Manuel Vega
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A comienzos de 1580, el trono de Portugal ha quedado vacante. La muerte sin descendencia de Enrique I sitúa a su sobrino Felipe II de España en una posición inmejorable para heredar la corona lusa. Sin embargo, no es el único candidato.

Aunque la historia es de sobra conocida y el rey prudente acabará incorporando los vastos territorios portugueses a un imperio donde no se pondrá el sol, para los lectores españoles quizá no lo sean tanto sus rivales por el Paço da Ribeira, el palacio real de Lisboa. Hubo todo un "conflicto jurídico", en palabras de José Calvo Poyato, autor de Dueños del mundo (editorial Harper Collins), una novela que reconstruye aquellos hechos y cómo se llegó a aquella situación.

A Calvo Poyato le precede su fama de historiador, pero también su pasión por la narrativa. De ambas ha dado ejemplo con numerosas novelas históricas, entre las que ha plasmado desde la primera travesía del globo terráqueo (La ruta infinita) hasta episodios decimonónicos (El año de la República).

Con Dueños del mundo retorna a un siglo XVI que conoce a fondo, firmando una trama que mezcla historia y ficción y en la que el monasterio de San Lorenzo de El Escorial es un personaje más.

De la mano del escritor, El Cultural y otros medios han recorrido algunos de sus escenarios. Como la biblioteca del monasterio, en la que Felipe II, "un monarca culto", acumulaba libros traídos de todas partes. O la basílica y los apartamentos privados de los reyes, justo tras el altar.

Derechos sucesorios

Retornemos a la herencia del trono portugués y a esa controversia jurídica que complicó los planes del soberano español. "Los portugueses no quieren a un castellano como rey", señala el autor. A Felipe II, los derechos sucesorios le vienen de su madre, Isabel de Portugal, hija a su vez del rey Manuel I el Afortunado. "Pero había otra candidata, la duquesa de Braganza, a la que los derechos le venían de un hombre". Se trata de Catalina de Braganza, nieta, como Felipe II, del rey Manuel, pero hija de uno de sus vástagos varones, entonces ya fallecidos.

Para desenredar el asunto, el rey español hará valer sus derechos al trono portugués empleando "la fuerza militar". Un ejército mandado por el duque de Alba penetrará en Portugal desde Badajoz, a priori, un error estratégico. ¿Por qué?

"Badajoz está al sur del Tajo. Lisboa, al norte". Lo lógico era cruzar por Ciudad Rodrigo, también al norte, para evitar tener que cruzar el río a la hora de asaltar la capital lusa. La causa de que no se escogiera el itinerario desde la localidad salmantina se debió a que era el mismo que a finales del siglo XIV había elegido el rey castellano Juan I para invadir el país vecino, una incursión que acabó en victoria portuguesa.

"Felipe II no quiere que se recuerde Aljubarrota", sostiene el escritor. Y para que su plan de atacar Lisboa desde el sur tuviera éxito, una flota comandada por Álvaro de Bazán partió desde Cádiz y, una vez en el estuario del Tajo, transportó a las tropas españolas.

Desastre portugués en Alcazarquivir

Pero ¿cómo se había llegado a esa tesitura? Lo explica Calvo Poyato desde los primeros compases de la novela, que arranca cuatro años antes. Reinaba en 1576 en el vecino ibérico Sebastián I, un joven impetuoso con ansias de gloria militar y deseoso de emprender una campaña contra los infieles de Berbería. Sobrino de Felipe II, pide ayuda a su tío, pero al monarca castellano no le conviene abrir frentes en el norte de África teniendo activo en el norte de Europa el que más le preocupa, el de Flandes.

En 1578, el impulsivo de don Sebastián se lanzará igualmente al combate y en Alcazarquivir perderá frente a las tropas del sultán Abdelmalik la batalla y la vida. Todo un desastre para los portugueses, que a las cuantiosas pérdidas humanas añadieron un trono vacío, al haber perecido su joven rey sin descendencia.

La corona de don Sebastián terminó ciñéndola su tío Enrique, quien presentaba dos desventajas para ejercer el poder: su avanzada edad y su condición de cardenal de la Iglesia. Esta última, que oficialmente lo inhabilitaba para dejar un heredero, intentó resolverla solicitando la dispensa papal para poder contraer matrimonio. Sin embargo, ahí estaría atento Felipe II para, a través de sus diplomáticos en la Santa Sede, impedir que el pontífice atendiera la petición de un soberano portugués que muy pronto fallecería sin hijos.

Tramas paralelas

Las tramas políticas de Dueños del mundo discurren en paralelo a una ficción que se va entremezclando con la realidad. Y es precisamente ahí donde reside el peso de la narración. Diego de Paz, antiguo soldado que ahora ejerce de alguacil en Madrid, investiga el asesinato de un boticario cuyo cuerpo ha sido hallado entre unos juncos del río... ¿Manzanares? "Ese nombre se le dio al río en el siglo XVII", precisa Calvo Poyato. "En el XVI, se le llamaba Guadarrama". La documentación a la que se dedica todo historiador queda patente con este dato.

Diego de Paz es el personaje "sin el cual la novela no se sostendría". Sus pesquisas lo llevarán a descubrir que el boticario asesinado también ejercía de alquimista y que en un sótano bajo su local había intentado transmutar plomo en plata. Aquella práctica oculta fue el móvil del crimen, un suceso cuya responsabilidad apunta a personajes muy poderosos de la corte.

José Calvo Poyato posa con su nueva novela, 'Dueños del mundo'. Foto: Manuel Vega

La alquimia, según Calvo Poyato, era uno de los principales intereses de Felipe II. Esa "posibilidad de transformar metales viles en nobles", de haber podido llevarse a cabo, "hubiera solucionado muchos problemas económicos". El rey era el más poderoso del mundo, pero "siempre está a la espera del oro y la plata de las Indias". Fueron esos metales preciosos los que financiaron la construcción de El Escorial, un edificio de "función poliédrica", porque "pretendía varias cosas": ser una iglesia, pero también un monasterio, así como un panteón para los Austrias.

Además, un centro de estudios, con su fascinante biblioteca, y un lugar para conmemorar la victoria contra los franceses en San Quintín. Y teniendo en cuenta la pasión por la alquimia del monarca, El Escorial también contó con una botica.

Con Dueños del mundo, José Calvo Poyato se ha esforzado en "construir un tiempo histórico del que podemos sentirnos legítimamente orgullosos".