El museo The Cloisters de Nueva York, perteneciente al Metropolitan, cuenta con la reconstrucción de una capilla gótica en la que se exhiben importantes piezas de arte de este estilo medieval europeo. Entre ellas destacan cuatro extraordinarios sepulcros fabricados en el siglo XIV con piedra caliza y que acogieron los restos mortales de varios de los condes catalanes de Urgell enterrados en el monasterio de Santa María de Bellpuig de Les Avellanes, en la localidad de Os de Balaguer.

La primera sensación del visitante seguramente consista en admirar la gran riqueza artística del conjunto, un panteón dinástico comparable, según algunos historiadores, con los sepulcros reales del monasterio de Santes Creus o incluso de Poblet. Lo siguiente será preguntarse qué hace en esa sala, al otro lado del Atlántico, un estupendo ejemplo del esplendor del mejor arte gótico catalán.

La respuesta se encuentra en lo que el periodista e investigador José María Sadia denomina El autoexpolio del patrimonio español (así titula su nuevo libro, editado por Almuzara) en el siglo XIX y las primeras décadas del XX. "Fue nuestro país en su conjunto —autoridades, instituciones, historiadores, anticuarios y un largo etcétera— quien propició y ejecutó ese expolio, cuando no lo abanderó y aireó directa y públicamente", escribe. 

El sepulcro de Armengol X. The Cloisters

En la obra recopila los más vergonzosos episodios de venta de obras de arte y de patrimonio histórico de España, como el patio renacentista del castillo de Vélez-Blanco, hoy también expuesto en el MET con sus gárgolas y arcos escarzanos después de que su dueño lo vendiese para saldar las deudas de su ludopatía; o la portada románica de San Miguel de Uncastillo, utilizada durante años como entrada de un garaje y como muchas otras joyas se encuentra ahora en Estados Unidos, concretamente en el Museo de Bellas Artes de Boston.

Es una historia plagada de anticuarios, empresarios y coleccionistas sin escrúpulos, solo la codicia de los negocios y el dinero. Y de museos dispuestos a hacer la vista gorda con la controvertida procedencia de las obras —y de conjuntos arquitectónicos completos—. Unas actitudes que por supuesto están presentes en el caso de las tumbas de los condes de Urgell, pero cuyo expolio sin embargo encontró una fuerte oposición entre la sociedad del momento y hoy trata de enmendarse con fórmulas ingeniosas, pero parece que no con su devolución.

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15.000 pesetas

Santa María de Bellpuig de Les Avellanes fue la primera abadía en Cataluña de canónigos premonstratenses. Fundado en el siglo XII, el edificio fue sometido a una reforma a principios del XIV, bajo el gobierno de Armengol X. El conde, además, ejecutó un ambicioso proyecto: construir un panteón dinástico para los miembros de su familia, siendo el primer noble catalán en hacerlo.

Los cuatro sepulcros expuestos en la actualidad en The Cloisters datan de ese momento. Pertenecen al propio Armengol X, muerto en 1314; a su hermano, el vizconde Álvar; y, el doble, a sus padres, el conde Álvar I y su segunda esposa, Cecilia de Foix —otras interpretaciones indican que este doble enterramiento, el más suntuoso del conjunto funerario, es en realidad el de Armengol VII y su mujer, la condesa Dolça de Foix—.

Portada del libro. Almuzara

A partir de la muerte de Armengol X, el monasterio inició su decadencia: ya en 1350, su viuda hizo una donación para enmendar el estado lamentable del sitio, que fue bastante golpeado por la peste negra. Tras numerosos abades e intentos de supervivencia de la comunidad, el conjunto se encontraba en ruinas a principios del siglo XVIII. Su devastación total se registró entre 1810 y 1813, durante la invasión francesa. En 1835 pasó a manos estatales por la desamortización de Mendizábal y unas décadas después fue adquirido por el banquero Agustí Santesmases.

Durante la guerra y los siguientes años, el monasterio sufrió un expolio continuado de sus colecciones artísticas y su biblioteca. Pero los sepulcros de los condes sobrevivieron con alguna herida. El banquero de Lleida decidió hacer negocio con ellos y se los vendió a un tal Luis Ruiz, un buscatesoros con buenos contactos en las casas de subastas de Nueva York. El pack le costó 15.000 pesetas en 1906.

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Cuenta José María Sadia que en el monasterio de Bellpuig se presentó un "ejército" de peones para extraer los sarcófagos de roca caliza. Como los restos humanos que conservaban en su interior no les interesaban, se deshicieron de ellos sin ningún tipo de cuidado. Esta actitud humillante encolerizó al Ayuntamiento del municipio y al Obispado de Urgell, que volvieron a enterrar los huesos de los condes en Vilanova de la Sal.

"El vendaval rebasó el terreno religioso y alcanzó la esfera política. El republicano catalán Francesc Macià llevó la ignominia de los condes a las Cortes españolas, donde pidió la devolución de los sarcófagos", explica el autor. El banquero y el coleccionista trataron de dar marcha atrás, pero ya era demasiado tarde. "El senador inició un pleito jurídico para intentar recuperar los bienes a través de los juzgados, pero la denuncia puso en cuestión a todo un país. España carecía de una ley de patrimonio clara, contundente, eficaz. Así que el caso se limitó a una venta legítima de un propietario a un comprador, factura de por medio, sin mácula legal".

Reconstrucción digital

Según la ficha del MET, los sarcófagos salieron de Bellpuig con la participación de George J. Demotte, un coleccionista de arte que tenía tiendas en París y Nueva York especializadas en arte medieval francés. Las piezas fueron vendidas —no se sabe por cuánto— en 1928 al banquero alemán George Blumenthal, que se las entregó a John Rockefeller Jr., quien las depositó en el museo.

En 1967, el alcalde de Os de Balaguer avivó la historia y reclamó de nuevo el regreso de los sepulcros. Con la colaboración de la comunidad religiosa del monasterio —sus propietarios desde 1910 eran los hermanos maristas—, se celebró una ceremonia de reinhumación de los cuerpos a la que acudieron autoridades franquistas —el director de Bellas Artes había dado luz verde con su firma al traslado de los huesos— y las cámaras del NO-DO. Pero el museo The Cloisters nunca llegó a escuchar estas reivindicaciones.

El tercer intento para el regreso de las bellas piezas se inició en 2010. La consellería de Cultura de la Generalitat envió una carta al centro estadounidense para tratar de comprar los sepulcros. Pero todas sus ofertas fueron rechazadas. La solución acordada entre ambas partes ha sido realizar una copia de las piezas mediante las últimas herramientas digitales y enviarlas a Cataluña. ¿Es suficiente esta tercera vía? El eterno debate del viacrucis del patrimonio.