Image: Géneros y fingimientos del Borges narrador

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Letras

Géneros y fingimientos del Borges narrador

25 julio, 1999 02:00

Bioy Casares y Borges, por Grau Santos

Historia universal de la infamia constituye el primero de sus libros de relatos, aunque éstos se presenten como reelaboraciones. La obra del maestro argentino puede entenderse también como provocativa réplica al fenómeno del "plagio".

El mundo literario configurado por Jorge Luis Borges constituye el intento de lograr una síntesis entre ruptura y tradición: las vanguardias de su juventud y la idea de Ezra Pound y T. S. Eliot de inscribirse en una zona elegida de literaturas de otros ámbitos u otros tiempos. En buena medida el esfuerzo del escritor argentino consistió en: intentar demostrar que no era escritor, sino lector; jugar, durante su juventud, al ultraísmo (con pretensiones internacionalistas); servirse más tarde de un nacionalismo argentino desaforado (el criollismo); ser y manifestarse radicalmente como poeta; pasar después al ensayo para forjar el humus donde enraizarse. En este sentido, Borges pasó desde la crítica literaria militante al ensayo, a las obras en colaboración de varios órdenes, a la invención de una lúcida estética; elaborar una nueva forma en los relatos; quebrar los límites de los géneros; dotar de oralidad al conjunto de su creación; crear un Borges-personaje mediante múltiples y contradictorias declaraciones; mantener el tono irónico y el sentido del humor a lo largo de toda su producción; ser, paradójicamente, un autor esencialmente trágico; resultar un maestro de fingimientos que sus lectores tomamos como auténticos.

Pese a que en su madurez otorgó un papel secundario a la literatura española; en las primeras etapas juveniles, su obra se enlaza con determinados escritores españoles. Admirador de Quevedo y de Torres Villarroel, arremeterá contra Góngora, cuando los poetas de la llamada Generación del 27 exalten la obra oscura del poeta cordobés. En numerosas ocasiones se declarará poeta y, como tal, reclamará la inmortalidad de unos pocos versos en la memoria de los lectores futuros. Sin embargo, en su Antología personal, que publicó la editorial Sur, derivada de la misma revista, en 1961, escribirá en su prólogo: "Mis preferencias han dictado este libro. Quiero ser juzgado por él, justificado o reprobado por él, no por determinados ejercicios de excesivo y apócrifo color local que andan por las antologías y que no puedo recordar sin rubor. Al orden cronológico he preferido el de simpatías y diferencias. He comprobado así, una vez más, mi pobreza fundamental; Las ruinas circulares, que datan de 1939, prefiguran El Golem o Ajedrez, que son casi de hoy. Esta pobreza no me abate, ya que me da una ilusión de continuidad". Borges, pues, inicia esta "selección", en la que el predominio de los relatos sobre la poesía es muy ligero, con La muerte y la brújula. De hecho, si alguien se atreviera a leer la obra completa (aún sin establecer) desde sus mismos inicios, descubriría el círculo perfecto que se establece respecto a los géneros.

Los primeros textos de Borges son poemas, como los últimos. Pero se ha repetido hasta la saciedad que la forma más próxima al poema es el relato breve. Pese a sus ataques al género novelesco, las leerá con abundancia y prologará La invención de Morel, de su amigo A. Bioy Casares con un casi manifiesto. Sus relatos pueden inscribirse en una tradición a la que no ha de resultar ajeno al ensayo. Borges leyó filosofía para convertirla en misterio, en fundamentales interrogantes que surgen a cada paso en su obra. De sus primeras lecturas tenemos noticia: Shopenhauer y Nietzsche, como tantos escritores españoles de su edad juvenil. Y el modelo, hacia cuya obra mostrará siempre gran respeto, es la de Miguel de Unamuno. No en vano coincidirá con él en hacer de la filosofía una meditación literaria sobre la vida y en crearse una figura que descubriremos junto a la obra. Más tarde el abanico de lecturas e influencias filosóficas se ampliará. El Borges real se pregunta por el Borges que escribe en un desdoblamiento parecido al que ejerció el rector de Salamanca. Si tomamos, por ejemplo, La trama podemos preguntarnos si debemos considerarlo como un relato, un ensayo o un texto filosófico. Tal vez, un poema en prosa. Borges se sirve de las palabras de César al ser apuñalado por Bruto y los suyos. Las recogen Shakespeare y Quevedo.

En pocas líneas nos traslada una acción paralela al mundo de los gauchos para concluir que "al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías", una consideración de orden filosófico y moral. Pero, una vez más, el autor le añade algo de su cosecha. En una situación semejante, en plena Pampa, la víctima, al reconocer al ahijado exclama "Pero, che" y acota: "estas palabras hay que oírlas, no leerlas". La naturaleza oral, que caracteriza parte de la nueva literatura hispanoamericana, debe algo a Borges, quien no hizo sino recoger y elevar a categoría una forma de narración.

De hecho, pese a algún precedente aislado, Historia universal de la infamia constituye el primero de sus libros de relatos, aunque éstos se presenten como reelaboraciones. La obra del maestro argentino puede entenderse también como provocativa réplica al fenómeno del "plagio". Publicada en 1935, cuando contaba treinta y seis años, con él abría el camino de sus posteriores Ficciones. Sin lugar a dudas Borges entendió, a mi juicio erróneamente, que éste era un simple "ejercicio de prosa narrativa". Pero podemos advertir cuán lejos quedan estas pequeñas obras maestras de reducirse a meros "ejercicios". El atroz redentor Lazarus Morell, por ejemplo, puede parangonarse con sus mejores relatos. Sus incursiones en el pasado oriental o en el mundo del legendario Oeste americano transforman en excelente literatura (algo más, en efecto, que la "alusión o mención" según advierte en el prólogo de la antología ya aludida).

Su imaginación se inspiraba, en una prodigiosa combinación, en el mundo de la novela popular (el género policíaco, la ciencia ficción, el terror) y las literaturas antiguas escandinavas, además de la literatura clásica y moderna en inglés que valoró por encima de cualquier otra. Sin embargo, en poesía y prosa, jamás abandonó un tono que resulta característico. En Borges y yo escribe: "Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y el infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro./No sé cuál de los dos escribe esta página". Hay una inquietud unamuniana, existencial, en todo ello; pero también mucho más. Este mucho más añadido (que requeriría un amplio tratado para su exposición) es lo que ha permitido entender a Borges como el escritor hispánico del siglo. Su capacidad renovadora alcanza las más jóvenes generaciones.