Un texto de 24.000 palabras sin puntuar es una hemorragia difícil de contener. El último capítulo del centenario Ulises de Joyce es una herida abierta de imposible control protagonizada por el soliloquio de Molly Bloom, esa Penélope del siglo XX “salvaje como un beso que te recorre todo el cuerpo” que clama libertad con Gibraltar en el recuerdo, su particular Ítaca. La lectura entonces se convierte en un torrente que arrastra a borbotones la historia emocional de una mujer liberada a través del caudal literario que Joyce creó sin el corsé de los signos convencionales. Solo Molly Bloom y las palabras.

"Molly es un espíritu libre que no se somete al control y al abuso masculino. Molly dice sí a la vida con un humor más descarado y sabio"

Magüi Mira 

A Magüi Mira (Valencia, 1944) le han bastado 7.400 palabras para llegar a la esencia de una figura que ha saltado de la novela del escritor irlandés a las tablas –gracias en un principio a Sanchis Sinisterra con La noche de Molly Bloom en 1979– para darle su propio aliento después en un monólogo que ha paseado por toda nuestra geografía y que este fin de semana recala en el Festival de Teatro de Málaga, donde recibirá un premio a toda su carrera, y en el Teatro Quique San Francisco de Madrid (antiguo Galileo) el próximo día 12. “Molly Bloom quedó en mí para siempre –señala Mira a El Cultural–. Ya no estamos en aquellos años de democracia timorata. La voz de la mujer en la sociedad ha cambiado de timbre, aunque su situación sigue siendo vulnerable. Mi lectura de Molly también se ha transformado. Su pensamiento, inmortalizado por Joyce, es el mismo y atraviesa el tiempo porque es un clásico del siglo XX pero mi cuerpo y mis emociones lo reciben de forma radicalmente distinta”.

Mientras rueda Venus con Jaume Balagueró y prepara Adiós, dueño mío y Nocturnos para los teatros Bellas Artes y Español de Madrid, respectivamente, Mira vuelve siempre a las palabras, los deseos y las emociones, de la insomne Molly Bloom. “Ahora entiendo a esta mujer que acaba viviendo en la bruma de la sociedad irlandesa y puritana, que piensa entre los barrotes de una cama de hierro, presa de un marido chiflado. Es una mujer que pacta con la vida que ama por encima del caos. Intento que este reencuentro potencie su rebeldía y también su abrazo a la existencia de forma esencial, desprovista de todo accesorio. Ella sola y su cama, en su cárcel de mujer casada y amordazada pero libre y limpia en su pensamiento”.

Producida por Pentación, el equipo de Molly Bloom cuenta con la versión de Marta Torres, el espacio sonoro de Jorge Muñoz, el vestuario de Helena Sanchis y la iluminación de José Manuel Guerra. Todo, al servicio de la entrega que Magüi Mira realiza sobre el escenario para traer al siglo XXI un fragmento de un texto en el que solo habita la palabra y su capacidad para generar sentimientos.

“Es un viaje teatral al centro neurálgico de las relaciones sexuales. El pensamiento es íntimo, elaborado con un tejido del corazón que no siempre mostramos pero con el que experimentamos su fuerza. Aquel irlandés genial y sifilítico que cenaba en París con Picasso, Stravinski y Proust nos ha dejado un regalo a las mujeres de hoy”.

El personaje de Joyce ha viajado también, como se pudo ver hace un año en el Festival de Otoño, con la vanguardia y la experimentación de la Needcompany de Jan Lauwers y Viviane De Muynck pero la directora solo se busca en la Molly Bloom que ha interiorizado durante 40 años: “Ella acepta la vida de la mujer que sostiene el mundo, una fuerza imparable de la naturaleza, de la madre Tierra. Molly es un espíritu libre que no se somete al control y al abuso masculino. Molly dice sí a la vida con un humor más descarado y sabio. De ahí nace su apabullante belleza”.