Letras

Baroja inédito

Miserias de la guerra

2 marzo, 2006 01:00

"No sé si podré sortear la censura. Es cosa difícil decir cosas y hacer como si no se dicen, pero en fin yo lo intento". Así confesaba Pío Baroja en 1949 a su amigo Juan Gamecho en una carta en la que le menciona la existencia de unas novelas de la guerra que podrían componer el ciclo "Las Saturnales"y que estarían formadas por Miserias de la guerra, que fue censurada sin piedad y jamás vio la luz, Caprichos de la suerte -inédita, y en la que aborda su exilio en París, que es donde el escritor vivió la guerra civil-, y Los saturnianos. A pesar de que Julio Caro Baroja se refería a ellas como obras crepusculares e inacabadas, su valor es incuestionable, sobre todo el de Miserias de la guerra, un acontecimiento de primera magnitud que descubrimos en primicia en estas páginas de El Cultural, en las que adelantamos su comienzo y algunos de sus fragmentos más sobrecogedores. Se trata, como señala Miguel Sánchez-Ostiz en el posfacio, "de una obra insustituible como documento para saber qué es lo que pensaba y cómo había vivido Baroja esos acontecimientos históricos". En ella Baroja refleja su visión catastrofista de los antecedentes de la guerra vividos por él mismo en los primeros meses de 1936 y, a pesar de que pretende ser neutral execrando el conflicto, no oculta los horrores de la República. La obra fue pergeñada entre 1949 y 1951 utilizando materiales anteriores como "Hombres extraños" y "A la desbandada". De ella existían dos borradores mecanografiados y corregidos por Baroja; el primero estaba fechado en 1950 y el segundo, menos corregido, en enero de 1951. La editorial Biblioteca Nueva presentó ese año una copia de Miserias de la guerra a la censura, que subrayó 533 líneas y tachó 247 páginas. Los capítulos más afectados fueron el VI y el VII, con el fin de ocultar la denuncia de la barbarie franquista. Sin embargo, Pío Baroja no incorporó ninguna de las tachaduras de la censura. Ahora, más de 50 años después, los herederos del escritor publican en su editorial Caro Raggio estas Miserias de la guerra barojianas que salen a la venta en los próximos días.

Primera parte
El señor Evans en Madrid


I
EL COMANDANTE

Carlos Evans, militar y diplomático inglés, que residió en Madrid con anterioridad a los comienzos de la revolución de 1936, estaba emparentado con la familia española de Carvajal, cuyos negocios de banca se desarrollaban en una ciudad andaluza, situada en la costa mediterránea.

Evans, a pesar de ser hombre ya maduro, de cerca de sesenta años, mostraba aire joven, no representaba la edad que tenía. Sus ojos eran azules, los cabellos, que había sido rubios, empezaban a encanecer; la piel, atezada, indicaba que había vivido mucho al aire libre y en países meridionales.

Daba la sensación de un hombre vigoroso, bien conservado. Era esbelto y ágil, con el cuerpo y los movimientos de hombre que cultiva el deporte. Vestía bien, con soltura, trajes sencillos que revelaban al gentleman.

Espiritualmente era hombre frío, ecuánime y cortés. Escéptico, y sin ambiciones, no mostraba prisa nunca. Un poco reservado y de aire correcto, parecía no poner mucha curiosidad en las cosas, pero nada de lo que él juzgaba digno de atención lo dejaba pasar sin examinarlo y comentarlo.

Para la mayoría de las gentes que le conocían y tenían trato con él, sintetizaba el tipo del inglés distraído y ensimismado, que parece vivir en las nubes y que no se entera de nada o de casi nada. Era todo lo contrario, curioso y observador de lo grande como de lo pequeño. Algunos de sus conocidos le consideraban como hombre poco sagaz y sin curiosidad. Su actitud tenía mucho de finta.

Comandante de Artillería del ejército inglés, don Carlos, como le llamaban algunos amigos españoles, había estado en varias guerras, desempeñando cargos distintos. Como agregado militar viajó mucho, reuniendo experiencias y conocimientos sobre distintas naciones europeas, así como también de la India y de áfrica. No le gustaban, en la proximidad de la vejez, los climas húmedos, creía que no le sentaban bien, prefería el tiempo claro y seco.

En la guerra mundial primera estuvo en la batalla de Charleroi, que se desarrolló entre Bélgica y Francia en agosto del 14, cuando él tenía treinta años, en Thionville y Mons, donde se encontraba el III, el IV y el V Cuerpo de Ejército Británico. Según Evans, en esas grandes batallas modernas no se comprendía con exactitud el objetivo de unos y de otros más que conociendo muy bien el terreno, manejando planos detallados y con noticias completas y exactas de las fuerzas respectivas. Los oficiales del Ejército anglo-francés, sabían solo que atacaba el general alemán von Bölow, pero no sabían el desarrollo que pensaban dar los suyos a la batalla.

En Madrid, Evans había estado agregado en la Embajada inglesa desde el año 1932, y unos años después, al comenzar los disturbios en España y deseando zafarse de responsabilidades peligrosas, pidió una licencia de tres años.

Esto no le hizo perder sus buenas relaciones con su Embajada. No quería ausentarse de Madrid, le parecía que iba a convertirse la capital en un escenario de violencias y crueldades lleno de peligros. Quería asistir a su desenvolvimiento como simple espectador y ver con sus ojos lo que ocurriera.

Tenía Carlos Evans un carácter desapasionado y tranquilo, y la indiferencia fingida con que escuchaba las opiniones que más pudieran herir su sensibilidad, le permitían ocultar sus intimidades de una manera perfecta. Al mismo tiempo, sabía enterarse con prudencia de cuanto le interesaba, todo ello sin llamar la atención y sin escandalizar a nadie.

Evans estaba preparado para contemplar desde su butaca lo que pudiera suceder en el escenario español. Sentía gran interés por ver lo que iba a pasar. Carecía de todo prejuicio. Era, simplemente, el hombre a quien el suceso sorprende en la calle, y, como dispone de tiempo y nadie ni nada le está aguardando, se puede consagrar sin preocupaciones de ningún género a informarse por cuenta propia de los hechos, sin perder detalle. Don Carlos escribió un Diario con notas, sin seguir siempre un estricto orden cronológico pensando que quizá con el tiempo ordenaría mejor sus datos.


II
IMPRESIóN PESIMISTA

La Embajada Británica de Madrid estaba en la calle de Fernando el Santo. Tenía una sección de Información y Prensa en la calle de Orfila. A esta oficina acudía con frecuencia Evans.

En la Embajada había una impresión pesimista acerca de la política española. Se creía que iba a ser un fiasco, que se producirían conflictos interiores y exteriores, y al final vendría algo peligroso para España y hasta para Europa. La misma opinión reinaba en todas las restantes Embajadas. Los gobiernos respectivos tendían a dar la consigna a sus diplomáticos y empleados, de ser muy cautos y de no intervenir en los asuntos interiores de España. Las sesiones del Congreso demostraban la desunión completa de los partidos y la lucha de las más bajas y vulgares ambiciones. Se pensaba que el español no servía ya para complicaciones políticas y sociales modernas. No se vislumbraba, entre los perspicuos del país, ningún hombre capaz de gobernar y poner orden en tal confusión. Los alemanes e italianos observaban también con curiosidad el giro que tomaba España para intervenir en el momento en que les conviniese. [...]


IV
PASEO EN AUTO

En la primavera de 1935, un sábado por la tarde, Evans y el secretario de la Embajada inglesa, hombre joven, fueron en automóvil a pasar la tarde en Aranjuez. Anduvieron a la sombra de los grandes árboles que bordean la orilla izquierda del Tajo. Hablaron de la situación de España, y los dos se mostraron conformes en considerarla muy grave.

España, según ellos, no sabía vivir en un régimen de libertad y de claridad. La República española en pocos años se había envejecido, aniquilado y desacreditado. No pudo encontrar hombres inteligentes y capaces. ¡Qué fracaso tan absoluto el de los encargados de regirla! No habían sabido ni cumplir la Ley ni escamotearla para sus intereses. ¡Qué desencanto!

Evans recordaba no hacía mucho tiempo una manifestación de jóvenes que habían estado en un miting celebrado en un campo próximo al río Manzanares. Los jóvenes habían entrado en el centro de Madrid levantando el puño y dando gritos de "¡Viva Azaña, el hombre más grande de España!". ¡Qué ilusiones! Todo iba desmoronándose en poco tiempo.

Yo no poseo datos suficientes para tener una opinión segura pero, por lo oído, creo que los tres hombres más destacados durante la República fueron Carner , por su honradez y por su trabajo, Indalecio Prieto por su inteligencia y Negrín por su audacia.

Las cosas llegaron tan lejos que hasta los andaluces, que nunca tuvieron aspiraciones regionalistas, gritaban ya: "¡Viva Andalucía libre!". Se veía que España no podía vivir con un régimen liberal y de publicidad. Tendría que vivir con un liberalismo simulado, o con una dictadura de república hispano americana.

Los sucesos de Casas Viejas, ocurridos hacía pocos años, habían dejado rastro. El caso de la mísera aldea de la provincia de Cádiz, donde apareció como una llaga de ilusión y de utopía, un intento de anarquismo libertario, fue uno de los primeros y más serios tropiezos de la República. Tuvo además la desgracia de ser tratado por la pedantería severa del presidente del Consejo, que quiso mostrarse rígido y duro, e hizo intervenir en el asunto a un capitán neurasténico y morfinómano, capaz de fusilar a unos cuantos medio locos.

En casa de un vecino de Evans, en el primer piso, en la puerta había un gran escudo del Sagrado Corazón de Jesús, a los pocos días de instaurarse la República ya no lo había.

-¿Qué le ha pasado a ese vecino? -preguntó Evans a la portera.
La noche de la proclamación de la República, estaba ese vecino con un destornillador quitando la placa de la puerta. Los reaccionarios asustados al principio, comprendieron rápidamente que la República tenía gestos, pero no actos ni energía. No mostraba tampoco decisiones oportunas que valieran la pena. Las señoras devotas empezaron a salir a la calle con mantillas y con cruces en el pecho. Luego vino la invención y la constitución del fascismo, y una torpeza en la represión inaudita. La lucha en la calle de los falangistas con los rojos se verificaba ante una policía que no se enteraba de nada.

Para Evans, el presidente del Gobierno, a pesar de su seguridad, era un hombre torpe y vacilante. No solo trataba de ocultar su debilidad, sino que hasta pretendía que todos le tuviesen por hombre fuerte y decidido. Llegó al absurdo de decir al militar que iba a sofocar el movimiento de Casas Viejas: "¡Nada de prisioneros, disparad a la barriga!". Y luego, para estropearlo más todavía, pretendió guardar silencio sobre el hecho ya realizado. Primero petulancia, después hipocresía y miedo.

Al secretario de la Embajada inglesa, amigo de Evans, le parecía que confiar órdenes severas a un morfinómano, y encargarle de reducir la exaltación de unos pobres ilusos, quemando su propio hogar, había sido un absurdo. Pensaba que en Inglaterra se les hubiera sitiado, y a los diez o doce días se hubieran rendido a lo inevitable.

Recuerdo -dijo Evans, en su conversación con su compatriota- que Casas Viejas es una aldea del partido de Medina Sidonia, un pueblo éste bonito, edificado en anfiteatro. Nadie le diputaría preparado para escenario de una tragedia sangrienta. La choza del Seis Dedos y la figura de la Libertaria, tienen un aire muy clásico de drama popular. Si hubiera un Calderón en este momento en España, habría llevado esa tragedia al teatro, y la gente la habría aplaudido. Pero no hay ningún Calderón entre los escritores españoles, ni nada parecido.
-¿Cuál cree usted, pues, que sería el ideal para los políticos españoles? -preguntó el secretario de la Embajada.
-El ideal sería que la masa fuera sumisa y sin carácter, y el elemento dirigente hábil y listo. Pero por ahora no solo aquí, sino en casi todos los países, sobre todo en los latinos, sucede lo contrario: el pueblo es listo y la política torpe. Esto sucede más exageradamente en España. Ahora, ¿esta listeza del pueblo es aprovechable? Por ahora parece que no, y se puede pensar que es más perjudicial que beneficiosa. Aquí, en España, no hay sumisión, y el hombre de cultura se muestra inadaptado y rebelde, y el de la calle dice que es un chulo.
-¿Y usted cree que esto es aquí cosa nueva?
-No lo creo, supongo que ha existido, unas veces con carácter más caballeroso y otras con menos. Se ha contado lo que fue en otro tiempo la Mano Negra en tierra andaluza. Fue algo como la Mafia o la Camorra napolitana. Se conoce que estas asociaciones con sus procedimientos sigue teniendo en Andalucía partidarios, como en todos los países del sur.
-¿Y usted qué opina sobre la manera de terminar con esas lacras sociales?
-Yo creo que estas epidemias no se curan con andar a tiros con unos cuantos ilusos, ni con quemar unas pobres chozas. Habría que ocuparse de esa gente y de ello no se ocupa nadie.
-¿Cómo podría tratar esos asuntos un gobierno democrático y sagaz?
-Estaría obligado a darles una extensa publicidad, pero estos no lo hacen, sino que tratan de ocultarlos. Se ve que en procedimientos no se diferencian nada revolucionarios y reaccionarios. Practican las mismas violencias, las mismas arbitrariedades, aunque hayan prometido no emplearlas.
-Dice usted bien. Ante los restos de una choza humeante, y de los hombres capitaneados por Seis Dedos, en Casas Viejas, no se puede invocar el pánico de un Gobierno, pues en realidad, los mayores enemigos contra los que tendría que luchar, no los tiene uno en una aldea rebelde, sino sentados en los escaños del Parlamento; fascistas que se muestran soberbios, y comunistas y socialistas disfrazados de gubernamentales, para poder dar con mayor libertad y más impunidad una puñalada al Poder. [...]


III
SILUETAS DE POLíTICOS

Quiero trazar aquí por los datos e informes que me he procurado, algunas rápidas siluetas de los hombres que en puestos destacados intervienen en la política española de estos tiempos revueltos.

El primer presidente de la Segunda República Española, resulta, según se dice, un señor efusivo y cándido; hombre de una falta absoluta de retención, de control de sí mismo, capaz de hablar y hablar sin reserva y sin prudencia, y de contar sin discreción a cualquiera lo más secreto de la política; de extremar su cordialidad hasta el punto de abrazar al sastre o al zapatero de su pueblo que van a verlo o a pedirle algo. Todo esto puede estar bien en un señor particular, pero no en un jefe de Estado que se está comprometiendo a cada momento con su charla.

Al presidente del Gobierno se le ha pintado durante mucho tiempo como hombre de carácter. Parece que no lo tiene. Yo creo que es un carácter muy superficial de hombre que ha vivido solo pensando en los aplausos de públicos de mitin.

El jefe socialista que aparece en el gobierno, tiene el aire de un hombre terco y engreído que habla ex cátedra.

Este señor, resulta un andaluz autodidacto. Hijo de una familia pobre sin cultura, se formó a sí mismo, y creyó en su energía y en su talento. No sabe nada de nada, pero eso le da más seguridad. Se asombra cándidamente a sí mismo, ha supuesto que la oratoria es el máximo de la sabiduría, y cree estar armado con todas las armas que un político necesita para gobernar un país.

Al meterse de lleno en las encrucijadas y trampas de la política, se ha empezado a ver que está perdido, que la oratoria no es nada o casi nada, y ha comenzado a perder la fe, desinflándose como un globo roto.

No hay más que ver las caras de los políticos españoles. No hay nadie que tenga aire de algo, ninguno; todos, militares y paisanos, no tienen aspecto de nada. No se ven más que caras mediocres. ¿Qué van a hacer estas gentes? Fracasar en todo.

Hay un hombre inteligente, medio asturiano, medio vasco, que siente muchas fobias ocultas que no quiere mostrar. Su cabeza es clara, pero le es necesario convivir con gente presuntuosa y pedante, que es la que tiene más fuerza y más popularidad 1.

Hay entre estos políticos, señoritos un tanto orgullosos y altaneros. Ese modo de ser no les hace antipáticos a la gente del pueblo, sino al revés, les produce simpatías. Le toman por uno de los suyos. Me han contado de uno de ellos que, cuando tiene que adoptar una decisión, lo primero que hace es abrocharse el último botón de la chaqueta y tomar actitud de jaquetón.

Otros son muy vulgares y se les podría identificar con maestros de escuela.

Hay también un médico, profesor, hombre de carácter y sin escrúpulos2. Quizá podría ser un gran político, pero es capaz de todo menos de trabajar. Cuando era profesor de la Facultad de Medicina de Madrid, por lo que parece, nunca iba por la clase. Está cortado para ser un tirano de una República hispanoamericana.

El mejor político de la República ha resultado un catalán, el más serio y el más honrado. Fue el que dijo hablando de un financiero mallorquín millonario: "Este hombre acabará con la República, si esta no acaba con él". Al millonario le tuvieron preso en Alcalá y se escapó de la prisión con un empleado de la misma a Portugal, acompañado de un periodista y un médico.


IV
ALARMAS CONSTANTES

Cuando el movimiento revolucionario de Asturias del 34 se empezaron a sentir en Madrid los síntomas graves de una conmoción política; hubo colas tumultuosas en las panaderías, riñas y alborotos, algún soldado enardecido, disparó en plena calle tiros al aire, se oyeron disparos de pistola y luego descargas cerradas. En las obras estallaron petardos. Un sábado por la noche, estuve yo en el teatro Lara, y de tal manera se llegó a creer que estaba a punto de armarse algo gordo, que, al volver los madrileños a sus casas, tuvieron que retirarse a dormir marchando por las calles con los brazos en alto, como si quisieran ponerse a banderillear a los serenos, que no debían de tener mucha serenidad. El "¡Manos arriba!" era algo que se usaba hasta en los juegos de los chicos.

La revolución que se llamó de Asturias, en 1934, alcanzó a León, Cataluña, Vizcaya y Galicia, aunque tuvo su centro de mayor violencia en el antiguo principado de su nombre. También llegó con sus salpicaduras al interior. En Madrid estalló una huelga general revolucionaria, salieron las tropas a la calle y durante seis días hubo tiros en toda la ciudad, singularmente de noche, y muchos muertos y heridos en las calles. Para dar una idea de la violencia y de la audacia de la revolución en Madrid, basta decir que los rojos intentaron el asalto del Ministerio de la Gobernación a las seis de la tarde del día 7 de octubre.

Luego vino aquello de que a las chicas de las escuelas, algunas maestras las enseñasen a saltar a la comba diciendo: "Fascio no, comunismo sí". Entonces los chicos aprendieron a decir que querían maestros laicos, y cuando alguien llegaba a interrogarles para saber qué motivos tenían, ellos aseguraban que los clericales pegaban fuego a las iglesias y luego decían que eran sus padres. Otro de los gritos que se oyó entre las mujeres era este slogan un poco raro:
"Hijos sí, maridos no".

No se comprende qué ventaja podría tener eso para las mujeres. La ventaja sería para los hombres, sobre todo para los despreocupados. Nada de responsabilidades. ¡Magnífico! [...]

En el mes de septiembre de 1935 se produjo la epidemia de atentados y atracos a mano armada. Los encuentros entre socialistas y fascistas habían empezado hacía bastante tiempo. En esa época cada barrio madrileño tenía su ronda socialista. Vestían sus componentes pantalón blanco y jersey azul, y cada uno contaba con su bandera. Había sociedades excursionistas, y las agrupaciones de este carácter más conocidas se llamaban Los Micos, Los Que Vengan, Salud y Cultura, La Troika, Domingo, etc., etc. Solía componerse cada cuadrilla de cuarenta o cincuenta jóvenes, y de algunas muchachas.

El 9 de febrero de 1935 mataron a un estudiante de Medicina, porque vendía un periódico fascista. Lo mataron en la calle de Mendizábal de varios tiros por la espalda. Siendo falangista, no era difícil imaginar de qué pistolas habían salido las balas que le arrebataron la vida. Lo enterraron al día siguiente. Los funerales fueron pomposos, muy concurridos y el féretro pasó por entre grupos de falangistas que saludaban el cadáver con el brazo derecho extendido, a la manera italiana.

Durante la República se exacerbó el entusiasmo por las comparsas. Antes no había habido comparsas más que en Carnaval, como afirmaba Larra. Aparecieron comparsas socialistas que iban en Madrid en formación a El Pardo y a la Casa de Campo, y volvían cantando. Los maestros de escuela llevaban también a los chicos los días de fiesta formados, lo mismo que los curas profesores a los seminaristas, probablemente para que tuvieran una idea desesperada y aburrida de la infancia.

En junio del 34 ocurrió un atentado en un soto de la izquierda del camino de El Pardo, entre este camino y el río Manzanares, detrás de La Playa, donde tenían por costumbre reunirse socialistas y comunistas. Estas comparsas cantaban el Chíviri, canción vejatoria y desafiadora, el Ça ira de los revolucionarios españoles. Acudían las rondas a la Casa de Campo, muy de mañana, imitando a las formaciones militares llevando a la espalda un morral. Algunos acompañaban el cortejo en bicicleta y las chicas iban con pañuelos en la cabeza, muy llamativas.

Los grupos tenían jefes con distintivos y cierta autoridad en el mando. Otros, sin duda de menos categoría no llevaban señal. Algunos debían ser maestros de escuela. Entre estos jefes se distinguían dos hermanos y una hermana, llamada Juanita Rico.
Al cruzar por las calles donde había gran circulación de vehículos, sacaban un silbato y paraban coches y tranvías, dando lugar a que la gente hiciera comentarios, poco favorables a tales órdenes un poco vejatorias.

Sabiendo la costumbre que socialistas y comunistas tenían de reunirse en las proximidades de La Playa, los fascistas decidieron acabar con los del Chíbiri y fueron a El Pardo el día en que allí habían coincidido tres hermanos directores, con la intención de atacar y disolver la comparsa, interrumpiendo su algazara.

Comenzada la lucha, los rojos mataron a uno de los fascistas y se dijo después que le dieron varias puñaladas. Una mujer escupió al cadáver. El fascista muerto en la playa era hijo de un policía. El padre fue en busca de su hijo, y mandó que descubrieran el ataúd en que lo llevaban, para ver el cadáver.

Cuando la comparsa socialista volvía a Madrid se dirigió desde el parque del Oeste por los bulevares hasta la glorieta de San Bernardo, siguiendo desde allá a la de Quevedo, y al torcer a la derecha, para entrar por la calle de Eloy Gonzalo, en una esquina había detenido un automóvil gris, ocupado por fascistas, y desde el interior del mismo se hicieron varios disparos y cayó muerta Juanita Rico y sus dos hermanos quedaron heridos.

Se produjo gran confusión por haberse creído al principio que el auto desde donde partieron los disparos era de la policía. Se dijo que los autores de esa descarga fueron gentes importantes . Pero luego se aseguró que quien actuó fue el padre del muerto en El Pardo, que marchó a un garaje próximo, cogió un auto y desde él disparó a la Juanita e hirió a sus hermanos.

Toda la lucha de socialistas y fascistas se iba convirtiendo en un duelo de chulería o de apachismo. En España el obrero tiende con facilidad al chulo y el señorito también.

Hubo ese día y al siguiente, tiroteo en las calles céntricas, no se sabe de quién.

A eso le llamaban paqueo. Por todas partes se oía la orden de "¡Manos Arriba!".

Se verificó también un atentado contra un médico, que quedó herido gravemente. Después otro contra un pintor o escultor que era de la UGT y en su entierro sus compañeros desfilaron en columna de a tres en fondo, y al parecer hubo un aeroplano que voló por encima de la comitiva fúnebre. Todo esto ocurrió en menos de una semana.
Mataron también al secretario de las Juventudes Comunistas, en los Cuatro Caminos, disparándole un tiro a quemarropa. Cayó muerto, mientras el agresor huía. [...]


La agitación política

I
OBSERVATORIO POBRE

He leído una historia de España del primer tercio del siglo XIX, bastante mediocre, en donde ya comienzan las guerras civiles en el final del reinado de Fernando VII. Aquellos revolucionarios liberales tenían mucho más aire y más prestancia que estos. Hay entre ellos figuras notables: Mina, Torrijos, El Empecinado, Riego. Estos actuales no son nada.

Los reaccionarios de hoy se parecen a los de entonces, han cambiado poco, pero tienen menos carácter. La diferencia de esta guerra con otras civiles también españolas, se encuentra en que en la actual, la cantidad de muertos ha subido de una manera extraordinaria, en lo demás esta no tiene ni originalidad ni grandes figuras.

Con esta penuria de hombres que comprende a las inteligencias superiores de la época, mucha gente inquieta se lanza a puras extravagancias y veleidades, al espiritismo, a la teosofía y a cosas del mismo carácter.

Ello es muy explicable. En todos los períodos de trastorno ocurre lo mismo. Hay gentes que creen que van a inventar algo, que van a idear cosas nuevas en el terreno tan explorado y tan reconocido como la religión, la política y las formas de gobierno. Es absurdo.
Las ideas no mueren, todo cambia, todo evoluciona. Estos creen que ya han llegado a lo definitivo, con unos cuantos conceptos viejos y ridículos. Y todavía si no tuvieran más que creer en ello, bien, pero matan lo mismo los unos que los otros.

Ha sido un descubrimiento de comunistas y de fascistas el de que hay que tratar a la gente como a una manada, a los hombres como a reclutas, gañanes, mozos de café y taberna o mancebos de peluquería, a las mujeres como a cupletistas, vendedoras de periódicos o cerilleras. Es probable que así se acierte en muchos casos, pero es un acierto perjudicial que borra el modelo que se quiere alcanzar y que por lo tanto no sirve.

A esta obra de populachería baja, se unen muchos periodistas que no piensan más que en el éxito. Entre los escritores y periodistas que defienden el régimen totalitario algunos lo hacen por miedo, otros por humildad y también por creer que colaboran con los directores. En general el escritor original siempre tiende al liberalismo, cuando no tiene personalidad es cuando adula a la masa o al que manda.

De la vida de Madrid durante la guerra y la revolución no se ha contado nada que valga la pena; la gente, naturalmente, tiene miedo y no se ha escrito un diario merecedor de ser leído, así que los que han pasado esos años de la revolución en el centro de España, no se han atrevido a escribir ni una línea porque se sentían vigilados.

Yo no pienso más que en contar lo que he presenciado y las conversaciones que he oído de viva voz. No quiero perderme en largos comentarios. ¿Para qué? No es fácil hacer un comentario que valga la pena. Las cuestiones políticas son muy conocidas y muy trilladas. Todos los argumentos en favor o en contra de la dictadura, de la democracia, del liberalismo o del comunismo, están hace tiempo agotados. ¿Para qué volver sobre ello? Tampoco vale la pena hacer frases declamatorias sobre la barbarie de las guerras civiles. Ya se sabe que, en general, las guerras civiles son más crueles que las guerras internacionales. En estas se guardan mejor las normas del derecho de gentes y se respeta algo más la vida de los hombres.

Como yo no he hecho un diario muy documentado y tengo ya poca memoria, puede que haya en mis notas fechas equivocadas porque no tengo la precisión del recuerdo de épocas anteriores, de cuando era joven.

Hay muchos síntomas para pensar que España no ha sabido encontrar una fórmula buena para su vida. La República federal de 1873 fue un tremendo fracaso. La Monarquía de Alfonso XIII fue mediocre y se estaba descomponiendo de tal forma que tuvo, al fin, que recurrir a la dictadura, que tampoco le sirvió más que para deshacerse por completo. La República unitaria y semi socialista actual, ha sido otro fracaso. Nada ha podido sostenerse. ¿Es que se trata de un país ingobernable o de un país mal gobernado? Por lo menos por ahora se ve que con un régimen de libertad y de claridad no puede vivir. En su impotencia, el español se entrega a la desesperación y a la furia.

No tiene conductores que valgan. Sus políticos, la mayoría, si algo son, son oradores, charlatanes que no quieren más que hablar y lucirse en una tribuna. Los asuntos que requieren estudio no les interesan. El pueblo es vivo y soberbio, y quiere encontrar un remedio a sus males en un momento de inspiración.

Es todo ello una pobre entelequia. Así se dicen y se hacen en este país los mayores contrasentidos. El Presidente del Gobierno ha afirmado en un discurso que España ha dejado de ser católica. ¡Qué baladronadas tan sin sentido! ¡Qué pobres y estériles fantasías! Aquí sigue siendo católico todo el mundo, desde el arzobispo de Toledo hasta el último radical.

El reaccionario se hace con facilidad comunista, con la misma fe ciega y con el mismo fanatismo. No se sabe cómo se podrá acabar con esta tendencia extremista.

No hay políticos republicanos que valgan. Se habla de un jefe de fama. Se ve que es hombre tímido. Para una política revolucionaria hay que tener un temperamento fuerte y duro, y un carácter audaz. él no tiene nada de eso. Sus aficiones literarias y sus discursos son de erudito. La literatura suya en contraposición con su política. [...]

A principios de 1936 se han convocado elecciones y ha aparecido un cartel monumental que en la Puerta del Sol ocupaba toda la anchura entre las calles Mayor y la del Arenal, y mostraba a los transeúntes la efigie de un diputado conservador. El cartel fue apedreado por un grupo de exaltados revolucionarios.

Poco tiempo después, estando el político de presidente del Consejo de Ministros con el gobierno del Frente Popular, se dice que unos cuantos mozalbetes y unas mujeres han asaltado la iglesia de San Luis de la calle de la Montera, no se sabe con qué fines. Me acerco a la iglesia y veo grupos que entran y salen de ella dando gritos.

Después de que la gente se fue a cenar, nos llegaron noticias de que estaba ardiendo la iglesia. Un muchacho, botones de la pensión, indicó que le habían dicho:
-Corre a San Luis, donde está tu hermana. Hay mucha gente alborotada. Dicen que van a quemar la iglesia. El chico fue, según contó al día siguiente, y al entrar vio al cura que estaba diciendo a las mujeres que se fueran. No venían los bomberos o no les dejaban entrar con las bombas de riego para extinguir el incendio. Esto pasaba el 10 de marzo del 36. Verdaderamente es una cosa absurda que, a doscientos cincuenta metros del Ministerio de la Gobernación, no pudiera la autoridad evitar un incendio enviando diez o doce parejas de guardias de orden público.

Los incendiarios, mujeres y chicos, entraron en la iglesia llevando en la mano botellas, sin duda con gasolina; echaron el líquido sobre una silla de paja. Luego otros tiraron papeles encendidos desde lejos. Comenzó el incendio y ardieron inmediatamente muebles, tapices y telas de altares con llamas de tres y cuatro metros de altas.

"¡Todo el mundo fuera!",gritaban los mozos, que no dejaban entrar a los bomberos. Otros, afuera, pinchaban las mangas de riego, para que el agua se perdiese. El incendio se comunicó a toda la iglesia y siguió hasta las doce de la noche, llegó a las torres que se cuartearon. Se quemaron todos los altares y apareció en el muro de la iglesia que daba a la calle de la Abada, un espacio ancho donde había cientos de esqueletos.

En mayo de 1936 comienza a circular la fábula de los caramelos envenenados.

En esta época, la quema de iglesias, asaltos de domicilios particulares, ocupación de tierras por los campesinos, asesinatos y robos, alcanza su máxima gravedad, la gente huye del campo y no se atreve a circular por las carreteras en automóvil por miedo a los atracos.

El sentimiento más auténtico en la ciudad ha sido el miedo, el pánico, como sería en cualquier otra ciudad del mundo. Sobre el miedo se plantaban los chulos de uno y otro partido a mandar y dirigir. [...]


Epílogo
Escrito por Will

Estamos en marzo. Con muchos más medios que los sitiados en Madrid, los nacionales han ocupado la Moncloa y la Ciudad Universitaria.

Se han perdido también por los rojos los dos Carabancheles, Villaverde, Cuatro Vientos, el cuartel de Artillería y el Cerro de los ángeles.

Madrid ha entrado en la zona de guerra. Ya no nos lo cuentan, lo decimos, lo sentimos, lo padecemos.

En casa marchamos bien. Con mi chico menor -Will como yo- que tiene dieciséis, he tomado una determinación seria. Andaba con una pandilla de jóvenes maleantes e iba a los alrededores a ver a los muertos fusilados por la madrugada, como si eso fuera una broma y registraban los bolsillos de las víctimas. Ha pasado por aquí un periodista joven norteamericano que vuelve a América y le he endosado al chico. Yo siento separarme de él, pero creo que le conviene. En Madrid se vive la guerra y se sufre. Desde hace tres años que los nacionales llegaron a la Casa de Campo, están cañoneando Madrid constantemente.

Un día, a las 7 de la tarde, al salir el público de los cines de la Gran Vía, empezaron los nacionales a disparar sus granadas al centro y de los espectadores murieron bastantes en las aceras. [...]

El 27, a la diez de la mañana, volaron sobre la ciudad cuatro escuadrillas de aeroplanos de tres aparatos cada una a la altura de mil a mil quinientos metros. Las baterías de los rojos anti aéreas lanzaron sobre ellos proyectiles. A la una y media de la tarde volvieron a volar los aeroplanos nacionales, pero sin cruzar sobre la capital. La gente parecía tranquila y andaba por las calles al parecer sin miedo. Hacía un tiempo espléndido de final de marzo.

El frente rojo de Madrid se ve que se desmorona. Por las calles se ven soldados con maletas y mantas. Suelen decir convencidos:
-Esto ya se ha acabado. Que entren cuando quieran. Nosotros ya estamos hartos de sufrir miserias mientras los jefes se dan la gran vida.

Yo, por si acaso, me he retirado a la casa de la Embajada, y aquí estoy.

Ya la guerra se encuentra dando las últimas boqueadas. Hay un Consejo Nacional de Defensa en Madrid que ha dirigido un manifiesto a los trabajadores y al pueblo antifascista.