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"Nuestro programa, ¿entiendes?, es exterminar a un tercio de la población masculina de España. Eso limpiará el país y nos librará del proletariado. Es una medida económicamente acertada, ¿entiendes? Nunca más habrá desempleo en España".

El norteamericano John T. Whitaker anotó mentalmente las palabras de su interlocutor. Ambos habían sido testigos de la matanza de Badajoz, perpetrada en agosto de 1936 por las tropas sublevadas del entonces teniente coronel Yagüe. Él, como periodista; el otro, como oficial de prensa del bando que apenas un mes antes se había levantado en armas contra la II República.

Peter Kemp, reportero británico empotrado en la Legión, hasta el punto de acabar enrolado en ella, escuchó de boca del oficial su aversión a los limpiabotas: "Un tipo que se arrodilla en un café o en la calle para limpiarte los zapatos es, sin duda, un comunista. Así que, ¿por qué no fusilarlo de inmediato y acabar con el problema? No hace falta juicio, su culpa es evidente en su propia profesión".

Aunque quizá su ocurrencia más estremecedora sea otra propuesta de 'controlar' la población. El enviado de Associated Press Charles Foltz le oyó decir: "Las alcantarillas causaron todos nuestros problemas (...) Si no hubiera alcantarillas en Madrid, Barcelona y Bilbao, todos esos líderes rojos habrían muerto en su infancia en lugar de agitar a la chusma y causar el derramamiento de buena sangre española (…) Las alcantarillas son un lujo que debe reservarse para quienes lo merecen, los líderes de España, no para la descendencia de esclavos".

El nombre de este personaje que durante la Guerra Civil vigilaba el relato de la prensa extranjera en zona rebelde —palabra cuyo uso no permitía a los periodistas que pastoreaba— era Gonzalo de Aguilera Munro, conde de Alba de Yeltes. Un aristócrata y militar muy dado al "exabrupto genocida", como señala Álvaro Corazón Rural, periodista y autor del ensayo Capitán Veneno. Aguilera Munro: oficial de prensa de Franco (Libros del K. O.).

Portada de 'Capitán Veneno. Aguilera Munro: oficial de prensa de Franco' (Libros del K.O., 2025)

Capitán Veneno, novela escrita por Pedro Antonio de Alarcón en 1882, estaba protagonizada por "un militar brutalmente misógino, eternamente malhumorado e intratable". Gonzalo de Aguilera Munro aún no había nacido entonces —lo haría en 1886—, pero en su trabajo para la Oficina de Prensa y Propaganda se ganaría a pulso la comparación con el personaje de ficción y el mote.

Por ejemplo, cuando observó que la periodista estadounidense Virginia Cowles a la que trasladaba en su vehículo —siempre conduciendo de forma temeraria—, desaprobaba con sus gestos las barbaridades que él profería, le espetó: "Solo hay algo que odie más que a un rojo, una mojigata".

En otra ocasión los pasajeros de su automóvil fueron tres corresponsales, todos varones, a los que condujo de Burgos a Salamanca para que entrevistaran —en su presencia, por supuesto— a Miguel de Unamuno. Entre ellos, el norteamericano Hubert Knickerbocker, del International News Service.

En su entrevista, que fue supervisada por Aguilera Munro, y publicada también en español por los diarios salmantinos El Adelanto y La Gaceta Regional, "cada frase era oro para la causa de Franco", subraya Álvaro Corazón Rural en Capitán Veneno.

Algunas de las citas que la prensa le sacó al filósofo y escritor con 'ayuda' del capitán: "Lo que representa Madrid no es democracia, no es socialismo, ni siquiera comunismo. Es la anarquía". O el titular del medio para el que trabajaba Knickerbocker: "Azaña debiera suicidarse como acto patriótico".

Censura a tiros

En su cometido de "controlar la narrativa de la guerra a cualquier precio", el capitán no dudó en "amenazar de muerte a los periodistas extranjeros" cuando se salían del guion preestablecido.

Así, cuando comprobó que el citado John T. Whitaker "no era indiferente ante los crímenes que estaba presenciando", le advirtió: "La próxima vez que estés sin escolta en el frente y bajo fuego, te dispararemos. Diremos que fuiste una baja por acción enemiga".

Aunque también cabe destacar que los reporteros enviados a España por prensa foránea trabajaban para medios en muchos casos muy afines a los franquistas. Así lo prueban unas declaraciones de la periodista Frances Davis, "favorable a la causa de la República", pero "según confesó, lo que no le cambiaba Aguilera de los textos, luego lo hacía el redactor jefe del Daily Mail".

Aguilera Munro, de madre inglesa, había pasado su infancia en internados extranjeros, lo que le facilitó un dominio de idiomas que le hacía idóneo para su cargo de oficial de prensa.

Escoltando/vigilando a los enviados especiales estuvo en los lugares más emblemáticos de la contienda. En Badajoz, en el Alcázar de Toledo... Incluso llegó a Bilbao con sus periodistas antes de que lo hicieran las propias tropas rebeldes. Poco antes, tras el bombardeo sublevado sobre Guernica, empleó todas sus dotes para intoxicar y difundir en el extranjero que la villa vasca había sido "incendiada por los rojos".

También fue de los primeros en entrar en Barcelona, ya en enero de 1939, cuando la República tenía la guerra perdida. "Se las arregló para llegar hasta el despacho de Lluís Companys, en el Palacio de la Generalitat y, como trofeo de guerra, se llevó la radio del 'president', un moderno aparato que por lo visto le resultó irresistible".

Aguilera Munro con el periodista de la CBS H.V. Kaltern Born. Foto: USAL

No en vano, la radio era una de sus pasiones, tanto que incluso llegó a fabricar receptores. Corazón Rural cita a su biógrafo, Luis Arias González, según el cual fue "la primera persona en dirigirse en castellano por radio a toda España en un mensaje emitido por la BBC" en 1924.

Finalizada la guerra, Aguilera Munro renegaría de Franco por no haber restaurado la monarquía. Se instaló en su caserón de Carrascal de Sanchiricones, en Salamanca, donde se fue encerrando en sí mismo.

No llevaba los asuntos de la finca, que delegó en su esposa e hijos, y en una ocasión rechazó una oferta para un cargo en la Tabacalera respondiéndole al enviado: "Le digo a usted y al hijoputa de Franco que salgan ahora mismo de mis tierras".

Con un carácter cada vez más irascible, en 1964 Aguilera Munro asesinó a tiros a sus dos hijos. El filicidio —que fue portada de El Caso, pero silenciado en la mayoría de medios del franquismo— no lo llevó a la cárcel, sino a un sanatorio mental donde falleció al año siguiente.

Portada de 'El Caso' en la que se daba noticia del filicidio cometido por Aguilera Munro

Para hallar respuestas a este crimen, Corazón Rural entrevista al psiquiatra Arturo Ezquerro, profesor del Institute of Group Analysis de Londres, y autor de un artículo científico sobre el caso. "El aislamiento conduce al deterioro de la salud mental", indica, y Aguilera Munro pudo interpretar que sus hijos le arrebataban su figura de apego, su esposa. Y en palabras del psiquiatra: "Para muchos asesinos, es mejor malo que no ser nada; así pueden convertirse en alguien a ojos del mundo".