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De Salamina a Stalingrado, un recorrido de 25 siglos por 21 batallas decisivas en la historia del continente europeo. Esta es la propuesta que hace el historiador Juan Carlos Losada en su nuevo libro, Las batallas que forjaron Europa (Pasado y Presente, 2025).

Con un enfoque crítico, "cuestionando las interpretaciones tradicionales" y las visiones preconcebidas y con un esquema de trabajo que incluye el análisis de los antecedentes de cada enfrentamiento, el desarrollo del mismo, las causas de su resultado y las consecuencias políticas, militares, territoriales, económicas, culturales y religiosas, con especial atención a los "mitos" que algunos de estos acontecimientos han generado y al papel desempeñado por los elementos azarosos.

También, en un ejercicio de historia contrafactual, se pregunta en cada caso qué habría pasado si el desenlace hubiera sido otro. Y aporta respuestas.

Empezamos en Salamina (480 a. C.), donde el triunfo griego sobre los persas (con influencia del azar en forma de tormentas que se cebaron con la flota de Jerjes) ha sido interpretado por muchos autores con cierta desmesura maniqueísta: la victoria del Occidente civilizado y democrático frente al Oriente bárbaro y oscurantista.

Por otra parte, las únicas fuentes existentes son griegas (Heródoto y Esquilo). Para Losada, "Grecia y su cultura no dependieron de Salamina", que no obstante se incorporó "como elemento trascendental en el imaginario colectivo de la construcción de una determinada Europa".

Portada de 'Las batallas que forjaron Europa', de Juan Carlos Losada (Pasado y Presente, 2025).

Metauro (207 a. C.) representa "el fin del sueño de Cartago" en su enfrentamiento con Roma. Las fuentes son Tito Livio, Apiano y Polibio. En el intento de reunirse con su hermano Aníbal con fuerzas de apoyo, la derrota de Asdrúbal, cuyo ejército era excesivamente diverso y estaba lleno de mercenarios, permitió a los romanos recuperar la confianza militar en su objetivo de expulsar a los cartagineses de la península itálica.

De nuevo los historiadores occidentales consideran (de manera muy cuestionable según Losada) el resultado de esta batalla providencial para "la salvación de la verdadera Europa". Grecia frenó a los asiáticos en Salamina y Roma, continuadora del mundo helenístico, cumplió su misión preservadora del legado clásico venciendo a Cartago. Pero, para el autor, en caso de victoria cartaginesa "es bastante probable que los europeos no fuéramos muy distintos a como somos hoy".

La batalla de las Navas de Tolosa fue la más grande de la Reconquista y supuso "el principio del fin" de la presencia musulmana en la península ibérica.

En Teutoburgo (9 d. C.), al norte de Germania, "los arios entran en la Historia" con una victoria frente a los romanos que pone fin a su expansionismo por el norte de Europa, para desesperación (lo cuenta Suetonio) del emperador Augusto. En "la construcción del mito de la nación alemana y en su nacionalismo", la importancia de Teutoburgo y del jefe militar Arminio ("el primer arquitecto de nuestra historia", según Hitler) resulta evidente.

Adrianópolis (378) representa "la expresión final de la primera gran invasión de un pueblo bárbaro que culminó con éxito". Para algunos historiadores supone el inicio de la Edad Media. En los siglos IV y V el Imperio romano de Occidente asiste a su dolorosa y progresiva descomposición, con los pueblos germanos instalándose en su interior y fusionándose con su cultura.

En el año 451, los hunos de Atila, de procedencia remota y misteriosa, entran en la Galia sin apenas resistencia y una alianza entre alanos, visigodos, romanos y otros les derrota en los Campos Cataláunicos. Una victoria que no frenó la caída del imperio pero sí preservó la cultura europea, la civilización y el cristianismo frente a la amenaza asiática y salvaje. "La joven Europa frena al anticristo", habría titulado hoy algún periódico. Para Losada, "una exageración".

Del este llegaron en el siglo IX los magiares, con la guerra como costumbre, para hostigar el occidente europeo, y fue Otón I el que organizó una fuerza para marchar contra ellos. La contundente derrota húngara en Augsburgo (955) "acabó con sus correrías en Europa" y el Sacro Imperio Romano Germánico "se pudo consolidar como entidad política".

Inglaterra dejó de ser danesa en Hastings (1066) y Guillermo I unificó y organizó con visión autoritaria el país, convirtiéndolo en "una prolongación de Normandía", de donde procedía, e introduciendo el feudalismo al estilo francés. Es "la batalla más importante" de la historia de Inglaterra, que rompió sus vínculos con los pueblos vikingos, se implicó en la política de Europa occidental y dio un salto adelante en términos militares.

Solo dos años separan las batallas de las Navas de Tolosa (1212) y Bouvines (1214). La primera, en la provincia de Jaén, fue la más grande de la Reconquista y "una de las más sonadas de la Edad Media europea" y supuso "el principio del fin" de la presencia musulmana en la península ibérica, donde los reinos cristianos siguieron ganando terreno en un proceso que culminaría en 1492.

En Bouvines, "Francia se forma como nación" al derrotar a la alianza entre ingleses, alemanes y flamencos. Normandía quedó bajo soberanía francesa, el emperador Otón tuvo que abdicar e Inglaterra comenzó su andadura "hacia la construcción de un país democrático y constitucional". Una batalla que marcó el futuro de los reinos francés e inglés, que se reforzaron en términos de cohesión e identidad cultural.

Saltamos al siglo XV, del que Losada selecciona dos batallas. En Azincourt (1415), en el marco de la Guerra de los Cien Años, el ejército inglés, con sus eficaces arqueros y el liderazgo de Enrique V, derrotó al francés, sin unidad de mando y que se equivocó al escoger el campo de batalla.

Antonio de Brugada Vila: "Episodio del combate naval de Lepanto", 1856. Foto: Museo del Prado.

La victoria final de la guerra sería de Francia, que logró eliminar la presencia inglesa en el país con la excepción de Calais, pero Azincourt representa "el primer gran mito militar sobre el que se levantó el nacionalismo inglés y su identidad nacional". La guerra acaba en 1453, que es el año de la caída de Constantinopla, tras una defensa "heroica y suicida" y sin ayuda occidental frente a los otomanos de Mehmet II, y el fin del Imperio bizantino.

Las conquistas otomanas continuaron hacia el norte, ocupando gran parte del continente europeo, sometiendo pueblos y condicionando la política exterior de los Estados italianos y de España. Este expansionismo político y militar es "uno de los acontecimientos que más decisivamente han forjado la historia de Europa".

Más de un siglo después, el turco, que no había dejado de adueñarse del Mediterráneo desde la caída de Constantinopla, se la pega en Lepanto (1571). El triunfo de la Liga Santa, con España al frente, detuvo su avance, si bien el Imperio otomano mantuvo su fortaleza y sus conquistas. Una batalla que tuvo importantes consecuencias políticas, económicas y religiosas (Lepanto fue, como apunta el historiador, "la gran gloria militar del catolicismo").

En la larga sucesión de guerras entre España y Francia desde principios del siglo XVI, Rocroi (1643) se presentaba como un choque menor, pero tuvo repercusiones importantes. Marcó el inicio del reinado de Luis XIV, durante el cual Francia "se convirtió en la potencia hegemónica de Europa, desplazando para siempre a España". Y es señalado como símbolo de la decadencia del Imperio español. Un "mito histórico" que marcó "la memoria colectiva" de los dos países.

En Poltava (1709), "Rusia irrumpe en Europa" como potencia al derrotar a Suecia, el reino más poderoso y expansionista del norte. Los suecos se deshicieron de polacos, sajones y daneses y emprendieron la invasión de Rusia: era la primera vez que un ejército europeo lo hacía y, como señala Losada, cometió un error que repetirían Napoleón y Hitler: no tener en cuenta los factores geográfico y climatológico.

Ucrania tiene un pésimo recuerdo de esta batalla, que incrementó su rusificación. De finales de siglo es la de Valmy (1792), poco cruenta pero importante porque constituye "el reflejo de un cambio de era": el primer triunfo militar de la Francia revolucionaria, frente a Austria y Prusia, que invadieron el norte del país y querían restaurar a Luis XVI.

La batalla de Waterloo supuso el adiós de Bonaparte, marcó el inicio de la hegemonía de Gran Bretaña como primera potencia mundial durante un siglo y permitió a ABBA ganar Eurovisión

El siglo XVIII supuso "un cierto paréntesis" entre los episodios belicistas provocados por el fanatismo religioso y el nacionalista. Pero a partir de ahora las guerras, apoyadas en "el culto fanático e irracional a la patria", adquirirán "una dimensión sangrienta inédita". Nace la guerra total.

Entramos en el siglo XIX y volvemos al sur de España. Trafalgar (1805) es "otra gloriosa derrota" española, el último gran enfrentamiento de barcos de vela de la Historia, "un mito romántico más que una batalla" tanto para Inglaterra, ganadora, como para España, perdedora junto a Francia: un relato lleno de "épica y leyenda".

El primer gran fracaso de Napoleón, que anuló cualquier posibilidad de invasión francesa de Inglaterra, país que afirmó su supremacía marítima y consagró al almirante Nelson como héroe nacional, mientras España glorificaba el honorable fracaso, lloraba y dedicaba calles a mártires como Gravina, Churruca o Alcalá Galiano.

El lector adivinará que Napoleón sigue un rato más como protagonista. Austerlitz (1805) supone su "clímax", el histórico triunfo frente a la alianza ruso-austriaca. El autoproclamado y expansionista emperador derrotó a su futuro suegro, Francisco II. Y se creyó invencible.

La hegemonía francesa en Europa, con su agresividad imperialista, duró una década, hasta las pifias en España y Rusia. Y llegamos a Waterloo (1815), el fin de Napoleón, que venía de escaparse de Elba y recuperar el poder tras un confinamiento de un año y con problemas anímicos y hemorroidales. Su pérdida de facultades era evidente y resultó letal frente a los aciertos estratégicos del duque de Wellington.

La batalla supuso el adiós de Bonaparte, marcó el inicio de la hegemonía de Gran Bretaña como primera potencia mundial durante un siglo y permitió a ABBA ganar Eurovisión.

Sedán (1870) es "la primera gran batalla de la Revolución Industrial". Otra vez Francia-Alemania, como si fuera la semifinal de un Mundial. Y también ganó Alemania. Pero no es oportuno bromear, porque, como apunta el autor, Sedán "fue el germen de las dos guerras mundiales del siglo XX".

Consecuencias: unificación de Alemania, proclamación del Segundo Reich, cambios en la escala de poderes en Europa, periodo de Paz Armada, unificación de Italia y extinción de los Estados Pontificios, Comuna de París, redefinición de los ejércitos, germen de revanchismo y odio francés hacia Alemania (muy confiada en su potencial) que se manifestará en el estallido de la Primera Guerra Mundial.

Soldados franceses en su trinchera en la Batalla de Verdún. Foto: Wikimedia Commons

A la que pertenece la batalla de Verdún (1916), "la carnicería más inútil". No fue decisiva pero sí larga (diez meses) y sangrienta, "la última gran gloria militar de Francia". Según el historiador británico Alistair Horne, citado por el mariscal Montgomery: "Ningún bando venció en Verdún. Fue una batalla indecisa en una guerra indecisa; una batalla innecesaria en una guerra innecesaria; una batalla sin vencedores en una guerra sin vencedores".

Acabamos en Stalingrado (1942-1943), donde Alemania volvió a ser derrotada. Es la batalla más célebre de la Segunda Guerra Mundial y marcó el retroceso de las fuerzas del Eje. El desprecio de Hitler hacia sus enemigos resultó fatal para sus intereses. No obstante, Losada apunta que un triunfo alemán no habría cambiado de manera sustancial la evolución de la guerra, en la que la suerte estaba echada con la implicación de Estados Unidos.

Stalin, que fue felicitado por Churchill y Roosevelt, sacó todo el partido posible, en términos políticos y propagandísticos, de la batalla de Stalingrado, elevada a un territorio mítico en el que la realidad y la ficción se confunden.

En su reflexión final, Losada hace una defensa de "la historia crítica y fundamentada" frente a la irracionalidad y la falsificación, herramientas principales de la manipulación política. No hay que ser un fan de la historia militar para disfrutar de este libro, que seduce por su claridad, su manera ecuánime de contar el pasado, de desarrollar los temas, de explicar y contextualizar, por su clarividencia pedagógica y su capacidad expositiva.