Image: Miguel Hernández. Estos inéditos imprevistos

Image: Miguel Hernández. Estos inéditos imprevistos

Letras

Miguel Hernández. Estos inéditos imprevistos

Por José Carlos Rovira

28 octubre, 2010 02:00

Trascripción del cuento inédito "Un hogar en el árbol"

Para la libertad, Miguel Hernández (Orihuela, 1910-Alicante, 1942) sangró, luchó y aún pervive. Mañana, el poeta alicantino, tantas veces umbrío por la pena, hubiese cumplido cien años, y es seguro que él mismo sería el primero en reírse de las peregrinaciones que se hacen por sus paisajes, o de la manipulación torticera de sus versos. El Cultural recupera este viernes sus últimos inéditos, gracias al catedrático José Carlos Rovira, responsable del Año Hernandiano, que explica a continuación las peripecias que rodearon su descubrimiento. Además, también mañana en las páginas del suplemento, Juan Bonilla recrea su vida; Jorge Urrutia, máximo especialista en Miguel Hernández, analiza su obra poética; Agustín Sánchez Vidal arranca algunas de las máscaras del mito que hoy es Miguel Hernández, mientras que Gabrielle Morelli descubre su relación con el 27, y Francisco Díez de Revenga estudia su teatro. Además, Ricardo Senabre da cuenta de las novedades aparecidas este año en torno al poeta que escribió: "moriré como el pájaro: cantando,/ penetrado de pluma y entereza".

Su propietario me los puso delante en noviembre de 2009. Se trata de seis pequeñas hojas de 12x19 cm., con doce caras escritas y con dibujos, cosidas en la parte superior por un hilo de color ocre; tienen los bordes envejecidos e irregulares. Por el tamaño y la descripción anticipo ya que son hojitas de papel higiénico con las que se formó un pequeño cuaderno que tiene al final varias hojas en blanco. El texto está formado por cuatro relatos infantiles y tienen por su cronología posible la condición de ser los últimos escritos del poeta, que había llegado al Reformatorio de Adultos de Alicante, desde el penal de Ocaña, a fines de junio de 1941. Es el último viaje de Miguel Hernández quien, en sus cartas de este período, tiene dos obsesiones claras: el reencuentro con su mujer y poder ver a su hijo Manuel Miguel a quien, con dos años y medio, lleva un año y medio sin haber podido abrazar.

Desde junio de 1941 al 28 de marzo de 1942, cuando muere, pasan casi ocho meses en los que sabemos que a fines de noviembre inicia Hernández un combate final e imposible por la supervivencia: alojado en la enfermería de la cárcel, con tuberculosis, hay una serie de acontecimientos a su alrededor que, más que con la literatura, tienen que ver con la historia universal de la infamia: acosado por las visitas de tres sacerdotes (Almarcha, Vendrell y Dimas), que buscan su conversión y la abjuración de sus ideas, Hernández resiste a aquel caritativo infierno negando sobre todo su retractación política, lo que impide, seguramente por acción del principal de esta tríada infernal, Luis Almarcha, que se le traslade a la última posibilidad de supervivencia, el sanatorio antituberculoso valenciano de Porta Coeli.

En esta situación, el poeta ya no escribe, su estado físico lo mantiene postrado en una cama y, sin embargo, prepara con la ayuda de alguien un libro de cuentos para su hijo. Lo anticipa en una carta a su mujer, que supongo de diciembre de 1941 o enero de 1942 donde, tras pedirle que le haga llegar alimentos -éste es el sentido principal de la correspondencia última de un hombre que sabe que está muy enfermo- le dice: "Si hace mal día no vengas, que el médico me ha dicho ayer que debiera esperar dos o tres días. Pero yo quiero ver a mi hijo y a mi hija y dar al primero un caballo y un libro con dos cuentos que le he traducido del inglés. Bueno, nena, hasta luego. Está haciéndose de día, y creo que hará sol. Besos para mi niño. Te abraza, Miguel".

Josefina Manresa contó el mismo episodio en sus Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández: "Transcurrió un mes así hasta que por fin lo pude ver. Lo sacaban entre dos personas, que no sé si serían presos, cogido del brazo y lo dejaron agarrado a la reja. Llevaba un libro en la mano, eran dos cuentos para su hijo que él había traducido del inglés. Al terminarse la comunicación quiso darle él por su mano el libro al niño y no lo dejaron, como era su deseo. Así me lo decía en una esquela. Un guardia se lo tomó y me lo dio a mí".

Edité en facsímil aquellos cuentos en 1988, hace 22 años por tanto. Los acompañaba un pequeño volumen en donde, entre otras reflexiones, supuse la paternidad hernandiana de la confección material del libro, mediando su relación con el dibujo a lo largo de su obra. La caligrafía se me resistía por lo que dejé abiertas varias posibilidades. Ahora sé que me equivoqué en 1988. Primero, en algo que hoy me parece obvio: Hernández estaba lo suficientemente mal para que no pudiera hacer un trabajo que es muy bello en su factura material, una encuadernación y unos dibujos. Lo hizo un compañero que estaba en la enfermería llamado Eusebio Oca Pérez, maestro nacional y buen dibujante que, por aquellos días, preparaba un volumen similar, con otro relato, para su hijo llamado Julio Oca Masanet que tenía un mes menos que Manuel Miguel, el hijo de Hernández.

Eusebio Oca Pérez construyó aquel libro y por los mismos días envió a su hijo un libro muy parecido titulado "Petete Pintor", que se diferencia del otro en que los dibujos están repetidos para ser coloreados, pero el trazo, los personajes y sobre todo la letra los hacen producto de la misma mano. Recibió como regalo un humilde conjunto de hojas que contenían los dos cuentos que convirtió en un librito, titulados "El potro obscuro" y "El conejillo", más otros dos que han permanecido inéditos y se titulan "Un hogar en el árbol" y "La gatita Mancha".

Son cuentos infantiles muy sencillos. Cuando edité los dos primeros hice notar que, al margen de su condición anunciada de traducciones del inglés, Hernández lo había llenado de versos infantiles, como en el primero en el que dos niños, un perro blanco, una gatita negra y una ardilla gris, quieren ir a lomos del potro obscuro a "La gran ciudad del sueño", y le dicen al caballito cosas como:

Llévame caballo pequeño
a la gran ciudad del sueño;

hasta que, al final del cuento, "Todos estaban dormidos al llegar el potro obscuro a la gran ciudad del sueño", por lo que, aparte de cuento para dormir a un niño, había en esa ciudad un espacio liberador que se acrecentaba en la metáfora del otro relato, donde un conejito se metía en un cercado, se hartaba de comer hortalizas; al engordar el estómago, no podía ya salir del encierro y era amenazado por un perro hasta que conseguía salir por otro agujero mayor.

Los dos inéditos de ahora cuentan dos historias que coinciden en algo con los primeros: "Un hogar en el árbol" es la historia de una familia de pájaros observada por dos niños, desde la incubación hasta que nacen cuatro pequeñuelos, que quieren volar muy pronto y caen al suelo, de donde los salvan los niños, hasta que, ya mayores, mamá y papá pájaro se los llevan a volar, mientras los niños les despiden gritando:

Hasta la vuelta, pequeñuelos
Y que no os vayáis a perder
en las estrellas de los cielos.
Venid siempre al atardecer.

"La gatita Mancha" es una traviesa gatita que se mete en un costurero donde ha visto un "ovillo muy grande y muy rojo", y cae al suelo con el costurero y se enreda con el ovillo cada vez más al intentarse liberar de él, hasta que la familia en cuya casa está, tras reír porque cada vez se enreda más, la libera, y sale corriendo asustada, hasta que una moraleja, versillo con el que recrea un refrán, cierra el relato:

Porque el gato más valiente,
si sale escaldado un día,
huye del agua caliente,
pero también de la fría.

Por tanto, hay metáforas de encierro y libertad en los cuatro breves relatos, y por eso tengo la sensación ahora de que no son traducciones, sino juegos para su hijo en los que ha querido plasmar una metáfora ingenua, una metáfora de libertad para el niño, como las que construyó con rigor para todos nosotros en tantos otros poemas de la etapa final, en lo que conocemos como Cancionero y romancero de ausencias.