Image: La ciencia y la vida

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Letras

La ciencia y la vida

por Valentín Fuster y José Luis Sampedro

10 abril, 2008 02:00

Valentín Fuster y José Luis Sampedro, durante la presentación de 'La ciencia y la vida'. Foto: Julián Jaén

Plaza&Janés

La hierba crece de noche

Al fin, Valentín Fuster y José Luis Sampedro consiguen encontrarse. Intercambian saludos, las preguntas y respuestas de rigor "cómo estás, qué tal te encuentras, te veo muy bien, la familia, bien, gracias, todos estupendamente" y sin perder más tiempo se sientan a trabajar con la seriedad que les caracteriza.

Yo diría que es algo más que seriedad. Es también la tensión del reto intelectual. Este proyecto les ilusiona, no cabe duda, pero cada uno de ellos tiene al otro en tan alta estima, se valoran tanto mutuamente que ambos dejan traslucir la inquietud de "estar a la altura". Tensión que se disipa en cuanto dejan de dar rodeos y entran en materia.


PARA DIALOGAR, PARAR

-Tú estás al comando, José Luis -rompe el fuego eldoctor.

-Es lo que se dice hacer de telonero; pues bien, lo hago con mucho gusto. Empezaré por referirme al lugar porque creo que tiene cierto significado simbólico. Además, antes de nuestro diálogo, es imprescindible parar, librarnos de afanes cotidianos, de la vorágine que nos aturde.

Para ello nos hemos acogido al parador de Cardona, en la antigua Marca Hispánica de Carlomagno, monumento secular, una gran construcción medieval que fue palacio, fortaleza y monasterio a un tiempo: los tres poderes máximos. Los tres se desvanecieron aquí. Ahora el parador acoge el poder de la palabra con la firmeza de sus murallas y el espíritu de su iglesia milenaria. Hemos admirado esa colegiata, su bóveda sobre recias pilastras que el arte románico lombardo logró levantar hacia la altura infundiendo serenidad al impulso y solidez al silencio.

Cualquiera que sea su historia, hoy es esencialmente un ejemplo extraordinario de estabilidad, de permanencia, de armonía. Por eso me parece que es lugar adecuado para nuestros fines. Instalados en un recinto que, pese a sus orígenes como templo de poder político y militar, introduce hoy el germen de la serenidad, tan necesario para la reflexión.

Sí, el valor simbólico de Cardona nos ayudará a pensar mejor sobre un tiempo que, creo, a los dos nos parece inquieto, agitado, crispado, retorcido… Por lo que a mí respecta, al menos, me encuentro profundamente alarmado y descontento con el mundo en que vivo. Y lo estoy no tanto por lo que a mí me afecte, porque yo en mi vida no tengo mucha queja. Pero tengo un nieto, como otros tienen sus hijos y nietos; todos tenemos una generación que nos sucede. Me pregunto hacia dónde va esa generación, qué va a ser de ella. Y me pregunto también: ¿qué estamos haciendo?

Ahora, si me permites, antes de terminar, cederte la pa labra y oírte, quiero decir que me hace mucha ilusión colaborar contigo en este proyecto. Te lo digo con toda franqueza. No hace falta explicar las razones, desde que nos conocemos ha funcionado eso que llaman "la química". Yo te debo el estar vivo todavía. En un momento dado fuiste decisivo en mi vida. Luego, además, hemos coincidido en muchas cosas, de modo que esta oportunidad es en cualquier caso una suerte. Es una gran fortuna para mí el poder reflexionar contigo sobre estos temas.

En lo que tú cultivas soy un ignorante. De lo que yo podría saber un poco más que tú, por haberme dedicado más a ello, es en la organización social, el sistema de vida que tenemos. Con eso, repito, estoy descontento. No sé qué piensas tú.

-Bueno, ante todo para mí es un honor que hayas tenido la delicadeza, el riesgo de intentar escribir un libro conmigo. Por otra parte, sí, efectivamente, tú y yo tenemos una química, nos entendemos muy bien, nos entendimos desde el momento en que nos conocimos. Seguramente por eso coincido contigo en que es interesante hablar aquí, en este lugar que acabas de describir y también con tu expresión "para dialogar, parar".

Como bien sabes, se nos ofreció hacerlo en Madrid y cuando yo me lo planteé, vi claro que en una ciudad que ha crecido enormemente, no me encontraría sereno. Pese al aprecio que tengo por Madrid, allí echaría en falta la serenidad de este ambiente. Elegimos este parador para que los dos estuviéramos relajados. Y bueno, pues aquí estamos. Tus palabras al respecto me tranquilizan porque yo, como hijo adoptivo de Cardona, de sobra conocía las ventajas de su entorno, pero tú no. Me alegra constatar la coincidencia.

¿Qué puedo aportar yo? ¿Cuál es mi fuerte? La observación, como médico, de la tragedia e incertidumbre humana. Y la observación de la biología humana, como investigador.

A lo largo de estos treinta y cinco años dedicados a la profesión, he sido un observador de lo que yo llamaría la incertidumbre, la tragedia manifestada por la enfermedad, la incertidumbre que la enfermedad trae consigo. He podido observar todo tipo de gente de todas las culturas, he trabajado en distintas instituciones y básicamente he llegado a elaborar una especie de filosofía personal con respecto a la personalidad de los que andamos en este mundo. Mi filosofía es el resultado de una combinación entre Aristóteles y Platón.

Es decir, por una parte soy muy pragmático y me gusta la acción. La acción que tenga una motivación, una especificidad, un objetivo: éste sería mi lado aristotélico. Por otra parte, creo mucho en lo que podríamos definir alma humana, espíritu, humanismo; eso es lo que llamo mi parte platónica y a esa parte le doy mucha importancia.

En consecuencia, y a modo de introducción, te diré que para mí la salud es precisamente un estado de equilibrio corporal y emocional, pero de esto hablaremos luego con más detalle.

-Me parece muy bien, comparto muchas cosas que acabas de decir, pero quisiera apostillar otras.

Me encuentro con la suerte de poder cambiar impresiones con alguien que sabe mucho de lo que yo no sé nada: el hecho de la salud, definido por ti como el equilibrio de la persona y sus actividades. Yo me veo menos eficiente, soy un poco más contemplativo, menos de acción que tu "yo aristotélico", pero eso es secundario, no entra en la cuestión.

EL INFARTO SOCIAL

-Como introducción -continúa Sampedro- voy a proponerte una imagen atrevida que no sé si compartirás o no. Verás, cuando yo leía en tu libro la descripción del infarto, tus advertencias y explicaciones elementales acerca de los síntomas, para aprender a distinguir cuándo una persona debe acudir o no al hospital, yo, en paralelo, pensaba que desde el punto de vista social también estamos al borde del infarto. Veo la sociedad a punto de infartar. No sé si te parecerá muy osado por mi parte hablar de "infarto social", pero deja que te explique.

Vaya por delante que cuando hablo de sociedad no estoy hablando de la humanidad, estoy hablando del sistema de vida occidental porque, claro, el ochenta por ciento de la humanidad es otra cosa, algo que no deberíamos, y sin embargo solemos, olvidar porque los occidentales padecemos de un egocentrismo terrible.

Estableciendo un paralelismo entre lo que sucede en lo individual y lo que sucede en lo social, yo diría que la sociedad está en grave riesgo de infarto.

Para no ser demasiado técnicos, tomemos como ejemplo el automóvil: los atascos que sufrimos pueden parecerse a los atascos que se producen en el sistema circulatorio. Comparo la imagen de las arterias y el colesterol adherido a sus paredes con muchas calles urbanas de Madrid, o de donde quieras, y me encuentro que en las aceras, que vendrían a ser las paredes de la calle, está todo ocupado por lo que serían las moléculas de colesterol, los coches. Es decir, las calles y carreteras se atascan igual que las arterias y el sistema circulatorio.

Otro ejemplo podrían ser los apagones en las grandes ciudades. Recientemente en Barcelona, el año pasado en Madrid y en otras ocasiones fuera de España, Milán, Nueva York y otras. Pues ésa es otra circulación que se atasca porque la demanda de consumo crece más rápidamente que los cables o circuitos por los que debe fluir. Se dice: no, ha sido un accidente puntual. Pues igual que en la vida humana: el infarto equivale a un accidente circulatorio debido al exceso de grasa que impide el fluir de la sangre por las arterias. De la misma manera que los accidentes del ser humano en el sentido biológico son más o menos frecuentes y más o menos graves, según la vida que lleve la persona (como explicas en tu libro, dependiendo de su alimentación, de si hace deporte o vida sedentaria, si fuma, bebe, padece estrés y demás), de la misma manera, digo, también en la sociedad los accidentes pueden ser más o menos previsibles en función del ordenamiento social y del modo de vida elegido y proyectado.

Siguiendo con el ejemplo de las eléctricas: ¿qué quiere decir que la demanda crece más deprisa que las inversiones de las empresas? Sencillamente que se confía un servicio público a un sector privado con ventajas de monopolio y posibilidad de ganancias tremendas, como ellas mismas publican sin rubor incluso en los momentos del apagón. En lugar de invertir lo necesario en función de las previsiones de crecimiento, se reparten los beneficios.

Bien, podría seguir con más ejemplos, pero creo que es suficiente para ilustrar mi símil. Yo veo la sociedad en la misma forma de estado de riesgo del que tú hablas en relación con la salud; hablas de desequilibrio, de inquietud, de incertidumbre por la enfermedad. Bueno, la sociedad actual tiene, no ya incertidumbre, tiene miedo. A mí me asombra, verdad, que la sociedad del país más poderoso y con la mayor potencia militar del mundo, tenga miedo. Y lo tiene. Eso es tremendo. De modo que yo hablaría tranquilamente del riesgo de infartar y eso me parece motivo de inquietud para el futuro.

-Sí -retoma la palabra el médico-. Yo estoy completamente de acuerdo contigo en que estamos viviendo en un mundo que parece haber perdido la brújula del razonamiento. Estamos viviendo en un mundo muy acelerado en el que, como contrapartida, el hombre está actuando de una manera muy pasiva. En otras palabras, es un mundo súper acelerado en el que no hay tiempo para la reflexión; simplemente parece que todos debemos subir al tren, sin saber cuál es el destino y cuanto más rápido, mejor.

éste es un problema de la tecnología moderna. Fíjate, José Luis, el problema de la tecnología moderna es que, por un lado, ha ayudado muchísimo en muchas cosas. Hace unos años, no veíamos la manera de alimentar el mundo; hoy, con la tecnología disponible, podríamos sintetizar alimentos para abastecer a los habitantes del mundo entero. éste sería un ejemplo de faceta positiva de la técnica, pero la parte problemática es que se ha llegado a depender excesivamente de la técnica.

Tú has mencionado el apagón de Barcelona, yo te puedo hablar del 11-S en Nueva York. Gracias a un sistema de comunicación impensable hace no tantos años, se pudo llevar a cabo semejante acto de terrorismo, es decir, que el avance tecnológico sirve para ambas cosas: para salvar vidas y también para mejor atentar contra ellas. Y eso hace que el mundo, además de acelerado, sea cada vez más vulnerable, que es lo que tú estás diciendo.

Aquí, el diagnóstico del problema parece claro; lo que me planteo continuamente, pero continuamente, de una manera obsesiva, es ¿dónde está la solución? De una manera simplista, uno diría: bueno, tenemos que volver al mundo primitivo, pero el problema es ¿cómo? ¿Cómo volver al mundo primitivo? A menos que éste desaparezca y se empiece de nuevo, ¿cómo podemos nosotros retroceder? Desde un punto de vista superficial, podríamos pensar: bueno, llevamos cuatrocientos millones de años y hemos sobrevivido, pues seguiremos sobreviviendo. Pero esa respuesta no satisface.

Por otra parte, cuando ves lo que está ocurriendo y hablamos de infarto, es curioso señalar que el infarto no existía hace quinientos años, es decir, no hay duda de que estamos hablando de una enfermedad moderna, de una enfermedad extendida de forma explosiva en los últimos cien años. Eso vendría a corroborar tu pensamiento de que el mundo acelerado se está infartando. Creo que ese para lelismo es acertado porque es precisamente todo ese mundo acelerado el que nos lleva a descuidar, a no tener en cuenta nuestro propio organismo. Cuando hablamos de factores de riesgo como el tabaquismo, cuando hablamos de la obesidad o de la tensión arterial, nos estamos refiriendo a una sociedad de consumo en la que aparecen unos factores para los que el organismo no estaba preparado. No saber manejar esta situación es lo que lleva al infarto de miocardio. Por eso el paralelismo que estableces es más que un paralelismo; hay una relación directa entre una sociedad de consumo y su herencia, una sociedad con infarto de miocardio.

Es un tema del que tenemos que hablar largo rato, porque a mí lo que más me preocupa no es que esta sociedad entre en infarto, lo que más me preocupa es el sistema extrañamente pasivo en el que está entrando la sociedad. Los niños ya no corren, solamente miran las computadoras, están continuamente con los teléfonos móviles y juegos electrónicos o frente al televisor. Se está configurando una sociedad que no se mueve, una sociedad en la que te consumes sin tan siquiera darte cuenta de ello. El problema es ¿cómo invertir los términos? Quiero decir, cómo volvernos nuevamente activos. Debemos reflexionar sobre esto, sobre cómo llevar a cabo esta inversión. Yo soy básicamente un optimista. Más adelante veremos cómo, si es que podemos, dar esa vuelta.

-¡Uy! Todo esto me sugiere muchas cosas, pero para no dispersarnos y mantenerme dentro de lo que tú apuntas, sin abrir ahora otros temas, me quedo en tu pregunta: ¿dónde está la solución para una vuelta atrás? Yo no creo que se pueda volver atrás; hay que plantearse otros estados de equilibrio, no la vuelta atrás. Hablas y, con mucha razón, de pasividad de la sociedad, pero es una pasividad con sacudidas porque, en medio de todo, de pronto, surgen unos apasionamientos tremendos. Por poner un ejemplo, junto al pasotismo joven (y no tan joven) tienes de pronto esta febrilidad por el fútbol o por fenómenos parecidos. Es una irracionalidad brutal que en este momento, disponiendo de medios de comunicación instantáneos y de transportes rápidos, pudiendo dar la vuelta al mundo no en ochenta días como en la novela de Julio Verne, sino en ocho horas o menos (creo que en vuelo sin motor se ha dado en ocho días), bueno, ¡que con esos medios la ocurrencia de los gobernantes para hacer frente a los problemas sea levantar muros! La construcción de murallas es una idea claramente medieval y vivimos en un mundo donde la tecnología exige y casi impone la unidad global. En el campo de la economía y la globalización se dice "esto es inevitable porque la técnica impone la unidad mundial", pero luego resulta que Estados Unidos construye el muro con México, España pone vallas en Melilla frente a Marruecos, se levantan muros en Palestina, Pakistán, en todas partes, ¡caramba! Es una irracionalidad total.

¿Se puede volver? Lo veo difícil y trataré de ilustrarlo brevemente. En este momento estamos viendo un cambio muy profundo en las potencias mundiales con la irrupción, la emergencia brutal, de China y de la India. Bueno, China y la India son dos civilizaciones de cuya cultura, muy antigua, hemos hecho muy poco caso. En Occidente, hacemos muy poco caso de otras culturas. Yo, en mi modestia, me he interesado lo que he podido. Me ha gustado leer y he aprendido que su punto de vista básico es completamente distinto del occidental. El occidental tiene frente al mundo exterior un afán de dominio, de modificarlo, de aplicar la técnica, la acción, en suma, voluntad de transformación. El oriental, por lo menos en culturas tan importantes como las de China y la India, es otra cosa. En lugar de la transformación del medio, en China tradicionalmente se ha perseguido la adaptación al mismo. El Tao busca la armonía, la adaptación, ser como el agua, no transformar la vasija donde se vive, sino acomodarse a ella.

Teniendo en cuenta que China e India representan la quinta o sexta parte de la Humanidad, en teoría, cabría pensar que en un mundo unificado, sin murallas y más permeable, la cultura oriental podría influir y modificar la mentalidad de Occidente. Pero en la práctica, tampoco vale este planteamiento. No podemos, desde nuestro nivel económico, decirle a las multitudes hambrientas de China e India: "Pongámonos todos a adaptarnos al medio sin transformar nada", porque eso supone para ellos seguir sin comer. No sé si me explico.

¿Qué puede pasar en China dentro de treinta o cuarenta años? Por desgracia ya se están capitalizando y mercantilizando, en cierta medida. Sí, queda el campo y quedan muchas cosas, pero se está imponiendo el sistema de producción y transformación occidental. ¿Cómo decir a esas multitudes "no, no hay que crecer tanto"? Leo artículos de eco nomía abogando por frenar el desarrollo. Sí, suena bien denunciar que esta sociedad irracional no tiene sentido del límite, como lo tenía el mundo clásico. Pero ¿quién impone el "basta" a los hambrientos cuando no hay voluntad de redistribución? No, retornar al pasado me parece muy difícil; en cambio, habría que buscar un nuevo estado de equilibrio. Creo, además, que a lo largo de la historia se ha ido progresando de esa manera, buscando nuevas formas.

Ahora bien, me temo que me pasa un poco lo que a ti: tampoco yo sé cuál sería ese estado de equilibrio y mucho menos cómo se alcanza. Tengo claro que las soluciones requieren cambios mentales, cambios de actitud por parte de todos. Al final de tu libro La ciencia de la salud, hablas de una aceptación de valores tendentes a restablecer un equilibrio en el desarrollo económico. Sobre este punto seguramente tendremos que volver, pero de entrada te digo que todo lo que se está escribiendo, diciendo y haciendo de ayuda al desarrollo es falso. Es mentira. Con las ayudas actuales nunca será posible igualar el nivel de los unos a los otros. Sin una redistribución de los recursos mundiales, no es posible.

Bueno, evidentemente, hay tendencias a esa redistribución en Occidente, pero son mínimas y carecen de poder suficiente.

Resumiendo: estoy de acuerdo en lo que has dicho, pero el problema de volver al pasado me parece difícil. La historia no retrocede, quema etapas. Ahí está el ejemplo de la Primera Guerra Mundial: lejos de restablecerse el orden, como algunos creían, pronto se vio que no, que aquel mundo se acababa y empezaba otra etapa de la historia.

El planteamiento sería más bien: analizar el abanico de los diferentes caminos posibles y elegir el mejor.

Me queda comentar lo de la pasividad…

-Sí, pero antes de entrar en ello -interrumpe Fuster- y al hilo de lo de volver al pasado, voy a contarte una anécdota:

Tengo un amigo que desgraciadamente murió, un gran científico americano… Un día, hablando con él, le pregunté: "Si ahora pudieras pedir algo como científico, si tuvieras y pudieras pedir alguna cosa en beneficio de la Humanidad, ¿qué pedirías como científico?". Y me dijo: "Como científico no sé qué decirte, pero lo que sí me gustaría es volver siglos atrás". Yo le contesté lo que tú acabas de decirme. Le dije: va a ser imposible. Pero el profesor Spaet, que así se llamaba, me hizo reflexionar muchísimo.

La cuestión estriba en ¿cómo podemos transformar lo que está ocurriendo? Y aquí viene un tema que me gustaría apuntar a modo de índice para la discusión. Y es el siguiente: el hombre siempre se ha caracterizado por un afán de supervivencia. Habría que distinguir entre dos tipos de supervivencia. Por un lado la supervivencia física, natural, y por otro, la supervivencia algo más difícil de definir, podríamos llamarla supervivencia emocional, la que ha llevado a los grandes egoísmos, egocentrismos, ambiciones, extremismos, etc., porque, en realidad, no es más que una supervivencia con afán de dominio.