, dentro del ciclo de Casa de América, va Barcelona, a continuar su labor como mensajera de la palabra de Borges. Así lleva estos 25 años, de la ceca a la meca, entregada a ensanchar por el mundo el conocimiento de su obra. Pero ahora revela que quiere replegarse un poco más en sus asuntos. "Si hasta este momento le dedicaba toda la semana a Borges, ahora me voy a reservar al menos tres días para mí". Quiere revisar viejos escritos (siempre se negó a publicar prologada por su marido, que le insistía "mucho": "por ética") y ver si puede sacar de ahí algún libro.



Aunque el libro que más se espera es las memorias de su vida junto a él. "'Vendería más que El código Da Vinci', me dicen mis editores", comenta con un risa contenida (todo sus gestos son contenidos, algo en lo que su ascendencia japonesa tiene mucho que ver). Acto seguido se pone seria: "Pero es mi vida lo que tengo que contar y eso no es nada fácil. Sobre todo bajar a ese mundo contaminado de todas las difamaciones que he aguantado estos 25 años. Primero tendría que exorcizar eso, para luego poder escribir tranquila mis vivencias junto a él". Tantas y tan "maravillosas", como el día que "voló" por la noche entre los rascacielos. Un sueño (de los de verdad, de los que se tienen mientras se duerme) que tenía desde niña. Borges alquiló un helicóptero y el sueño acabó siendo realidad. Ella lo narra como si escribiera un cuento borgeano: con la palabra precisa y un aire enigmático gravitando sobre el relato.



Es el misterio que heredó de Borges. El mismo misterio que mantiene viva su obra: el mejor antídoto contra su caducidad.