Image: Un imperio fallido. La Unión Soviética durante la Guerra fría

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Un imperio fallido. La Unión Soviética durante la Guerra fría

por Vladislav M. Zubok. Trad. de Teófilo Lozoya

2 octubre, 2008 02:00

Vladislav M. Zubok

Debate Leer crítica

1
El pueblo soviético y Stalin entre la guerra y la paz, 1945


Roosevelt pensaba que los rusos iban a llegar y a inclinarse
ante América pidiendo limosna, pues Rusia es
un país pobre, sin industria, sin pan. Pero nosotros veíamos
las cosas de manera distinta, pues el pueblo estaba
dispuesto a sacrificarse y a luchar.

MOLOTOV, junio de 1976

No nos guían las emociones, sino la razón, el análisis y el cálculo.
STALIN, 9 de enero de 1945

La mañana del 24 de junio de 1945 la lluvia caía a raudales en la Plaza Roja de Moscú, pero apenas era percibida por las decenas de miles de soldados de elite soviéticos que allí se hallaban congregados. Estaban en posición de firme, dispuestos a desfilar por la plaza para celebrar su victoria sobre el Tercer Reich. A las diez en punto el mariscal Georgi Zhukov apareció por las puertas del Kremlin a lomos de un caballo blanco y dio la señal para que comenzara el Desfile de la Victoria. En el momento cumbre de la celebración, los oficiales, engalanados con sus condecoraciones, arrojaron doscientos estandartes capturados a los alemanes ante el pedestal del mausoleo de Lenin. El boato y la pompa del desfile eran impresionantes, pero inducían a engaño. Pese a su victoria, la Unión Soviética era una especie de gigante exhausto. "La construcción del imperio de Stalin se consiguió a costa de ríos de sangre soviética", afirma el historiador británico Richard Overy. Cuánta sangre se necesitó exactamente sigue siendo objeto de debate entre los especialistas en historia militar y los expertos en demografía. Al contrario de la percepción habitual en Occidente, las reservas humanas soviéticas no eran ilimitadas; al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el ejército soviético necesitaba desesperadamente tanto material humano como pudiera necesitarlo el ejército alemán. No es de extrañar que los expertos y los dirigentes soviéticos evaluaran con precisión los daños sufridos por su país durante la invasión nazi, pero temieran revelar el verdadero número de bajas humanas. En febrero de 1946 Stalin comunicó que la URSS había perdido siete millones de almas. En 1961, Nikita Jrushchov "elevó" ese número a veinte millones. Desde 1990, tras una investigación oficial, el número de pérdidas humanas ha sido elevado a 26,6 millones, incluidos 8.668.400 individuos de personal uniformado. Pero hasta este número sigue siendo objeto de debate, pues algunos especialistas rusos afirman que no refleja la cifra real de muertos.2 Vistas las cosas retrospectivamente, la Unión Soviética consiguió una victoria pírrica sobre la Alemania nazi.

Las innumerables pérdidas sufridas en el curso de los combates y entre la población civil fueron consecuencia tanto de la invasión y las atrocidades de los nazis como de los métodos de guerra total practicados por las autoridades militares y políticas de la URSS. La sorprendente indiferencia por la vida humana fue una característica de la conducta soviética durante la guerra desde su estallido hasta su finalización. En cambio, el número total de pérdidas humanas que tuvo Estados Unidos en los dos principales escenarios del conflicto, Europa y el Pacífico, no pasó de 293.000.

Las pruebas que han salido a la luz tras la caída de la Unión Soviética corroboran los antiguos informes de los servicios de inteligencia norteamericanos que indicaban una debilidad económica de los soviéticos. Las estimaciones oficiales valoraban la totalidad de los daños en seiscientos setenta y nueve mil millones de rublos. Esta cifra, según dichas estimaciones, "supera la riqueza nacional de Inglaterra o Alemania y constituye un tercio de toda la riqueza nacional de Estados Unidos". Al igual que con el número de pérdidas humanas, se calcula que los daños materiales fueron ingentes. Más tarde la Unión Soviética cifraría el coste de la guerra en 2,6 billones de rublos. Los nuevos testimonios ponen de manifiesto que la inmensa mayoría de los funcionarios y del pueblo soviético no querían que se desencadenaran conflictos con Occidente y que preferían concentrarse en una reconstrucción pacífica. Pero, como bien sabemos, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial el comportamiento de los soviéticos en Europa del Este se caracterizó por la brutalidad y la intransigencia. En Oriente Medio y en Extremo Oriente la Unión Soviética ejerció una gran presión para instalar sus bases, obtener concesiones petrolíferas y ganarse una esfera de influencia. Todo ello, junto con una retórica ideológica, llevó gradualmente a Moscú a una clara confrontación con Estados Unidos y Gran Bretaña. ¿Cómo pudo un país tan exhausto y arruinado levantarse contra Occidente? ¿Qué factores internos y externos explican el comportamiento internacional que adoptó la Unión Soviética? ¿Cuáles eran los objetivos y las estrategias de Stalin?

Triunfo y resaca
La guerra contra los nazis tuvo un efecto liberador en la ciudadanía soviética.5 Durante los años treinta el terror indiscriminado impuesto por el estado había borrado una y otra vez las fronteras entre el bien y el mal: un individuo podía ser "un soviético como es debido" hoy y, al día siguiente, un "enemigo del pueblo". La parálisis social, fruto del gran terror de los años treinta, había desaparecido en el crisol de la guerra, y mucha gente volvía a pensar y a actuar de manera independiente. En las trincheras se forjaron lazos de camaradería, y se confió de nuevo en el prójimo. Al igual que ocurriera en los países europeos durante la Primera Guerra Mundial, en la URSS de la Gran Guerra Patriótica apareció una "generación del frente" o "generación de la victoria". Los que pertenecieron a ese grupo satisficieron su necesidad de amistad, solidaridad y cooperación, elementos que a menudo les faltaban en casa. Para algunos esa etapa constituyó la experiencia más importante de su vida.

La guerra tuvo otros efectos muy profundos. La ineptitud, las meteduras de pata, el egoísmo y las mentiras de las instancias oficiales durante la gran retirada soviética de 1941-1943 socavaron la autoridad del estado, de las instituciones del partido y de numerosos dignatarios. La liberación de Europa Oriental permitió que millones de personas escaparan del ambiente xenófobo soviético y conocieran otros países por primera vez en su vida. Los sacrificios de la guerra convalidaron el idealismo y el romanticismo entre los mejores representantes de la joven intelligentsia soviética, que se unieron al ejército como voluntarios. El espíritu de una guerra justa contra el nazismo y sus experiencias en el extranjero llevaron a esos individuos a soñar una liberalización política y cultural. La alianza entre la Unión Soviética y las democracias occidentales pareció crear un marco idóneo que posibilitaba la introducción de las libertades civiles y los derechos humanos. Incluso algunos personajes destacados que se hacían muy pocas ilusiones compartieron ese sueño. En una conversación con el periodista Ilya Ehrenburg, el escritor Alexei Tolstoi se preguntaba: "¿Qué ocurrirá después de la guerra? La gente ya no es la misma". En los años sesenta, Anastas Mikoyan, miembro del círculo más íntimo de Stalin, recordaría que millones de soviéticos que regresaron de Occidente "habían experimentado un cambio radical; sus horizontes se habían ampliado, y sus exigencias eran distintas". Había una nueva idea omnipresente: todo el mundo merecía un trato mejor del régimen. En 1945, algunos oficiales del ejército soviético, cultos y de alto nivel intelectual, se sintieron como los decembristas. (Los mejores oficiales jóvenes del ejército ruso, que habían regresado de la guerra contra Napoleón empapados del liberalismo político, serían más tarde los organizadores de la insurrección militar contra la autocracia, los llamados "decembristas".) Uno de ellos, recordando esos tiempos, haría la siguiente observación: "Me parecía que a la Gran Guerra Patriótica le seguiría inevitablemente un vigoroso resurgimiento social y literario, como sucedió tras la guerra de 1812, y yo tenía prisa por participar en ese resurgimiento". Los jóvenes veteranos de guerra esperaban que el estado les recompensara por su sufrimiento y sus sacrificios "con una mayor confianza y más derechos de participación, y no sólo con abonos de autobús gratuitos". Entre ellos había futuros librepensadores que, tras la muerte de Stalin, participarían en el deshielo social y cultural y que al final apoyarían las reformas de Mijail Gorbachov.

Ningún otro acontecimiento desde la Revolución rusa configuró las identidades nacionales del pueblo soviético como la experiencia de la guerra. Este fenómeno afectó especialmente a la etnia rusa, cuya conciencia nacional había sido bastante débil en comparación con otros grupos étnicos de la URSS.10 A partir de mediados de los años treinta, el partido y las burocracias del estado se nutrieron principalmente de rusos, y la historia de Rusia se convirtió en la espina dorsal de una nueva doctrina oficial del patriotismo. Las películas, las obras de ficción y los libros de historia presentaban a la URSS como la sucesora de la Rusia imperial. Príncipes y zares, los "forjadores" del gran imperio, pasaron a ocupar el lugar del "proletariado internacional" en el panteón de los héroes. Pero fue la invasión alemana lo que proporcionó a los rusos un nuevo sentimiento de unidad nacional.11 Nikolai Inozemtsev, sargento de los servicios de inteligencia de artillería y futuro director del Instituto para la Economía Mundial y las Relaciones Internacionales, escribía en su diario la siguiente observación en julio de 1944: "La rusa es la nación con más talento y mejor dotada del mundo, con capacidades ilimitadas. Rusia es el mejor país del mundo, pese a todas nuestras deficiencias y desviaciones". Y el Día de la Victoria añadió: "Los corazones de todos nosotros rebosan orgullo y alegría: "¡Nosotros, los rusos, podemos hacer lo que nos propongamos!". Ahora, todo el mundo es consciente de ello. Y esta es la mejor garantía para nuestra seguridad en el futuro". La guerra también puso de manifiesto las facetas más desagradables y reprimidas del ejército soviético. El estalinismo convirtió en víctima al pueblo soviético, pero también agotó sus reservas de decencia. Muchos reclutas del ejército soviético habían crecido como chusma callejera, como niños de los suburbios, y nunca habían adquirido las costumbres propias de una vida urbana civilizada. Cuando millones de oficiales y soldados soviéticos cruzaron las fronteras de Hungría, Rumanía y el Tercer Reich, algunos de ellos perdieron su conciencia moral en medio del frenesí del saqueo, del alcohol, de la destrucción del bien ajeno, del asesinato de civiles y de la violación sexual. La población civil y la propiedad privada de lo que quedó de Alemania y Austria sufrieron repetidas y feroces oleadas de violencia por parte de los soldados rusos.14 Un periodista militar soviético, Gregori Pomerants, quedó impactado al finalizar la guerra por "las atrocidades cometidas por héroes que habían avanzado cruzando las líneas de fuego desde Stalingrado hasta Berlín". ¡Qué lástima que el pueblo ruso no hubiera mostrado esa misma energía para reclamar sus derechos civiles!

Un nuevo patriotismo centrado en la identidad rusa generó un sentido de superioridad que justificaba cualquier acto de brutalidad. La batalla de Berlín se convertiría en la piedra angular de ese nuevo sentimiento de grandeza y poder ruso.16 La nueva mitología de la victoria reprimió cualquier recuerdo de la reciente carnicería (innecesaria desde el punto de vista militar) y la brutalidad empleada contra los civiles. Y el culto a Stalin pasó a ser un fenómeno de masas, admitido ampliamente por millones de rusos y no rusos. Un veterano de guerra y escritor, Victor Nekrasov, recordaría: "Los vencedores están por encima de cualquier juicio. ¡Habíamos perdonado a Stalin todos sus crímenes!". Durante décadas, millones y millones de veteranos de guerra han celebrado el Día de la Victoria como una fiesta nacional, y muchos de ellos brindan por Stalin como su caudillo de la victoria. En la vida real, las consecuencias positivas y negativas de la guerra se entremezclaron y se difuminaron. Las chucherías, la ropa, los relojes y otros trofeos europeos traídos a Rusia como botín tuvieron el mismo efecto que los productos norteamericanos con los que Estados Unidos ayudó a los aliados al término de la guerra: hicieron que los soldados y los obreros rusos, y sus familiares, fueran más conscientes de que no vivían en el mejor mundo posible, a diferencia de lo que proclamaba la propaganda del estado. Los mismos veteranos de guerra que saquearon y hostigaron a la población civil europea empezaron a desairar abiertamente a los oficiales del NKVD y el SMERSH, los temibles departamentos de la policía secreta. Algunos llegaron a desafiar públicamente a los propagandistas oficiales, y no se les haría callar en las reuniones de partido. Según numerosos informes, oficiales y soldados se enfrentaron a las autoridades locales, e incluso distribuyeron panfletos instando al "derrocamiento del poder de la injusticia". El SMERSH informó de que varios oficiales murmuraban que "hay que volar por los aires este burdel socialista y mandarlo al infierno". Esta actitud se daba especialmente entre los soldados soviéticos destacados en Austria, Alemania Oriental y Checoslovaquia.19 Pero la actitud rebelde nunca desembocó en una rebelión. Cuando pasó el momento de los grandes esfuerzos extremos de la guerra, la mayor parte de los veteranos cayó en un estupor social e intentó adaptarse a la vida cotidiana. Pomerants recuerda que "en el otoño de 1946 muchos soldados y oficiales desmovilizados perdieron toda su fuerza de voluntad y se volvieron unos blandos". En la vida de posguerra, añade, "todos nosotros, con nuestras condecoraciones, medallas y menciones, nos convertimos en nada". En las zonas rurales, en los pueblos y en los suburbios de las ciudades, muchos acabaron alcoholizados, convertidos en vagabundos o ladrones. En Moscú, Leningrado y otros grandes centros urbanos, los jóvenes líderes en potencia que había entre los veteranos fueron descubriendo que el único camino para culminar sus aspiraciones sociales y políticas era emprender una carrera en el partido. Algunos tomaron ese camino. Muchos más fueron los que encontraron su vía de escape a través de un intenso aprendizaje, aunque también en lo que más gusta a los jóvenes: las aventuras amorosas y la diversión.

En gran medida, aquella pasividad fue fruto del estado de convulsión y del agotamiento que sufrieron muchos veteranos cuando regresaron a casa. Poco después de su desmovilización, Alexander Yakovlev, futuro apparatchik del partido y seguidor de Gorbachov, mientras se encontraba en la estación de tren de su ciudad observando los vagones que trasladaban a los prisioneros de guerra soviéticos desde los campos de concentración alemanes hasta los campos de trabajo soviéticos en Siberia, se dio cuenta repentinamente de otras duras realidades de la vida de su país: niños hambrientos, la confiscación de grano a los campesinos y las condenas de reclusión por delitos menores. "Cada vez resultaba más evidente que todo el mundo mentía", comenta a propósito del triunfalismo público que se desató al finalizar la guerra.21 Otro veterano, el futuro filósofo Alexander Zinoviev, recordaría: "la situación del país resultó mucho peor de lo que imaginábamos por los rumores que corrían, viviendo [con el ejército de ocupación soviético en el extranjero] en medio de un fabuloso bienestar. La guerra agotó los recursos del país. La guerra hizo estragos principalmente en las zonas rurales de Rusia, Ucrania y Bielorrusia: algunas regiones perdieron a más de la mitad de los "trabajadores de sus granjas colectivas", en su mayoría varones. A diferencia de los soldados norteamericanos, que por lo general encontraron una situación próspera cuando volvieron a su país y se reincorporaron con facilidad a la vida familiar como civiles, a los veteranos de guerra soviéticos les aguardaría a su regreso un sinfín de tragedias de vidas arruinadas, el sufrimiento de los que habían acabado mutilados o lisiados y las vidas rotas de millones de viudas y huérfanos. Había unos dos millones de personas reconocidas oficialmente como "inválidas" con minusvalías físicas o problemas mentales. Incluso cayeron algunos veteranos aparentemente sanos, víctimas de enfermedades inexplicables; los hospitales estaban abarrotados de pacientes jóvenes.