Image: El legado de cenizas. La historia de la CIA

Image: El legado de cenizas. La historia de la CIA

Letras

El legado de cenizas. La historia de la CIA

Por Tim Weiner. Trad. de Francisco J. Ramos

23 octubre, 2008 02:00

Tim Weiner.

Debate, Barcelona, 2008 Leer crítica

"La inteligencia debe ser global y totalitaria"

Lo único que quería Harry Truman era un periódico.

Catapultado a la Casa Blanca por la muerte del presidente Franklin D. Roosevelt el 12 de abril de 1945, Truman no sabía nada del desarrollo de la bomba atómica ni de las intenciones de sus aliados soviéticos. Necesitaba información para usar su poder.

"Cuando asumí el cargo -escribiría en una carta a un amigo varios años después-, el presidente [de Estados Unidos] carecía de medios para coordinar la información de inteligencia procedente de todo el mundo." Roosevelt había creado la Oficina de Servicios Estratégicos (Office of Stretegic Services, OSS), bajo el mando del general William J. Donovan, para que hiciera las funciones de servicio de inteligencia estadounidense durante la guerra. Pero la OSS de Donovan no se creó con la intención de que perdurara. Cuando de sus cenizas surgió la Agencia Central de Inteligencia, Truman pretendía que esta le sirviera únicamente como servicio de información global, proporcionándole boletines de noticias diarios. "No se trataba de que fuera una unidad "de intrigas palaciegas" -escribiría-, sino de que actuara simplemente como un centro encargado de mantener al presidente informado sobre lo que ocurría en el mundo", insistiendo en que él no quiso en ningún
momento que la CIA "actuara como una organización de espionaje. Jamás fue esa la intención cuando se creó". Pero su visión se vería trastocada desde el principio.


o o o

"En una guerra global y totalitaria -creía el general Donovan-, la inteligencia debe ser global y totalitaria."2 El 18 de noviembre de 1944, Donovan había escrito al presidente Roosevelt proponiéndole que Estados Unidos creara un "Servicio Central de Inteligencia" para los tiempos
de paz. Había empezado a esbozar su plan un año antes, a petición del teniente general Walter Bedell Smith, jefe de estado mayor del general Dwight D. Eisenhower, que quería saber cómo se integraría la OSS en el estamento militar estadounidense. Donovan le decía al presidente que él podía averiguar las "capacidades, intenciones y actividades de las naciones extranjeras", al tiempo que llevaba a cabo "operaciones subversivas en el extranjero" contra los enemigos de Estados Unidos. La OSS jamás había llegado a superar los trece mil hombres, un número inferior al de una sola división del ejército. Pero el servicio que imaginaba Donovan constituiría un ejército en sí, una fuerza que combatiera hábilmente al comunismo, defendiendo a Estados Unidos de cualquier posible ataque y suministrando secretos a la Casa Blanca. Instaba al presidente a "poner de inmediato la quilla al barco",4 y él pretendía ser su capitán.

Donovan -apodado "Wild Bill" por un lanzador de béisbol, tan rápido como inconstante, que dirigió al equipo de los New York Yankees de 1915 a 1917- era un valiente y viejo soldado que había obtenido la Medalla de Honor del Congreso estadounidense por su heroísmo en las trincheras de Francia durante la Primera Guerra Mundial, pero carecía de dotes políticas. Muy pocos generales y almirantes confiaban en él. Y se sintieron horrorizados ante su idea de crear un servicio de espionaje a base de una variopinta colección de agentes de bolsa, lumbreras universitarias, soldados de fortuna, publicistas, periodistas, especialistas de cine, ladrones de pisos y estafadores.

La OSS había desarrollado un cuadro exclusivamente norteamericano de analistas de inteligencia, pero a Donovan y a su agente estrella, Allen W. Dulles, les entusiasmaba el espionaje y el sabotaje, habilidades en las que los estadounidenses no eran más que meros aficionados. Donovan dependía de la inteligencia británica para formar a sus hombres en aquellas oscuras artes. Los más valientes de la OSS, aquellos que inspiraron leyendas, fueron hombres que habían cruzado las líneas enemigas, disparado cañones, volado puentes o conspirado contra los nazis junto a los movimientos de resistencia franceses y balcánicos. En el último año de guerra, con sus fuerzas dispersas por toda Europa, el norte de áfrica y Asia, Donovan quiso lanzar a sus agentes directamente sobre
Alemania. Lo hizo, y murieron. De los 21 equipos de dos hombres que entraron en el país, solo se volvió a saber de uno de ellos. Esa era la clase de misiones con las que soñaba cada día el general Donovan: algunas, audaces; otras engañosas.

"Su imaginación no tenía límites -diría el que fuera su mano derecha, David K. E. Bruce, más tarde embajador estadounidense en Francia, Alemania e Inglaterra-. Las ideas eran como un juguete para él. La emoción le hacía resoplar como un caballo de carreras. ¡Pobre del agente que rechazara un proyecto porque a sus ojos pareciera ridículo o, cuando menos, inusual! Durante las dolorosas semanas que estuve bajo su mando tuve que comprobar la posibilidad de emplear murciélagos sacados de las concentraciones de las cuevas del oeste para destruir Tokio", concretamente dejándolos caer desde el cielo con bombas incendiarias atadas en el lomo. Ese era el espíritu de la OSS.

El presidente Roosevelt siempre tuvo sus dudas con respecto a Donovan. Ya a principios de 1945 había ordenado a su principal asistente militar en la Casa Blanca, el coronel Richard Park Jr., que realizara una investigación secreta sobre las operaciones de la OSS durante la guerra. Cuando Park inició su labor, las filtraciones desde la Casa Blanca dieron lugar a diversos titulares en Nueva York, Chicago y Washington, donde se advertía de que Donovan pretendía crear una "Gestapo americana". Cuando se publicó la noticia, el presidente instó a Donovan a meter sus planes bajo la alfombra; y el 6 de marzo de marzo de 1945, la Junta de Jefes del Estado Mayor les dio el carpetazo oficial.

Estos querían un nuevo servicio de espionaje que sirviera al Pentágono, no al presidente. Su idea era una especie de cámara de compensación integrada por coroneles y oficinistas, que suministrara información recopilada por agregados, diplomáticos y espías, en beneficio de los comandantes de cuatro estrellas. Así se inició una batalla por el control de la inteligencia estadounidense que se prolongaría a lo largo de tres generaciones.


"Algo extremadamente peligroso"

La OSS tenía muy mala reputación en el territorio estadounidense, y peor aún en el Pentágono. Debido a ello, se había impedido que la organización tuviera acceso a las comunicaciones más importantes interceptadas a Japón y Alemania. Los oficiales estadounidenses de alto rango consideraban que un servicio de inteligencia civil independiente dirigido por Donovan, con acceso directo al presidente, resultaba "algo extremadamente peligroso en una democracia", en palabras del general de división Clayton Bissell, subjefe de estado mayor para la inteligencia militar. Muchos de ellos eran los mismos hombres que habían estado durmiendo cuando lo de Pearl Harbor. Bastante antes del amanecer del 7 de diciembre de 1941, los militares estadounidenses habían descifrado algunos de los códigos japoneses. Sabían que podía avecinarse un ataque, pero no imaginaron que Japón haría una jugada tan desesperada. El código descifrado era demasiado secreto para compartirlo con los comandantes de campo. Las rivalidades en el seno del propio ejército se tradujeron en el hecho de que la información se dividiera, ocultara y dispersara. Y dado que nadie poseía todas las piezas del rompecabezas, nadie pudo hacerse una idea general de lo que sucedía. Por otra parte, hasta que no terminó la guerra el Congreso no investigó cómo se había podido coger al país por sorpresa, y solo entonces se hizo evidente que Estados Unidos necesitaba una nueva manera de defenderse.

Antes de Pearl Harbor, toda la información de inteligencia que poseía Estados Unidos sobre grandes áreas del globo podía encontrarse en una corta hilera de archivadores de madera situada en el Departamento de Estado, al tiempo que unas pocas docenas de embajadores y agregados militares constituían la única fuente de información. En la primavera de 1945, Estados Unidos no sabía casi nada de la Unión Soviética, y apenas muy poco más del resto del mundo.

Franklin Roosevelt era el único hombre que podía revivir el sueño de Donovan de crear un servicio de inteligencia estadounidense todopoderoso y de largo alcance, y cuando este murió, el 12 de abril, Donovan vio negro su futuro. Tras permanecer en vela la mitad de la noche presa de la aflicción, bajó las escaleras del Hotel Ritz, su guarida predilecta en la París liberada, y compartió un triste desayuno con William J. Casey, agente de la OSS y futuro director de la central de inteligencia.

-¿Qué cree que significará esto para la organización? -preguntó Casey.

-Me temo que probablemente sea el fin -le respondió Donovan.

Aquel mismo día, el coronel Park enviaba su informe de alto secreto sobre la OSS al nuevo presidente. El informe, que solo se desclasificaría completamente tras finalizar la guerra fría, constituía una mortífera arma política, perfeccionada por el ejército y afilada por J. Edgar Hoover, director del FBI desde 1924; este último despreciaba a Donovan y albergaba sus propias ambiciones de dirigir un servicio de inteligencia de ámbito mundial. El trabajo de Park destruyó la posibilidad de que la OSS continuara formando parte del gobierno estadounidense, echó por tierra los mitos románticos que había creado Donovan para proteger a sus espías, e infundió en Harry Truman un profundo y permanente recelo con relación a las operaciones de inteligencia secretas. La OSS había causado un "grave perjuicio a los ciudadanos, los intereses comerciales y los intereses nacionales de Estados Unidos", decía el informe.

Park no admitía ni un solo caso importante en el que la OSS hubiera ayudado a ganar la guerra, limitándose a enumerar de manera implacable los aspectos en los que había fracasado. El entrenamiento de sus agentes había sido "burdo y poco organizado". Los comandantes de la inteligencia británica veían a los espías estadounidenses como "unos títeres en sus manos". En China, el líder nacionalista Jiang Jieshi había manipulado a la OSS para sus propios fines. Los espías alemanes se habían infiltrado en las operaciones de la OSS en toda Europa y el norte de áfrica. La embajada japonesa en Lisboa había descubierto los planes de los agentes de la OSS de robar sus libros de códigos, y, como consecuencia, los japoneses habían modificado dichos códigos, lo que había "resultado en un completo bloqueo de información militar vital" en el verano de 1943. Uno de los informantes de Park decía: "Se ignora cuántas vidas de estadounidenses en el Pacífico fueron el coste de esta estupidez por parte de la OSS". La defectuosa información de inteligencia proporcionada por la OSS tras la caída de Roma, en junio de 1944, condujo a miles de soldados franceses hacia una trampa nazi en la isla de Elba -escribía Park-, y "como resultado de esas equivocaciones y errores de cálculo sobre las fuerzas enemigas por parte de la OSS, resultaron muertos unos 1.100 soldados franceses".

El informe, además, atacaba personalmente a Donovan. Decía que el general había perdido un maletín en un cóctel, en Bucarest, que había sido "entregado a la Gestapo por una bailarina rumana". Sus criterios a la hora de contratar y ascender a los agentes se basaban no en sus méritos, sino en una red de conexiones con sus amigos de Wall Street y en su posición social. Había enviado destacamentos de hombres a solitarias avanzadillas como Liberia, y luego se había olvidado de ellos. Había lanzado comandos por error sobre la neutral Suecia. Y había enviado guardias a proteger un depósito de munición capturado a los alemanes en Francia, y habían saltado por los aires.

El coronel Park reconocía que los hombres de Donovan habían realizado con éxito algunas misiones de sabotaje y rescate de pilotos estadounidenses abatidos. Decía que la rama sedentaria de la OSS, la de investigación y análisis, había llevado a cabo "una destacada labor", y concluía que después de la guerra los analistas podían encontrar un puesto en el Departamento de Estado. Pero el resto de la OSS había de desaparecer. "El compromiso casi desesperado del personal de la OSS -advertía- hace inconcebible su uso como agencia de inteligencia secreta en el mundo de posguerra."

Tras la victoria en Europa, Donovan regresó a Washington para tratar de salvar su servicio de espionaje. El mes de duelo por la muerte del presidente Roosevelt estaba dando paso a una desenfrenada lucha de poder en la capital estadounidense. En el Despacho Oval, el 14 de mayo, Harry Truman no escuchó ni un cuarto de hora la propuesta de Donovan de mantener a raya al comunismo socavando el Kremlin. El presidente le despachó de inmediato.

Durante todo el verano, Donovan siguió defendiéndose tanto en el Congreso como en la prensa. Finalmente, el 25 de agosto, le dijo a Truman que tenía que elegir entre el conocimiento y la ignorancia. Estados Unidos "no cuenta en este momento con un sistema de inteligencia coordinado -le advirtió-. Los defectos y peligros de esta situación han sido ampliamente reconocidos".

Donovan confiaba en que podría engatusar a Truman -un hombre al que había tratado siempre con altivo desdén- en la creación de la CIA. Pero malinterpretó a su propio presidente. Truman había decidido que el plan de Donovan tenía cierto tufillo a Gestapo. El 20 de septiembre de 1945, seis semanas después de que lanzara las bombas atómicas sobre Japón, el presidente estadounidense destituyó a Donovan y ordenó que se disolviera la OSS en el plazo de diez días. Quedaba abolido así el servicio de espionaje de Estados Unidos.